El primer envío
Lunes de la 8ª semana de Tiempo Ordinario. Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia / Juan 19, 25-34
Evangelio: Juan 19, 25-34
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
«Tengo sed».
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca.
Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.
Comentario
Callada, al pie del árbol de la cruz, está María. El contraste con el anuncio del ángel laceraba su alma: su reino no debía conocer ocaso (Lc 1, 33). No apartaba sus ojos de Jesús pese al dolor. Empañada, aquella imagen caía en medio de su corazón. Con todo, aquello no le era totalmente ajeno: desde el principio, todo lo que acontecía, particularmente cada palabra de su Hijo, hacía recalar en sus entrañas el más profundo silencio (cf. Lc 2, 51). A los pies de la cruz, María lleva hasta sus últimas consecuencias su consentimiento (fiat). Primero, en perfecta sinfonía con el de su Hijo: debe desprenderse de cualquier resto de preconcepto de maternidad que quedase, y ejercerla según Cristo por el Espíritu.
«Mujer, ahí tienes a tu hijo»: este es, pues, el primer envío, que inaugura la misión eclesial; y le sigue, como consecuencia inmediata, el segundo a su discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Así se cumplía todo: la vida de Jesús es realizada con su muerte, porque su libertad realiza su finalidad; pero la finalidad no es el fin, y en la muerte no termina la voluntad divina. Que Jesús asocie a su Madre con Juan en el momento de su muerte significa que los efectos de su muerte se recogen en esa relación materno-filial. Sin esa cercanía y afecto materno de María, la salvación de la muerte de Cristo tendría otro rostro, menos humano, más severo. La salvación que la muerte de Jesús se vive como hijos de María. La salvación es participar de la Cruz junto a María, de la que se llega a ser hijo como Cristo lo fue.