El papel de la sociedad civil en la reconstrucción de España. La crisis se combate desde abajo - Alfa y Omega

El papel de la sociedad civil en la reconstrucción de España. La crisis se combate desde abajo

El Ayuntamiento de Higuera de la Serena (Badajoz) está en quiebra. No hay dinero para el mantenimiento de la escuela, ni para limpiar las calles, pero los vecinos han decidido no quedarse cruzados de brazos, y son ellos quienes, de forma voluntaria, asumen esas tareas comunitarias. ¿Moraleja? Detrás de las estructuras, hay personas. Y cuando existe una comunidad viva, no hay crisis que se le ponga por delante…

Cristina Sánchez Aguilar
Los vecinos de Higuera de la Serena se disponen a limpiar las calles de la localidad. Foto: Ayuntamiento de Higuera de la Serena.

El pequeño municipio de Higuera de la Serena (Badajoz) ha saltado a las primeras planas de la prensa internacional. Don Manuel Tamayo, primer teniente de alcalde, lo cuenta emocionado: «Hemos salido en el New York Times, la CNN vino al pueblo a hacer un reportaje…; la primera cadena pública alemana ha hablado de nosotros». ¿Cuál es la noticia? Que, ante un Ayuntamiento en quiebra, cada vecino ha puesto sus dones al servicio de la comunidad para sacar adelante el pueblo.

Cuando don Manuel García Murillo, albañil de Izquierda Unida, asumió el cargo de la alcaldía, en junio, supo que su localidad estaba en números rojos: «No había ni obreros para trabajar, ni dinero para contratarlos», recuerda su primer teniente de alcalde. «Ni siquiera teníamos dinero para solucionar problemas básicos, como la limpieza de las calles».

¿Solución? Las autoridades municipales convocaron a los 1.200 habitantes de Higuera de la Serena y, con total sinceridad, explicaron la situación y propusieron que, en el Ayuntamiento, sólo cobrasen el alcalde y uno de los concejales. La respuesta fue asombrosa: «Los vecinos nos dijeron que nos ayudarían en lo que hiciera falta», cuenta don Manuel Tamayo.

Bernardo, un trabajador de la construcción, se ofreció a reparar parte de la guardería, que se encontraba en situación crítica. María José, educadora, la limpió. Ellos son sólo dos ejemplos de los más de 100 voluntarios que, desde entonces, se reúnen cada domingo para trabajar por y para su pueblo: limpian las calles, rastrillan hojas, desatascan alcantarillas, plantan árboles y cuidan el parque, o recuperan fuentes. «Lo poco que nos queda de dinero lo invertimos en dar valor a productos agrícolas, para crear puestos de trabajo», cuenta don Manuel. Don Juan, párroco de Higuera de la Serena, alaba el proyecto: «Los voluntarios me han ayudado a limpiar la ermita, y si les pido que me echen una mano en la parroquia, también lo hacen encantados».

La localidad pacense, tierra de agricultores, tuvo, gracias a la iniciativa vecinal, otro momento para marcar en los anales de su historia. El embajador de Estados Unidos en España invitó a varios representantes del pueblo a la Cumbre de Innovación en el Voluntariado, que se celebró en Madrid, a finales de marzo, con el objetivo de presentar soluciones para abordar cuestiones como el paro juvenil o la fuga de cerebros, desde la responsabilidad ciudadana «Nos presentaron como un modelo innovador de servicio a la comunidad», asegura el primer Teniente de alcalde.

«En Higuera de la Serena hemos fomentado un voluntariado unido al concepto de ciudadanía, semejante al modelo estadounidense, o al de otros países europeos» en los que el voluntariado está plenamente integrado en la conciencia ciudadana de participación, prosigue el segundo máximo responsable municipal.

¿Un modelo aplicable?

La pregunta obligada es si el modelo del pequeño pueblo de Badajoz es aplicable a otras comunidades. «En Higuera nos conocemos todos y ha sido sencillo», recalca don Manuel. Pero, para que se repita el patrón en otros lugares de España, «el cambio tiene que empezar por los políticos, para que los ciudadanos vuelvan a confiar en ellos y no se pierda su legitimidad. Los Gobiernos creemos que lo tenemos que dar todo hecho; por eso hemos llegado a esta situación», añade.

No sólo derechos, también deberes

La idea es clara: los asuntos comunitarios no son sólo una responsabilidad de los políticos. «Los ciudadanos tienen derecho a exigir ciertos servicios, pero también tienen deberes, que es lo que nunca se recuerda», explica doña Lourdes López Nieto, profesora titular en Ciencias Políticas, en la UNED. «No se puede pretender recibir sin aportar nada a cambio; ése es el gran problema de esta sociedad», añade la profesora, que pone el ejemplo de que, «en la Universidad, se han concedido cientos de becas para los alumnos y no se les ha exigido buenas notas a cambio».

Respalda esta afirmación el número 1883 del catecismo de la Iglesia católica, que señala que «una intervención demasiado fuerte del Estado puede amenazar la libertad y la iniciativa personales». Y alude a la encíclica del Papa Pío XI Quadragesimo anno, de 1931, en la que el Pontífice recalcó que, «como no se puede quitar a los individuos y dar a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria, así tampoco es justo, constituyendo un grave perjuicio y perturbación del recto orden, quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y proporcionar, y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe restar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos».

Ante una sociedad, como la española, desacostumbrada a trabajar por la comunidad, se ha abierto el debate:

Voluntariado ¿obligatorio?

El debate sobre la obligatoriedad del voluntariado ha sido abierto a raíz de la propuesta del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, que promueve un proyecto —aprobado en los años 80, pero poco aplicado— de trabajo comunitario para las personas desempleadas que cobran el subsidio, con el objetivo de que los beneficiarios cursen formación continua, o presten servicios sociales útiles a la comunidad. Este proyecto se basa en otro similar, recientemente implantado en el Reino Unido, que establece la obligatoriedad de que los parados acepten realizar trabajos comunitarios no remunerados mientras cobran el paro. La medida ha cosechado no pocas críticas. Como han argumentado los sindicatos, hipotéticamente, podría suceder que un trabajador fuera despedido, por ejemplo, de una oficina de correos, y obligado después a prestar ese mismo servicio como voluntario.

En Madrid, se abrió un vivo debate, tras la propuesta de la alcaldesa, doña Ana Botella, de que determinados servicios y centros públicos —como polideportivos y bibliotecas— sean atendidos por voluntarios, «lo que permitiría mantener centros cuyas necesidades no se pueden atender en el actual contexto de crisis». Esto es: cuando la Administración tiene fondos para abrir un centro de este tipo, pero no para mantenerlo, el problema se puede solucionar recurriendo a vecinos voluntarios. Algunos, sin embargo, han reprochado a este Ayuntamiento que, mientras se hacen este tipo de propuestas, centros concertados con el Consistorio, como alguna escuela infantil, llevan meses sin cobrar.

Uno de los departamentos de comunicación —el encargado de redes sociales—, de la JMJ, formado por voluntarios.

El paradigma de la JMJ

Doña Lourdes López está entre quienes apoyan la iniciativa del voluntariado como servicio social por cobrar el subsidio. A su juicio, es una medida «necesaria en España, por la falta de cultura de acción social gratuita», y alude al modelo estadounidense, «donde los niños aprenden, desde el colegio, la importancia de la responsabilidad ante la comunidad. Tanto los padres como los hijos, tienen como asignatura —con horas lectivas— el servicio comunitario. Por lo tanto, crecen con la conciencia social muy desarrollada y muy activa», afirma. Aun así, no duda de que en España se pueda implementar un modelo similar: «Sólo habría que fijarse en cómo soluciona, por ejemplo, una familia la crisis: se reparten las tareas, se recortan gastos, se invierte en lo esencial…». Extrapolar esto a la comunidad es sencillo, y ya se hace, para doña Lourdes, «en determinados ambientes, sobre todo en los culturales: las cofradías, las casas regionales, las asociaciones de baile, los movimientos scouts que enseñan a los niños a trabajar y a respetar el medio ambiente…», son ejemplos a seguir.

Otro de los paradigmas de trabajo ciudadano y cooperación entre la sociedad civil y la Administración, según la profesora, ha sido la Jornada Mundial de la Juventud: «Comenzó a funcionar incluso dos años antes, porque se movían por una motivación, por una idea». Y añade: «Cada uno puso a disposición de la JMJ sus dones, sus conocimientos y su tiempo. Y lo hicieron gratis, porque que haya más presupuesto no significa que mejore la calidad».

Había voluntarios en las parroquias que se encargaban de contactar con los peregrinos que iban a alojar; había voluntarios en las diferentes comisiones de trabajo -en comunicación, donde infinidad de periodistas pusieron su conocimiento al servicio de la JMJ; en el departamento de cultura, donde profesionales del turismo hicieron de guías para dar a conocer la ciudad de Madrid a los peregrinos llegados de todas partes del mundo, y fueron los mejores promotores de turismo de la capital-; cientos de conventos y particulares cosieron durante meses para confeccionar los lienzos de las celebraciones litúrgicas…, y así un largo etcétera. «La JMJ se realizó sin apenas coste: hasta el material de los escenarios fue reciclado», afirma doña Lourdes: «Ha sido el ejemplo claro de que, cuando una comunidad se vuelca, funciona».