El Papa regala 40.000 crucifijos durante el Ángelus
La felicidad solo se encuentra en el amor verdadero: «lo demuestran los testimonios de los santos»
A pocos días de la memoria litúrgica de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el Papa ha regalado 40.000 crucifijos a los asistentes al Ángelus en la plaza de San Pedro. «El crucifijo –dijo– es el signo del amor de Dios, que en Jesús dio la vida por nosotros. Los invito a acoger este don y a llevarlo a vuestros hogares, a los cuartos de sus hijos, o de los abuelos… En cualquier parte, pero que se vea en la casa. No es un objeto de decoración, es un signo religioso para contemplarlo y orar. Mirando a Jesús crucificado, miramos nuestra salvación. No se paga nada, ¡si alguien les dice que deben pagarlo es un vivo!».
«Esto es un regalo del Papa», añadió. «Agradezco a las religiosas, los pobres y prófugos que ahora distribuirán este don, pequeño, pero valioso. Como siempre, la fe viene desde los pequeños, de los humildes».
Francisco aprovechó también para recordar su viaje el día anterior a Palermo. «Que el ejemplo y el testimonio de don Puglisi continúen iluminando a todos nosotros y dándonos la confirmación de que el bien es más fuerte que el mal, el amor más fuerte que el odio», dijo en referencia al sacerdote asesinado por la mafia hace 25 años.
Seguir a Jesús con la propia cruz
Previamente, al comentar el pasaje evangélico de este domingo, el Papa resaltó que «Jesús nos dice que, para seguirlo, para ser sus discípulos, es necesario renunciar a nosotros mismos, o sea, renunciar a las pretensiones del orgullo propio, egoísta, y tomar la propia cruz».
No obstante, antes de interpelar directamente a los Doce, Jesús quiere saber de ellos que piensa de él la gente, y sabe bien que los discípulos son muy sensibles a la popularidad del Maestro. En realidad, lo que a Jesús le interesa no son los sondeos ni el chismorreo, prosiguió Francisco. Él no acepta siquiera que sus discípulos respondan a sus preguntas con fórmulas ya elaboradas, citando personajes famosos de la Sagrada Escritura, porque una fe que se reduce a las fórmulas es una fe miope.
La pregunta: «Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?» va hoy dirigida a cada uno de nosotros: «¿quién soy yo para ti?», nos dice Jesús con ella, aseguró Francisco.
La misión de Jesús no se cumple en el camino del éxito, sino en el arduo sendero del Siervo sufriente, humillado, rechazado y crucificado, advirtió el Pontífice. Al no aceptarlo, nos puede pasar como a Pedro, que protestemos y nos rebelemos, porque esto contrasta con nuestras expectativas. «En esos momentos, también nosotros merecemos el sano regaño de Jesús: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”».
En ese sentido, una regla fundamental que Jesús nos da es: «El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará». Para entender esta paradoja, dijo el Papa, es necesario recordar que nuestra más profunda vocación es el amor. La felicidad –concluyó– la encontramos solamente cuando el amor, el verdadero, nos encuentra, nos sorprende, nos cambia. «Lo demuestran los testimonios de los santos».