El pincel de la burguesía del XIX - Alfa y Omega

El pincel de la burguesía del XIX

Raimundo de Madrazo desarrolló en París, con el preciosismo de su técnica, un camino intermedio entre la pintura de historia y el incipiente impresionismo

Javier García-Luengo Manchado
'Traslación de los restos del apóstol Santiago a Padrón'. Museo Catedral de Santiago.
Traslación de los restos del apóstol Santiago a Padrón. Museo Catedral de Santiago. Foto: Fundación Catedral de Santiago / Adolfo Enríquez.

La exposición Raimundo de Madrazo, de la que podemos disfrutar hasta el próximo mes de enero en la Sala Recoletos de la Fundación Mapfre, en Madrid, supone en cierto modo un rescate y una reivindicación del pintor por excelencia de la alta sociedad parisina y norteamericana de finales del siglo XIX. 

El hecho de que De Madrazo (Roma, 1841-Versalles, 1920) desarrollara prácticamente toda su carrera en la capital francesa y en Estados Unidos, amén de su personal estilo, ajeno al arte oficial o a las tendencias más rupturistas, han hecho que en muchos casos este pintor haya sido relegado al olvido en nuestro país. Heredero de una importante saga familiar —compuesta por su abuelo José de Madrazo, pintor de historia por excelencia, y por su padre, Federico, paradigma del retrato romántico—, Raimundo abandonó Madrid con tan solo 20 años de edad para instalarse en París. En la Ciudad de las Luces se granjeó con éxito el favor de un nuevo público y una nueva clientela: la burguesía decimonónica.

'Salida del baile de máscaras'. Colección particular.
Salida del baile de máscaras. Colección particular. Foto: Fundación Mapfre.

A lo largo de su fecunda carrera, Raimundo de Madrazo descollaría principalmente por la pintura de género, donde plasmaría ese París sofisticado y frívolo amenizado por los grandes bailes y las mascaradas. El preciosismo de su técnica, su pincelada suelta y precisa a la vez, hizo de aquellos óleos un reclamo y una seña de identidad de la sociedad francesa del último tercio del siglo XIX, un tiempo en que seguía triunfando la pintura académica de historia y en el que despuntaba, a la par, el impresionismo. Nuestro protagonista no se alistó en ninguna de tales tendencias: desarrolló lo que en esta exposición se denomina como juste milieu; es decir, un camino intermedio entre ambas corrientes.

Con el transcurrir del tiempo, sin embargo, junto a la pintura de género, Madrazo se enarbolaría como el retratista de la mujer burguesa, acuñando la imagen de este nuevo arquetipo. Así podemos contemplar a solitarias féminas en la intimidad del hogar o del jardín, bien leyendo, tomando el té, sesteando o disfrutando del dolce far niente. De entre todas estas mujeres destacará en especial una modelo: Aline Masson, quien aparecerá en múltiples composiciones posando con atuendo español o con los sofisticados ropajes de la moda parisién. Eso sí, siempre envuelta en una atmósfera elegante recreada con un preciosismo no ajeno a la influencia de Fortuny, quien fuera amigo y cuñado del pintor.

En este contexto destacan los retratos por encargo, en los que Madrazo sobresalió por ofrecer ese hálito elegante y natural, combinando todo ello con su pincelada impresionista a la hora de recrear el brillo de las telas o el exotismo de un atrezo donde convivían los mantones de manila con los kimonos japoneses.

Pasado el tiempo y al quedar su arte quizá ya un tanto desfasado para la Europa de 1900, Madrazo supo reinventarse. Su buen hacer aún triunfaba en Estados Unidos, por lo que decidió dedicarse allí a efigiar a grandes damas con su reconocido estilo espontáneo y elegante. Sin embargo, poco a poco el desgaste y la enfermedad harían que Raimundo de Madrazo se retirase a Versalles, de nuevo en Francia, en cuyos jardines nuestro autor redescubriría la belleza, la luz y la vitalidad de otras épocas.