Para que la Iglesia cubana y el Papa se sientan acompañados por toda la Iglesia universal durante la inminente visita pastoral de Juan Pablo II a la isla, los episcopados de todo el mundo se han movilizado. En representación de la Iglesia española acompañarán al Papa el cardenal Carles, arzobispo de Barcelona, el presidente y el secretario de la Conferencia Episcopal y los arzobispos de Madrid, Toledo, Santiago de Compostela, Valencia, Sevilla, Oviedo, Tarragona, y los obispos de Santander, Vitoria, Tenerife, Mondoñedo-El Ferrol, y el auxiliar de Madrid monseñor Herráez.
La colecta realizada en la Iglesia española en favor de la Iglesia cubana había conseguido recaudar hasta el 13 de enero algo más de cuarenta y tres millones de pesetas. Significativamente, Fidel Castro ha convocado en vísperas de la visita del Papa —allí no falta quien hace el ridículo hablando del compañero Papa— unas elecciones que se han convertido inevitablemente en un plebiscito: casi el cien por cien de la población acudió a votar a los seiscientos un candidatos que, curiosamente, se habían presentado para los seiscientos un escaños de la Cámara. Es verdaderamente difícil esa ingenua ilusión de algunos de que, tras la visita del Papa, Cuba cambie como de la noche al día, pero es inevitable que Cuba, cuyo pueblo aguarda la visita de Juan Pablo II con esperanza más aún que con expectación, empiece a cambiar. Si Castro se cree en serio eso que afirma de que la isla está ajena a los cambios del mundo, se equivoca de medio a medio. La libertad es indivisible y su perfume, una vez que entra en un sitio, no hay quien lo pare. No deja de llamar la atención el interés con que determinados medios de la prensa occidental se empeñan estos días en mezclar la sencilla religiosidad del pueblo cristiano cubano con determinadas prácticas y ritos de budús, santerías, supersticiones y sincretismos.