«El primer gran testigo de la Iglesia del Vaticano II»
Este sábado, 23 de mayo, Óscar Arnulfo Romero y Galdámez será proclamado Beato. La ceremonia tendrá lugar en la plaza Divino Salvador del Mundo, en San Salvador, la ciudad de la que fue arzobispo entre 1977 y 1980. Será uno de los actos multitudinarios más grandes de la historia de El Salvador, y seguramente uno de los acontecimientos que marcarán la historia de la Iglesia universal en el siglo XXI
Romero fue asesinado el lunes 24 de marzo de 1980 mientras celebraba Misa en la capilla del hospital de La Divina Providencia, en la colonia Miramonte de San Salvador. Le dispararon en el corazón, momentos antes de la Consagración.
Tenía 62 años de edad. Treinta y un años después del asesinato, se conoció el nombre del asesino de Romero, Marino Samayor Acosta, subsargento de la sección II de la extinta Guardia Nacional de El Salvador, quien reveló que la orden la recibió del Mayor Roberto d’Aubuisson, creador de los escuadrones de la muerte y fundador de ARENA. Recibió 114 dólares como pago.
En nombre del Papa Francisco, presidirá la ceremonia de beatificación el cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos. No ha hecho falta reconocer un milagro atribuido a la intercesión de monseñor Romero, pues en el proceso ha sido reconocido mártir. El testimonio de la sangre de los mártires es tan elocuente que, en sus casos, la Iglesia no exige la constatación de un hecho científicamente inexplicable para que sean elevados a los altares.
Romero, llamado también la voz de los sin voz, perdió la vida «por odio a la fe». Así lo atestigua el Decreto de la Congregación de las Causas de los Santos, publicado el 3 de febrero pasado. Y es que, según ha demostrado la Causa, la obra de denuncia y defensa de los derechos humanos de exponentes de la Iglesia católica, y en particular de Romero, en los años de autoritarismo militar y de guerra civil en El Salvador, produjeron entre sectores militares una reacción de odio tal hacia esa obra evangélica que llegó a justificar su asesinato por un puñado de dólares.
La beatificación de Romero supera definitivamente las manipulaciones políticas que de la figura del arzobispo se han hecho en décadas pasadas. Como recoge en la entrevista que publicamos el arzobispo Vincenzo Paglia, Postulador de su Causa de beatificación, Romero ni era político ni se metía en política.
En el contexto de la guerra civil que se iba instalando en El Salvador, la defensa y ayuda de Romero a los más pobres e indefensos estaba simplemente movida por su fidelidad a la tradición de la Iglesia de dos mil años, «que desde siempre reconoce la predilección de los pobres como opción misma de Dios», añade el Postulador.
«Siempre me ha impresionado el hecho de que Romero, si bien era arzobispo, Primado de la Iglesia de El Salvador, no quiso vivir en la residencia episcopal, sino en la casa del portero de un pequeño hospital», afirma Paglia. «Pienso que su beatificación, tras tantas vicisitudes, que tiene lugar precisamente en este momento eclesial, constituye un signo providencial. Romero es un obispo que puso en práctica las Bienaventuranzas evangélicas. Persiguió la justicia, la reconciliación y la paz social. Amó a una Iglesia pobre para los pobres, vivía con ellos, sufría con ellos. Sirvió a Cristo en la gente de su pueblo. Es el primer gran testigo de la Iglesia del Concilio Vaticano II. En este sentido, creo que representa una figura emblemática para la Iglesia de hoy y que ilumina el ministerio presente y futuro».