El presidente de Filipinas anima a «matar a los obispos»
Las críticas de la Iglesia a la guerra contra las drogas y a las reformas autoritarias de Rodrigo Duterte están en el origen de una campaña de desprestigio e insultos que esta semana a llegado a un nuevo máximo
El presidente filipino, Rodrigo Duterte, ha dado un nuevo, y grave, paso más en su constante enfrentamiento con los obispos del país. «Matadlos. Los bastardos no sirven para nada. Lo único que hacen es criticar», afirmó el miércoles durante la ceremonia para premiar a los mejores trabajadores filipinos en el extranjero. Duterte también criticó la supuesta hipocresía de la institución, asegurando que «casi el 90 % de los sacerdotes son homosexuales. Así que no me vengáis dando lecciones de moralidad».
La Conferencia Episcopal Filipina no ha respondido al ataque, con el deseo explícito de no caer en provocaciones y «no echar gasolina al fuego. Cualquier comentario podría exacerbar la cuestión», ha afirmado su secretario general, Jerome Seciliano.
Los constantes pronunciamientos de Duterte contra los obispos son su respuesta a las críticas de la Iglesia a su guerra contra las drogas, en la que juegan un papel fundamental los asesinatos extrajudiciales de drogadictos que también trapichean. Según datos oficiales de julio, el número de delincuentes disparados por enfrentarse a la Policía rondaban los 4.500, aunque organizaciones de derechos humanos han asegurado que si se suman las ejecuciones extrajudiciales las víctimas llegarían a 20.000.
«Reino del terror»
Los pronunciamientos de los obispos no han cesado desde la llegada de Duterte al poder en verano de 2016, cuando empezó la oleada de asesinatos. En todas las misas del 5 de febrero del año pasado, por ejemplo, hicieron que se leyera una carta en la que criticaban «el reino de terror en muchas lugares entre los pobres». «Muchos son asesinados no por las drogas. Los asesinos no son llevados ante la justicia. Y causa aun de mayor preocupación es la indiferencia de muchos ante este tipo de maldad».
Además de criticar la violencia policial y los asesinatos extrajudiciales, la Iglesia ha puesto en marcha proyectos de rehabilitación de drogadictos. Otra cuestión preocupante para los obispos es la intención de Duterte de reinstaurar la pena de muerte y de reformar la Constitución para no necesitar permiso de las Cortes para declarar la ley marcial.
Tres sacerdotes asesinados
El clima de violencia contra el clero no está solo en las palabras del presidente. En el último año, tres sacerdotes han sido asesinados en Filipinas y al menos uno más se ha visto obligado a esconderse por estar amenazado. Los asesinados son Marcelito Paez, asesinado el 4 de diciembre de 2017, después de negociar la puesta en libertad de un activista detenido por la Policía; Mark Ventura, célebre por su activismo contra la explotación minera, tiroteado el 29 de abril, y Richmond Nilo, que sufrió el mismo destino el 10 de junio.
El sacerdote amenazado es el redentorista Amando Picardal, que ya en septiembre de 2016 explicó a Alfa y Omega cómo había documentado la relación de Duterte con los escuadrones de la muerte de Davao, de donde era alcalde. A finales de verano, Picardal explicó que había buscado un lugar seguro después de ser informado de que era un objetivo prioritario de los escuadrones de la muerte y comprobar que varias motocicletas rondaban sin cesar su residencia en Cebú.
Con casi un 90 % de cristianos –83,6 millones de católicos y 10 millones de protestantes en un país de 105 millones de habitantes–, Filipinas es el país más cristiano y católico de Asia. La presencia social de la Iglesia es muy importante, y las continuas diatribas de Duterte parecen no buscar otra cosa que deslegitimarla y anular esta voz crítica.
Un Dios «estúpido», obispos ladrones y capillas en casa
Uno de los momentos centrales de esta cruzada tuvo lugar en junio, cuando dedicó gran parte de un discurso a mofarse de Dios, llamándole «estúpido» y palabras más gruesas por «crear algo perfecto y después pensar algo que lo estropee». Se refería a la tentación de la serpiente a Adán y Eva, y a la doctrina sobre el pecado original. Unos comentarios que su Gobierno atribuyó al hecho de que un jesuita abusó de él de joven. Unos días después, respondió a quienes le criticaban que «vuestro Dios no es mi Dios porque vuestro Dios es estúpido. El mío tiene mucho sentido común».
En las últimas semanas, Duterte ha acusado a monseñor Pablo Virgilio David, obispo de Caloocan y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Filipina, de robar las colectas y estar implicado en el tráfico de drogas. También ha pedido a los filipinos que dejaran de ir a Misa. En vez de eso, les invitó a construir capillas en sus casas. «No tenéis que ir a la iglesia a pagar a esos idiotas», aseguró, refiriéndose a los obispos.
El Consejo de Laicos respondió el lunes pasado a esas penúltimas declaraciones, afirmando que estos «tiempos de prueba» son una llamada a los católicos para «alzarse a favor de Dios y defender nuestra fe. Ahora más que nunca, estamos llamados a vivir una vida digna de nuestra vocación cristiana», afirmó Julieta Wasan, presidenta de la organización.
Por ello, llamaba a «llenar las iglesias para alabar y dar gracias a Dios». Porque solo en las parroquias y otras iglesias «podemos llevar a nuestras familias para unirnos con una comunidad más grande».