El Papa recibe a Hebe de Bonafini, líder de las Madres de Plaza de Mayo
Ella lo llamó «basura» y «fascista». Ocupó la catedral de Buenos Aires. Él mantuvo silencio durante muchos años. Al final se encontraron en una audiencia íntima de casi dos horas. Hebe de Bonafini, líder de las Madres de Plaza de Mayo, pidió perdón al Papa. «¡Me equivoqué!», le dijo. «¡Déjelo así…!», replicó Francisco, enterrando en el pasado los insultos y el desprecio. Pero el presente argentino parece ser más borrascoso, y ninguno de los dos pudo evitar que su reunión haya sido leído políticamente en su país
Todo ocurrió la tarde del viernes 27 de mayo en la casa Santa Marta del Vaticano. Un diálogo privado que no apareció entre las citas oficiales del Pontífice ese día. En una silla de ruedas y acompañada de un puñado de personas, la señora de 87 años se acomodó en una salita de Santa Marta. Tenía en su cabeza el pañuelo blanco, el símbolo de las Madres que desde 1977 exigen noticias de sus hijos desaparecidos en la dictadura militar argentina (1976-1983).
Mientras esperaba que algún ujier introdujese al líder católico, de repente apareció él abriendo la puerta. Esto la sorprendió. «Nos dimos un largo abrazo», contó Bonafini a la prensa. A partir de ahí comenzó una conversación amena. Él se sentó a su lado y la oyó comprensivo, ella habló casi todo el tiempo.
Paradójicamente no se refirió a los desaparecidos, ni a las Madres de Plaza de Mayo. Usó 90 minutos para denunciar ante el Papa lo que llamó «violencia institucional» en la Argentina. «En cinco meses este Gobierno destruyó lo que hicimos en doce años», lamentó. Se refirió, en los peores términos, a la Administración del presidente Mauricio Macri. Fustigó el desempleo, la degradación de la juventud, la persecución policial, el cierre de fábricas, el alza de precios y otros problemas sociales.
Puso ejemplos sencillos. Habló del pan a 26 pesos, que «no se puede comer porque está hecho con harina basura». Y del pan «para los ricos, a 40 pesos. Todos bollitos bien cosidos, ricos. ¡Eso es violencia!».
«Dos horas contándole. Tal vez aquí en Europa, que están pegados al capitalismo, están contentos con el Gobierno de Macri. Los que pensamos en los pueblos nunca estamos bien con el capitalismo salvaje, nunca estamos bien con la violencia. No vine a contarle mentiras, ni fantasías», precisó.
«Me escuchó con mucha atención las dos horas que hablamos, me dijo que había muchas cosas que las sabía pero había otras que no las sabía. Me dijo que no me conocía así como le estaba hablando a él, fue muy cariñoso, me trató con mucho afecto. Pasaron muchas cosas que para nosotros son muy importantes. Nos demuestran que Francisco está con el pueblo, no está con los poderosos», añadió.
La grieta
Todos saben, en Argentina, que Bonafini fue y es uno de los principales soportes de los Kirchner. Del presidente Néstor primero y de su esposa, Cristina Fernández, después. Aunque ella misma reconoció que las Madres también desconfiaron del mandatario cuando asumió el poder en 2001. «Néstor no era lo que parecía», precisó. Y tenía razón, porque Kirchner nunca estuvo cercano a la lucha de los desaparecidos. Cambió de opinión cuando llegó al poder, y diversos analistas hablan de una transformación conveniente.
Lo cierto es que, como mandatario, favoreció la causa. Incluso económicamente. Y empoderó a numerosos exponentes de la llamada izquierda peronista. Movimientos radicales de lucha que integró en un régimen sustentado en la división clasista de la sociedad. Eso terminó por alimentar la confrontación nacional. Y creó la grieta.
Un fenómeno profundo y doloroso, que amenaza con ensuciar al mismo Papa. De ahí las acaloradas discusiones mediáticas antes y después de la audiencia con Hebe de Bonafini. Cuando se supo de esta reunión, arreciaron las críticas contras Francisco. Con manifestaciones en la prensa y en las redes sociales.
Entre periodistas y observadores se instaló una idea generalizada: «El Papa es peronista». No, es más, «el Papa es kirchnerista». Todo basado en algunas audiencias y gestos aislados del Pontífice, la mayoría de ellos sacados de contexto.
Pero la realidad demuestra otra cosa. Porque Bergoglio no mantiene solo relaciones con peronistas. Ha saludado en el Vaticano a personajes de todo el arco político argentino. E incluso una semana antes de saludar a Hebe de Bonafini, se reunió –también en privado y en Santa Marta– con Julio Bárbaro, un histórico dirigente peronista que por sus críticas contra Cristina Fernández ha sido catalogado como el más duro de los antikirchneristas.
«Cuando Francisco se reencuentra con su peor enemigo no está haciendo política, porque no existe nada que se logre ahí más que la madurez de las partes», explicó Bárbaro en entrevista con Alfa y Omega. Y precisó: «Salí de ver al Papa y escribí: “Tengo que salir de muchos odios”. Él me dijo: “Bonafini dijo cosas horribles de mí. Pero si quiere verme me siento muy satisfecho que lo quiera hacer”. (Francisco) reivindica el derecho de la fe a no tener las limitaciones de la política; ese reencuentro podría haber sido, para muchos, el símbolo de una unificación».
El problema de la sociedad argentina, reconoció, es que vive inmersa en un conflicto cuyos habitantes son incapaces de trascender. Mucha «gente común», presa de ese conflicto –admite–, está enojada con Francisco. Pero eso «es no entender que la fe está por encima de mí. Si no entiendo que el sacerdote supere la bronca entre uno y otro, no entiendo que exista alguien por encima de mi pequeñez. El Papa es la demostración de que se puede estar más arriba. Algunos lo podemos ver con admiración, pero a la mayoría le da bronca», ilustró.
«Los argentinos somos incorregibles»
Lejos de ser tomado como un gesto de reconciliación, la foto del Papa con la titular de las Madres de Plaza de Mayo no hizo más que echar más leña al fuego. En una grieta que parece destinada a acrecentarse. Los ecos de esta discusión llegaron hasta Santa Marta, y obligaron a Bergoglio a intervenir.
El Papa le escribió un correo electrónico a un amigo que terminó filtrándose a la prensa. Francisco recordaba que la mujer es una madre cuyos hijos están desaparecidos y no sabe cómo murieron, ni cómo los torturaron. Está tranquilo: «El Señor me da paz y trabajo», reconoció. Pero no se muestra ingenuo. Y confiesa estar al tanto del «operativo de prensa» montado contra él para ubicarlo dentro de la grieta.
Operaciones así las padeció ya en el pasado. Por eso no duda en constatar: «Los argentinos somos incorregibles». Y apuntó: «Esta señora, desde la plaza (de Mayo), me insultó varias veces con artillería pesada pero a una mujer a quien le secuestraron los hijos y no sabe cómo y cuánto tiempo los torturaron, cuándo los mataron y dónde los enterraron, no le cierro la puerta. Lo que veo allí es el dolor de una madre. Si me usa o no me usa no es mi problema. Mi problema sería no tratarla con la mansedumbre del pastor».