«El Papa tiene tantas cosas con la guerra y se acuerda de este loco»
El fraile capuchino Luis Dri, de 95 años, fue confesor de Francisco durante su etapa de arzobispo de Buenos Aires y uno de los ejemplos de sacerdocio que puso el Papa a los misioneros de la Misericordia
Luis Dri es el confesor del Papa. Tiene 95 años, es fraile capuchino desde hace 70, y vive en Buenos Aires, en un santuario y convento en la periferia de la ciudad, en el barrio de Pompeya, donde bautizó a una leyenda del fútbol mundial, Diego Armando Maradona. Francisco volvió a reivindicar a Dri, hace unos días, como ejemplo de confesor piadoso. También reivindicó al sacerdote vasco, José Ramón Aristi, durante su encuentro con los misioneros de la Misericordia, hace unos días en el Aula Pablo VI. Años atrás, en 2017, el Pontífice entregó a decenas de curas en el Jueves Santo el libro No tengan miedo de perdonar, sobre las experiencias como confesor de Dri, escrito por los periodistas italianos Andrea Tornielli y Alver Metalli.
«Francisco le llamó para saludarlo el día de su 70 aniversario como sacerdote. Entonces Luis me llamó llorando, y yo también lloraba. No me podía contener. Lloraba con él. Estaba tan emocionado…», reveló Sara Luna, secretaria en el santuario de Nuestra Señora del Rosario, convento de los hermanos menores capuchinos. Luna, además, asiste al veterano fraile confesor desde el desayuno, y ayudó a coordinar este reportaje, que se hizo esperar por los reiterados accidentes que ha sufrido Dri en los últimos dos meses y que le han llevado a tener que someterse a diversas operaciones. Actualmente se encuentra recuperándose en la enfermería, en el primer piso del convento, a donde miles de pobres y trabajadores acuden para visitar a la Virgen que está en el santuario anejo, y a la imagen de san Pío de Pietrelcina, que se exhibe junto a una gasa con la sangre de sus estigmas. Muchos otros creyentes retiran en bidones y botellas agua bendecida del jardín.
«El día que me llamó el Papa estaba en el confesionario, justamente con un joven. Me dijo: “¿Sabés quién te llama?”. Charlamos un poco y me preguntó qué estaba haciendo. Le dije que confesando a un joven. Me pidió perdón y cortó. Es demasiado bueno conmigo. Me emocionó. El Papa, que tiene tantas cosas con la guerra, y se acuerda de este loco», reconoció desde la cama, donde se recupera de la más reciente de las operaciones; y añadió a su relato los orígenes de su vínculo con Bergoglio. «Tenemos una gran amistad. Cuando era arzobispo en Buenos Aires iba a charlar mucho con él, le hacía muchas consultas, y le pedí que viniera a consagrar este templo. Me acuerdo que se arremangó, como es él, volcó el crisma sobre el altar y frotó todo con las reliquias de los santos. Desde entonces nos quedamos muy enganchados con el ahora Papa».
En el año 2018 el fraile capuchino viajó al Vaticano por invitación de Francisco. «Fui con otro compañero, estuve diez días en Santa Marta. Allí comí con él cada día», asegura, con voz entrecortada al recordar. «Esos días realmente fueron maravillosos. Me pidió varias veces que le animara, que le confesara, que le escuchara… fue así hasta el último día. Es más, desconcertó a los guardias porque hasta salió a la calle a despedirnos», señala fray Luis.
«Nada es mío, nunca busqué nada», sostiene este confesor del Papa Francisco. «El Señor me regaló el don de perdonar, y el don de estar siempre dispuesto a perdonar. Jesús siempre perdonó. La gente me pregunta si Jesús les perdonará esto o aquello. Y yo les digo que tomen el Evangelio de Lucas. Él perdonó a Pedro, a la adúltera, al buen ladrón, a los que lo estaban crucificando, diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”».
Luis Dri nació en el campo, en la provincia de Entre Ríos, en la localidad de Federación. Huérfano desde los 4 años, esto le marcó para toda la vida. Desde niño, en una familia de diez hermanos, aprendió a cuidar a los cerdos, a ordeñar a las vacas, a plantar maíz para la familia y alfalfa para los animales. Fue la presencia de unos capuchinos en su pueblo lo que le atrapó y le hizo ingresar en la orden. «Jamás dudé de mi vocación. De pequeño, mis hermanas me preguntaban qué quería ser. Y les respondía que misionero, para que la gente no tuviera pecados».
Para terminar el encuentro, el fraile confesor del Pontífice quiso dejar un mensaje: «No pierdan la esperanza en la misericordia de Dios, el Señor no defrauda; no bajemos los brazos, aunque veamos que el mundo se cierra delante nuestro. San Francisco decía que dejemos a Dios que sea Dios. No le indiquemos nosotros lo que tiene que hacer».
«El sacramentino español José Ramón Aristi, hombre de gobierno, era provincial, pero nunca salía del confesionario. ¡Y había cola! Era viejo, te escuchaba, y lo único que decía era: “Bueno, bueno, bueno. Dios es bueno”. No iba a meter la nariz en las circunstancias», relató el Papa en su último encuentro con los misioneros de la Misericordia, en Roma. «Pequé contra este hombre porque, cuando murió, fui y vi el ataúd sin flores. Entonces fui a comprar unas, se las llevé, y mientras las colocaba vi su rosario y robé la cruz. Dije: “Dame la mitad de tu misericordia”, y llevo la cruz aquí, siempre, conmigo», confesó Bergoglio.
La basílica del Santísimo Sacramento es famosa para el mundo secular en Buenos Aires porque allí se casó el futbolista Diego Armando Maradona. Para la gente de fe, allí está el confesionario donde el vasco Aristi confesó a san Juan Pablo II en su visita a Argentina; allí también lo hacía el entonces arzobispo jesuita de Buenos Aires, hoy el Papa Francisco.
Aristi se nacionalizó argentino y fue un devoto de la adoración nocturna del Santísimo Sacramento, un rito que Bergoglio cultivó en su juventud, incluso antes de ordenarse sacerdote. Alfa y Omega publicó el año pasado la constancia de la adoración nocturna del Santo Padre, que hasta entonces no había trascendido a la prensa, pero sí era conocida entre los adoradores de la Eucaristía en Buenos Aires, entre ellos los laicos Diego Vidal y Eduardo Fernández Rojo, quienes brindaron su testimonio sobre la presencia del Papa argentino en el mismo santuario donde ellos ahora imploran que el padre Aristi sea convertido en el santo de la Eucaristía.