El planetoide Ratzinger, homenaje al compromiso con la ciencia de Benedicto XVI
Desde el año 2000, uno de los cientos de planetas menores del Sistema Solar lleva el nombre de Joseph Ratzinger. Este peculiar bautizo fue obra del astrónomo alemán Lutz Schmadel, que explicó al entonces cardenal que su decisión se debía a la gran labor del teólogo para rehabilitar a científicos medievales y a su compromiso a favor de las ciencias y del fortalecimiento de los principios cristianos
En los intentos del Papa emérito Benedicto XVI de utilizar su labor teológica para facilitar el acercamiento entre ciencia y fe, la imagen de los Magos que siguieron una estrella hasta Belén ha tenido bastante protagonismo. Poco sabía el cardenal Ratzinger que este trabajo haría que un cuerpo celeste llevara su nombre.
Se trata de un planeta menor o planetoide, registrado en el año 2000 como (8661) Ratzinger. Este hecho, poco conocido hasta ahora, ha vuelto a la actualidad porque el Instituto Papa Benedicto XVI, de Ratisbona, lo recuerda en su Anuario del año 2013, publicado hace pocos días.
Los planetoides -un término en desuso desde 2006- son cuerpos del Sistema Solar que, no siendo satélites ni cometas, son más pequeños que los planetas y más grandes que los meteoroides. Tras la caída del Muro de Berlín, el astrónomo Lutz D. Schmadel, de Heidelberg, y el físico de Alemania Oriental Freimut Börgngen comenzaron a trabajar juntos en varios programas de búsqueda de estos planetas menores, en el observatorio astronómico de Tautenburg.
Diez años de investigación hasta el bautizo
En tres años, habían descubierto más de 500. Pero sólo si los podían observar de nuevo y determinar su trayectoria, se les consideraría sus descubridores y tendrían derecho a ponerles nombre. Cuando lo iban consiguiendo, comenzaron a ponerles los nombres de teólogos, filósofos, artistas y opositores del nazismo.
En el caso del planetoide Ratzinger -que inicialmente sólo estaba catalogado como 1990 TA 13-, necesitaron diez años de investigación para lograr describirlo y bautizarlo. Fue el propio Schmadel, que es evangélico, quien informó de ello al cardenal Ratzinger, en una carta fechada el 2 de junio de 2000. En el escrito, le explicaba que había leído su Autobiografía, así como varios discursos y entrevistas.
De ellos, le había impresionado sobre todo «la divulgación de los archivos del Vaticano y, relacionada con esto, la rehabilitación de importantes científicos de la Edad Media». También le había conmovido el compromiso de Ratzinger «a favor de las ciencias y del fortalecimiento de los principales principios de la fe cristiana». Y manifestaba su esperanza de que, bautizando así al planetoide, su nombre sería, «al menos en la astronomía, inmortal».
«Los santos son las verdaderas constelaciones de Dios»
El futuro Papa le contestó «extraordinariamente conmovido», pero añadía que debía meditar sobre la «clase especial de inmortalidad» que este honor suponía: «La unidad del cielo y la tierra, la interconexión de nuestro ser con el cosmos y la presencia del cosmos en nosotros mismos, la mortalidad y la inmortalidad que de forma especial compartimos con los pequeños planetas, ofrecen una gran base para la reflexión».
13 años después -se recordó en la presentación del libro-, Benedicto XVI habló, en su última homilía como Papa sobre la Epifanía, que «como peregrinos de la fe, los Magos mismos se han convertido en estrellas que brillan en el cielo de la historia y nos muestran el camino. Los santos son las verdaderas constelaciones de Dios, que iluminan las noches de este mundo y nos guían».
M. M. L. / Kath.net