El Papa tilda la guerra como «masacre inútil» con la que «se pierde todo»
Francisco celebró este jueves la Misa de Difuntos en el cementerio de Nettuno. Durante la homilía, lamentó que a lo largo de la historia muchos hombres «han pensado en ir a la guerra, convencidos de lograr un mundo nuevo, de hacer una primavera», y sin embargo han acabado provocando «un invierno, frío, cruel, reino del terror y de la muerte»
El Papa Francisco pidió el fin de la guerra en el mundo y sostuvo que es solo una «masacre inútil» con la que «se pierde todo». Francisco hizo estas declaraciones durante la homilía de la Misa de Difuntos que celebró este jueves en el cementerio de Nettuno, en la provincia de Roma, en el que se conmemora a los caídos estadounidenses que murieron en la liberación de Italia durante la Segunda Guerra Mundial.
A la celebración acudieron cerca de 5.000 personas, que rezaron junto a Francisco por los caídos en todas las guerras.
Previamente, el Pontífice visitó el camposanto y se detuvo en algunas de las lápidas. Concretamente, el Santo Padre se paró ante la tumba de un soldado judío y de otro italoamericano donde depositó varias flores blancas.
Durante la Misa, el Papa lamentó que a lo largo de la historia muchos hombres «han pensado en ir a la guerra, convencidos de lograr un mundo nuevo, de hacer una primavera», y sin embargo han acabado provocando «un invierno, frío, cruel, reino del terror y de la muerte».
En este sentido, Francisco alertó de que «el mundo se prepara para ir de nuevo a la guerra», que ya está presente en muchos puntos del planeta. «Muchos son los que mueren en las batallas cada día en esta guerra a trozos. Recemos por ellos», dijo Bergoglio, al tiempo que puso el acento en los «niños inocentes» que fallecen como consecuencia de estos enfrentamientos.
Tras la Eucaristía, el Romano Pontífice se traslado a las Fosas Ardeatinas, en Roma, el monumento a la barbarie acaecida el 23 de marzo de 1944, cuando, en represalia por el ataque de los partisanos a un convoy nazi en Roma, Hitler mandó ejecutar a diez italianos por cada alemán muerto, hasta la cifra de 335 civiles.
A su llegada, el Papa fue recibido por los militares que se ocupan de honrar la memoria de los caídos y saludó a las familias de las víctimas de aquel episodio.
Posteriormente, ingresó solo al Mausoleo y tras atravesar las tumbas de las víctimas en silencio depositó un homenaje floral.
Al término de la visita, Francisco escribió una dedicatoria en el libro de honor: «Estos son los frutos de la guerra: odio, muerte, venganza… Perdónanos Señor».
Agencias / J. C. de A.
Todos nosotros estamos hoy reunidos en la esperanza. Cada uno de nosotros, en el propio corazón, puede repetir las palabras de Job que oímos en la primera lectura: «yo sé que mi Redentor vive y que él, el último, se alzará sobre el polvo». La esperanza de reencontrar a Dios, de reencontrarnos todos nosotros como hermanos, esa esperanza no desilusiona. Pablo fue fuerte en esa expresión de la segunda lectura «la esperanza no quedará defraudada».
Pero la esperanza muchas veces nace y hecha sus raíces en tantas llagas humanas, en tantos dolores humanos, y en ese momento de dolor, de herida, de sufrimiento, nos hace mirar al cielo y decir: yo creo que mi Redentor está vivo. Pero deténte Señor. Y esa es la oración que tal vez sale de todos nosotros cuando miramos este cementerio: «estoy seguro Señor que estoy contigo. Estoy seguro»: nosotros decimos esto. «Pero por favor, Señor, detente. No más, nunca más la guerra. Nunca más esta «inútil matanza»», como dijo Benedicto XV. Mejor esperar sin esta destrucción: jóvenes, miles, miles, miles, y miles… esperanzas rotas, ¡no más Señor! Y esto debemos decirlo hoy, que rezamos por todos los difuntos, pero en este lugar rezamos en modo especial por estos chicos. Hoy, en que el mundo está de nuevo en guerra y se prepara para ir más fuertemente en guerra. No más Señor, no más. Con la guerra se pierde todo.
Me viene a la mente aquella anciana que, mirando las ruinas de Hiroshima con resignación sapiencial, pero con mucho dolor, con esa resignación lamentosa que saben vivir las mujeres, porque es su carisma, decía: «los hombres hacen de todo por declarar y hacer la guerra, y al final, se destruyen a sí mismos». Ésta es la guerra: la destrucción de nosotros mismos.
Seguramente aquella mujer, esa anciana había perdido hijos, y nietos. Sólo tenía la herida en el corazón y las lágrimas. Y si hoy es un día de esperanza, hoy también es un día de lágrimas. Lágrimas como las que sentían y lloraban las mujeres cuando llegaba el correo: «usted señora tiene el honor de que su marido haya sido un héroe de la Patria»; «que sus hijos, sean héroes de la Patria». Son lágrimas que hoy la humanidad no debe olvidar. Este orgullo de esta humanidad que no ha aprendido la lección y parece que no quiere aprenderla.
Cuando muchas veces en la historia los hombres piensan con hacer una guerra, están convencidos de traer un mundo nuevo, de hacer una «primavera». Y termina en un invierno, feo, cruel, con el reino del terror y de la muerte. Hoy rezamos por todos los difuntos, por todos. Pero en modo especial por estos jóvenes, en un momento en el que muchos mueren en las batallas de cada día, en esta guerra a pedazos. Rezamos también por los muertos de hoy, los muertos de guerra, también niños inocentes. Éste es el fruto de la guerra: la muerte. Y que el Señor nos de la gracia de llorar.
Una vez de regreso en el Vaticano el Santo Padre Francisco se dirigirá a las Grutas de la Basílica Vaticana para un momento de oración en privado, como es tradicional en esta fecha, en sufragio de sus predecesores y de todos los difuntos.