El Papa y la Virgen: «Madre, regálanos tu mirada»
Argentina celebra, el 8 de mayo, la Virgen de Luján. Este sábado, uno de sus hijos más ilustres, el Papa que comenzó su pontificado poniéndolo en manos de la Virgen, en Santa María la Mayor, volverá allí para abrir el mes mariano. Siendo aún obispo, dijo de María:
«Dios tenía una carencia para poder meterse humanamente en nuestra historia: necesitaba madre, y nos la pidió a nosotros. Ésa es la madre a quien miramos hoy, la hija de nuestro pueblo, la servidora, la pura, la sola de Dios; la discreta que hace el espacio para que el Hijo realice el signo, la que siempre está posibilitando esta realidad, pero no como dueña ni incluso como protagonista, sino como servidora; la estrella que sabe apagarse para que el Sol se manifieste. Así es la mediación de María. Mediación de mujer que no reniega de su maternidad, la asume desde el principio; maternidad que contiene y acompaña a los amigos de su Hijo, el cual es la única referencia hasta el fin de los días» (7-XI-2011).
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«Recuerden siempre a Aquella que es Puerta del Cielo: a la de corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas; a la esclavita del Padre que sabe abrirse enteramente a la alabanza; a la que sale de sí con prontitud para visitar y consolar; a la que sabe transformar cualquier covacha en casa del Dios con nosotros con unos pobres pañalitos y una montaña de ternura; a la que está siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas; a la que sabe esperar afuera para dar lugar a que el Señor instruya a su pueblo; a la que siempre está al descampado en cualquier lugar donde los hombres levantan una cruz y le crucifican a sus hijos. Nuestra Señora es Madre, y -como madre- sabe abrir los corazones de sus hijos: todo pecado escondido se deja perdonar por Dios a través de sus ojos buenos; todo capricho y encerramiento se disuelve ante una palabra suya; todo temor para la misión se disipa si ella nos acompaña por el camino» (1-X-1999).
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«Su mirada es como la continuación de la mirada del Padre que la miró pequeñita y la hizo Madre de Dios. Como la mirada del Hijo en la cruz que la hizo Madre nuestra, y con esa mirada hoy nos mira. Y hoy nosotros, después de un largo camino, vinimos a este lugar de descanso, porque la mirada de la Virgen es un lugar de descanso, y venimos a contarle nuestras cosas.
Nosotros necesitamos de su mirada tierna, su mirada de Madre, esa que nos destapa el alma. Su mirada que está llena de compasión y de cuidado. Y por eso hoy le decimos: Madre, regálanos tu mirada. Porque la mirada de la Virgen es un regalo, no se compra. Es un regalo de ella. Es un regalo del Padre y un regalo de Jesús en la cruz. Madre, regálanos tu mirada.
Venimos a agradecer que su mirada esté en nuestras historias. En ésa que sabemos cada uno de nosotros, la historia escondida de nuestras vidas. Esa historia con problemas y con alegrías. Y luego de este largo camino, cansados, nos encontramos con su mirada que nos consuela y le decimos: Madre, regálanos tu mirada» (3-X-1999).
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«Existe una misteriosa relación entre María, la Iglesia y cada alma fiel. María y la Iglesia, ambas, son madres, ambas conciben virginalmente del Espíritu Santo, ambas dan a luz para Dios Padre una descendencia sin pecado. Y también puede decirse de cada alma fiel. La sabiduría de Dios lo que dice universalmente de la Iglesia lo dice de modo especial de la Virgen e individualmente de cada alma fiel.
La mujer que está señala el camino a la Iglesia y a cada alma para que sean una Iglesia y unas almas que estén en espera, abiertas a la venida del Espíritu que defiende, enseña, recuerda, consuela. Ese Espíritu manifiesta la consolación tan esperada por Israel, que ansiaba el corazón de Simeón y de Ana y los condujo hacia el encuentro con Jesús y a su ulterior reconocimiento como la salvación, la luz y la gloria» (9-V-2011).