El Papa recupera el sentido de la palabra amor - Alfa y Omega

El Papa recupera el sentido de la palabra amor

Benedicto XVI ha sorprendido una vez más al presentar él mismo su primera encíclica y aportar las razones del tema elegido, el amor. Para Benedicto XVI, en esta encíclica, Dios, Cristo y el amor «se funden como guía central de la fe cristiana»

Jesús Colina. Roma
Un momento de la audiencia del Papa Benedicto XVI a los miembros del Consejo Pontificio «Cor Unum», en la que comentó su primera encíclica.

No es común que un Papa presente una encíclica. Benedicto XVI lo quiso hacer, este lunes, en el Congreso sobre la Caridad que organizó en el Vaticano el Consejo Pontificio «Cor Unum». Su objetivo: «La palabra amor hoy está tan deslucida, tan ajada y se abusa tanto de ella, que casi da miedo pronunciarla con los propios labios». Y, sin embargo, «no podemos simplemente abandonarla, tenemos que retomarla, purificarla y volverle a dar su esplendor originario para que pueda iluminar nuestra vida». Publicamos el texto íntegro de la presentación que hizo el Papa:

«La excursión cósmica, en la que Dante en su Divina Comedia quiere involucrar al lector, termina ante la Luz perenne que es el mismo Dios, ante esa Luz que, al mismo tiempo, es el amor que mueve el sol y las estrellas. Luz y amor son una sola cosa. Son la potencia primordial creadora que mueve el universo. Si estas palabras del poeta dejan traslucir el pensamiento de Aristóteles, que veía en el eros la potencia que mueve el mundo, la mirada de Dante, sin embargo, percibe algo totalmente nuevo e inimaginable para el filósofo griego. La Luz eterna no sólo se presenta con los tres círculos de los que habla con esos densos versos que conocemos: ¡Oh, luz eterna, que sola en ti existes, sola te entiendes, y por ti entendida y entendiente, te amas y recreas! En realidad, la percepción de un rostro humano —el rostro de Jesucristo— que Dante ve en el círculo central de la luz es más conmovedora aún que esta revelación de Dios como círculo trinitario de conocimiento y de amor. Dios, Luz infinita, cuyo misterio inconmensurable había sido intuido por el filósofo griego, este Dios tiene un rostro humano y -podemos añadir- un corazón humano. En esta visión de Dante se muestra, por una parte, la continuidad entre la fe cristiana en Dios y la búsqueda promovida por la razón y por el mundo de las religiones; al mismo tiempo, sin embargo, en ella se aprecia también la novedad que supera toda búsqueda humana, la novedad que sólo el mismo Dios podía revelarnos: la novedad de un amor que ha llevado a Dios a asumir un rostro humano, es más, a asumir la carne y la sangre, todo el ser humano. El eros de Dios no es sólo una fuerza cósmica primordial, es amor que ha creado al hombre y que se inclina ante él, como se inclinó el Buen Samaritano ante el hombre herido, víctima de los ladrones, que yacía a la orilla de la carretera que descendía de Jerusalén a Jericó.

Amor: palabra deslucida

La palabra amor hoy está tan deslucida, tan ajada y se abusa tanto de ella, que casi da miedo pronunciarla con los propios labios. Y, sin embargo, es una palabra primordial, expresión de la realidad primordial; no podemos simplemente abandonarla, tenemos que retomarla, purificarla y volverle a dar su esplendor originario, para que pueda iluminar nuestra vida y llevarla por la senda recta. Esta conciencia me ha llevado a escoger el amor como tema de mi primera encíclica. Quería tratar de expresar a nuestro tiempo y a nuestra existencia algo de lo que Dante recapituló audazmente en su visión. Habla de su vista que se enriquecía al mirarla, cambiándole interiormente. Se trata precisamente de esto: de que la fe se convierta en una visión-comprensión que nos transforma. Quería subrayar la centralidad de la fe en Dios, en ese Dios que ha asumido un rostro humano y un corazón humano. La fe no es una teoría que uno puede asumir o arrinconar. Es algo muy concreto: es el criterio que decide nuestro estilo de vida. En una época en la que la hostilidad y la avidez se han convertido en superpotencias, en una época en la que asistimos al abuso de la religión hasta llegar a la apoteosis del odio, la racionalidad neutra por sí sola no es capaz de protegernos. Tenemos necesidad del Dios vivo que nos ha amado hasta la muerte.

Monseñor Paul Cordes, presidente del Consejo Pontificio «Cor Unum», visitando a los damnificados del huracán Katrina.

De este modo, en esta encíclica, los temas Dios, Cristo y Amor se funden, como guía central de la fe cristiana. Quería mostrar la humanidad de la fe, de la que forma parte el eros, el del hombre a su corporeidad creada por Dios, un sí que en el matrimonio indisoluble entre el hombre y la mujer encuentra su arraigo en la creación. Y en él, el eros se transforma en ágape, el amor por el otro que ya no se busca a sí mismo sino que se convierte en preocupación por el otro, disponibilidad a sacrificarse por él y apertura al don de una nueva vida humana. El ágape cristiano, el amor por el prójimo en el seguimiento de Cristo no es algo ajeno, puesto a un lado o que incluso va contra el eros; por el contrario, con el sacrificio que Cristo hizo de sí mismo por el hombre ofreció una nueva dimensión que, en la historia de la entrega caritativa de los cristianos a los pobres y a los que sufren, se ha ido desarrollando cada vez más.

Una primera lectura de la encíclica podría suscitar quizá la impresión de que está quebrada en dos partes, que no tienen mucha relación entre sí: una primera parte, teórica, que habla de la esencia del amor, y una segunda parte que trata de la caridad eclesial, de las organizaciones caritativas. Sin embargo, lo que a mí me interesaba era precisamente la unidad de los dos temas, que sólo pueden comprenderse adecuadamente si se ven como una sola cosa. Ante todo, era necesario afrontar la esencia del amor como se nos presenta a la luz del testimonio bíblico. Partiendo de la imagen cristiana de Dios, era necesario mostrar que el hombre está creado para amar y que este amor, que en un primer momento se manifiesta sobre todo como eros entre el hombre y la mujer, tiene que transformarse interiormente después en ágape, en don de sí al otro para responder precisamente a la auténtica naturaleza del eros. Con este fundamento, había que aclarar después que la esencia del amor de Dios y del prójimo descrito en la Biblia es el centro de la existencia cristiana, es el fruto de la fe.

La caridad en la Iglesia

Era necesario subrayar, en una segunda parte, que el acto, totalmente personal, del ágape no puede quedarse en algo meramente individual, sino que por el contrario tiene que convertirse también en un acto esencial de la Iglesia como comunidad: es decir, se necesita también una forma institucional que se expresa en la acción comunitaria de la Iglesia.

La organización eclesial de la caridad no es una forma de asistencia social que se sobrepone por casualidad a la realidad de la Iglesia, una iniciativa que también otros podrían tomar. Por el contrario, forma parte de la naturaleza de la Iglesia. Así como al Logos divino le corresponde el anuncio humano, la palabra de la fe, así también al Ágape, que es Dios, le tiene que corresponder el ágape de la Iglesia, su actividad caritativa. Esta actividad, además de su primer significado sumamente concreto de ayuda al prójimo, comunica también a los demás el amor de Dios, que nosotros mismos hemos recibido. En cierto sentido, tiene que hacer visible al Dios vivo. Dios y Cristo en la organización caritativa no tienen que ser palabras raras; en realidad, indican el manantial originario de la caridad eclesial. La fuerza de la Caritas depende de la fuerza de la fe de todos sus miembros y colaboradores.

El espectáculo del hombre que sufre toca nuestro corazón. Pero el compromiso caritativo tiene un sentido que va mucho más allá de la mera filantropía. Dios mismo nos empuja en nuestro interior a aliviar la miseria. De este modo, en definitiva, le llevamos a Él mismo al mundo que sufre. Cuanto más le llevemos consciente y claramente como don, más eficazmente cambiará nuestro amor el mundo y despertará la esperanza, una esperanza que va más allá de la muerte».

Dios es amor inaugura las encíclicas del pontificad

Desde este miércoles, fiesta de la Conversión de San Pablo, ya se puede leer la esperada encíclica de Benedicto XVI Deus caritas est (Dios es amor), en la que se rescata el concepto de amor en sus diferentes dimensiones, superando la visión obsesiva del eros que caracteriza a las sociedades consumistas. Esta atracción, que, como explica el mismo Papa, procede del mismo manantial de la bondad del Creador, y por tanto no es algo negativo, que hay que reprimir, ofrece la posibilidad para madurar en el amor hasta renunciar a sí mismo en favor del amado. De este modo, el eros se transforma en ágape, ese amor por el que uno ya no se busca a sí mismo, su goce, sino que busca sobre todo el bien del otro, convirtiéndose en un camino de purificación y de profundización. Y dado que esta dimensión de entrega es esencial al amor, el Papa considera que tiene que ser también esencial incluso estructuralmente en la vida organizativa de la Iglesia católica, que tiene por misión ser caricia de Dios para todos los que sufren. Esto es lo que diferencia a las organizaciones cristianas de ayuda, como es la Cáritas del resto de las organizaciones filantrópicas: su acción se convierte en expresión necesaria del amor con el que Dios ama a cada persona.

Por tradición, la primera encíclica de un pontificado es programática. Deus caritas est también lo es. No significa que se trata de un texto de gobierno, sino del estilo de un pontificado. Y el anuncio Dios es amor ha sido en estos primeros meses y será el eje central del pontificado.