El Papa que vino del Este
Con motivo del viaje que realizó Juan Pablo II a Tierra Santa, en el año 2000, un rabino americano afirmó: «Será un viaje extraordinario por ser quien es. Es un hombre que ha hecho más contribuciones a las relaciones entre católicos y judíos que ningún otro Papa de la Historia, corrigiendo dos mil años de historia torcida, y ha sido capaz de hacerlo única y simplemente por ser quien es». Una afirmación que se puede aplicar a todo lo que hizo. El Papa, además de Vicario de Cristo, era un hombre cuya historia personal condicionó, como le ocurre a todo el mundo, sus obras. Juan Pablo II no se puede entender sin Lolek y sin Karol Wojtyla; pero, ¿quiénes eran ellos?
El nombre de Karol Wojtyla sí nos resulta familiar: un joven sacerdote polaco que ascendió rápidamente por la jerarquía eclesial para, más tarde, ser elegido Papa para sorpresa de muchos. Lolek, hijo de un militar, nació el 18 de mayo de 1920 en un país, Polonia, que acababa de renacer como nación moderna tras la primera guerra mundial. Pasó su infancia entre su casa, un hogar profundamente católico, que pronto quedó marcado por la muerte de su madre y de su hermano mayor; el colegio, donde siempre destacó por su inteligencia, su afán de saber y su inclinación a la filosofía; y las calles de su ciudad natal, Wadowice, una ciudad medieval rodeada de montañas y de campo, en cuyas calles solía jugar al fútbol con sus amigos, católicos y judíos. Pues bien, Lolek, Karol y Juan Pablo son la misma persona, para quien el papado no supuso una ruptura de aquella historia que se empezó a forjar en un hogar humilde, desde cuyas ventanas se veía la iglesia de Santa María.
A pesar del clima que se estaba empezando a vivir en Europa, tanto sus padres como su párroco siempre enseñaron a Lolek que el antisemitismo no era cristiano, algo que quedó grabado a fuego en él. Un amigo suyo, que lo fue durante toda su vida, contaba cómo siempre que jugaban al fútbol católicos contra judíos, y no había suficientes niños judíos, Lolek se ofrecía voluntario para rellenar los huecos. En otra ocasión, cuando este amigo, que era judío, entró a buscarle a la iglesia donde era monaguillo, y una mujer le reprochó su presencia allí, Lolek le tranquilizó más tarde diciéndole: «No debería haberte dicho eso. Todos somos hijos del mismo Dios». Por esa misma razón aceptaba las invitaciones de sus amigos a acompañarles a la sinagoga.
La familia: su primer seminario
Asimismo, asimiló de forma natural la profunda religiosidad que se vivía en su casa, donde, como en toda Polonia, la Virgen ocupaba un lugar primordial. Con tan sólo ocho años perdió a su madre, y sorprendió a los profesores cuando, después de sacarle de clase para darle la mala noticia, respondió: «Era la voluntad de Dios». Tres años después, su hermano, que era médico, se contagió de la escarlatina mientras intentaba salvar a un paciente, y murió. Desde que se había ido a estudiar fuera, Lolek pasó a dormir en la misma habitación de su padre, a quien él mismo definiría más tarde como un hombre profundamente religioso. «Yo solía despertarme por la noche -dijo más tarde-, y le encontraba de rodillas, rezando. Su ejemplo fue, de alguna forma, mi primer seminario, una especie de seminario doméstico». Lolek crecía, y nunca dejó de conseguir las mejores notas en clase. Con el tiempo, y a pesar de no haber sido nunca el típico empollón, su espíritu curioso, su inclinación a la filosofía y su facilidad para la oratoria le hicieron destacar. Empezaron a surgir voces que le animaban a ingresar en el seminario, incluidas la de su padre y la de Adam Stefan Sapieha, arzobispo de Cracovia, que, impresionado por un discurso que pronunció el joven durante una visita suya al colegio, pidió conocerle. Más tarde, Sapieha se convertirá en su mentor.
Vocación en la clandestinidad
Sin embargo, los planes de Karol Wojtyla iban por otros derroteros. Había entrado en un grupo de teatro, actividad que le apasionaba, y se trasladó con su padre a Cracovia para comenzar sus estudios universitarios de Filosofía y Literatura. Un año después de entrar en la universidad, los nazis invadieron Polonia y comenzó la segunda guerra mundial. Para evitar la deportación a un campo de trabajos forzados, Karol empezó a trabajar, primero en una cantera y luego en una fábrica de sosa cáustica. Mientras veía cómo muchos de sus amigos judíos desaparecían, y poco antes de la muerte de su padre, entró a formar parte de un grupo de teatro clandestino. Paradójicamente, después de todos los consejos que había recibido, fue en este período de peligro en el que, no sólo los judíos, sino también los sacerdotes católicos y los intelectuales, eran perseguidos y eliminados, cuando la vocación sacerdotal del joven Karol Wojtyla comenzó a tomar forma. Pidió en tres ocasiones que se le permitiera entrar en un monasterio de vida contemplativa, permiso que le fue denegado, porque el arzobispo Sapieha, consciente de sus dotes, juzgaba más conveniente otro camino. En octubre de 1942 fue uno de los diez primeros jóvenes que ingresaron en el seminario clandestino, y en la también clandestina Facultad de Teología de la Universidad de Cracovia. No había elegido un camino fácil, y no olvidará aquel Domingo Negro, en el que 8.000 hombres y muchachos fueron apresados y enviados a campos de concentración, o ejecutados. Sólo la Providencia impidió que los soldados nazis, que recorrieron la ciudad casa por casa, dejaran una casa en particular sin entrar en el sótano, donde un joven seminarista, llamado Karol, rezaba temblando de miedo. Sin embargo, siguió adelante y recibió las dos primeras Órdenes menores en diciembre de 1944, apenas un mes antes de que los rusos liberaran Cracovia. En diciembre de 1945, recibió las otras dos Órdenes menores. Un año después, y con un intervalo de doce días, fue ordenado diácono (20 de octubre) y sacerdote (1 de noviembre de 1946).
Casi inmediatamente dejó Polonia para continuar sus estudios en Roma. En poco más de dos años, terminó la licenciatura en Teología, el doctorado en Filosofía y, ya de vuelta en Polonia, el doctorado en Teología. También había recibido su primer encargo como sacerdote, la parroquia rural de Niegowic, sin agua corriente ni electricidad. Algunos de sus amigos creyeron que monseñor Sapieha quería hacerle pasar por una prueba de fuego, pero nunca hizo nada que dificultase o impidiese su carrera. Durante los siete meses que duró su estancia allí, además de encargarse de la parroquia, viajaba de una aldea a otra para visitar las escuelas, y consiguió organizar un grupo de teatro para jóvenes.
El sacerdote y los jóvenes
Al igual que durante su pontificado, los jóvenes siempre ocuparon un lugar primordial en su agenda. En su siguiente destino, la parroquia de san Florián, trabajó de forma regular con jóvenes universitarios, trabajo que incluía marchas de hasta tres semanas por las montañas y debates sobre religión, filosofía y ética de la sexualidad y el matrimonio. Con la llegada del comunismo a Polonia se había prohibido a los sacerdotes dirigir grupos de jóvenes, por lo que, en sus actividades con ellos, vestía como un seglar y los jóvenes le llamaban tío en vez de padre. Al endurecerse la persecución contra los sacerdotes católicos, el padre Wojtyla recibió el encargo de interrumpir sus deberes sacerdotales durante dos años para continuar sus estudios. El arzobispo Baziak, a quien el difunto arzobispo Sapieha había encargado que siguiera la carrera del sacerdote, promocionaba así su carrera, al tiempo que le protegía, en parte, de la persecución. Durante los años siguientes compaginó los estudios -otra vez clandestinos a partir de 1954-, la escritura, el deporte y las actividades con jóvenes. Al poco tiempo empieza a dar clases de Ética en la Universidad Católica de Lublin, otra vez cerca de los jóvenes.
En una convivencia con jóvenes estaba cuando, el 4 de julio de 1958, el arzobispo Baziak le pidió que volviera a Cracovia para comunicarle su nombramiento como obispo auxiliar. Una vez recibida la noticia, pidió permiso para volver a la convivencia. La ordenación episcopal se celebró el 28 de septiembre del mismo año. Es el primer paso de una rápida ascensión, a la cual, incomprensiblemente, los líderes comunistas no pusieron ningún obstáculo, a pesar de que en ningún momento ocultó sus ideas. Su época de obispo no es más que un preludio, una vez más, de lo que será su pontificado. Un aspecto muy claro es el de los viajes. Todo el mundo sabe que Juan Pablo II ha sido el Papa que más ha viajado. Lo que quizá no sepan tantos es que, antes de ser Papa, ya había estado en siete países europeos (incluidas las dos Alemanias), y en Tierra Santa, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Guinea y Filipinas.
El cardenal Wojtyla
Cuando Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II, el obispo Wojtyla recibió la noticia con entusiasmo. Fue de los primeros en enviar una orden de trabajo a Roma, y también uno de los catorce obispos polacos que asistieron (el régimen comunista impidió que otros once salieran del país). Durante las sesiones de trabajo, se alineó en muchos aspectos con los reformistas, y sorprendió la presencia de varias mujeres entre sus ayudantes. Karol Wojtyla contribuyó decisivamente al desarrollo del Concilio: colaboró en la redacción de la Constitución Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo; promovió cambios en la política de censura de la Iglesia -gracias a los cuales las obras de Kant y Defoe, entre otros, dejaron de estar prohibidas-; defendió una Iglesia en la que el papel de los laicos estuviera más reconocido y alentado; fue uno de los autores de la sección del Decreto Nostra aetate en la que se exculpaba al pueblo judío de la responsabilidad en la muerte de Jesús; y, asimismo, invitó a la Iglesia a involucrarse en la defensa de los derechos humanos y a buscar solución a los problemas del mundo, y no sólo a los de los católicos, para evitar convertir su mensaje en el soliloquio de una Iglesia aislada. No es de extrañar que, ya siendo Papa, uno de sus mayores empeños haya sido realizar, consolidar y recordar el legado del acontecimiento eclesial más importante del siglo. Esta labor también hizo que comenzara a ser conocido entre la jerarquía eclesial, aunque para el gran público siguiera siendo uno más.
A lo largo del pontificado de Pablo VI, de quien fue amigo y confidente, y a quien ayudó a redactar la encíclica Humanae vitae, su carisma se fue haciendo evidente y su prestigio iba en aumento. El 28 de junio de 1967, ese mismo Papa le crea cardenal de la Santa Iglesia católica y, nueve años más tarde, fue el elegido para dirigir en Cuaresma los Ejercicios espirituales del Papa en Semana Santa. Durante esos años, su vida transcurrió entre Roma, Polonia y los lugares a los que le llevaban sus visitas pastorales -ya mencionados antes-. Además, también se dedicó a estudiar idiomas, llegando a dominar ocho, lo que le fue tremendamente útil después. Sin embargo, nunca dejó de sentir a Polonia como su hogar, ni aun después de su traslado definitivo a Roma como Papa. Uno de los viajes más importantes al Vaticano fue el que realizó en agosto de 1978, para participar en el Cónclave que eligió a Albino Luciani, Juan Pablo I, como sucesor de Pablo VI. Aunque su pontificado duró sólo 33 días, una de las pocas cosas que tuvo tiempo de hacer fue elegir al cardenal Wojtyla como consejero.
Poco después se produjo un viaje todavía más importante a Roma. El entonces cardenal Wojtyla, cuando murió Juan Pablo I, se encontraba en la República Federal de Alemania, país que tuvo que dejar para asistir al funeral del Papa y formar parte del Cónclave. Tras la problemática etapa final del pontificado de Pablo VI y la prematura muerte de Juan Pablo I, un cambio se fue gestando entre los cardenales presentes en el Cónclave. Por mera estadística, era fácil de suponer que el nuevo Papa sería conocido de los cardenales italianos, que eran mayoría, aunque no tan amplia como se pudiera pensar. Sin embargo, a lo largo de las ocho votaciones, repartidas en dos días, un obispo joven y vital, procedente de Europa del Este, se fue perfilando como el mejor candidato, hasta que, finalmente, alcanzó la mayoría necesaria para ser elegido: dos tercios de los votos más uno.
El Papa que vino del Este
Cuando, tras la aparición de la fumata blanca, se pronunció un nombre extranjero, la multitud reunida en la Plaza de San Pedro quedó sumida en el desconcierto. Sin embargo, éste desapareció cuando, en sus primeras palabras como Papa, Juan Pablo II -nombre que escogió como homenaje a sus tres predecesores inmediatos- pidió, en perfecto italiano, que le corrigieran si cometía algún error lingüístico, a la vez que lanzó ese grito lleno de esperanza que no dejaría de repetir a lo largo de su pontificado: «¡No tengáis miedo!… ¡Abrid las puertas a Cristo!».
Aun así, poco se sabía de él. La revista People le nombró una de las 25 personas más intrigantes del año 1978. Luego, poco a poco, se empezó a saber más de él: era un hombre deportista, con una capacidad de trabajo asombrosa. Siempre combinó perfectamente la seriedad y el buen humor, y aunque quería ser testigo de esperanza, no por ello dejó de decir nunca las cosas claras y de expresar sin reparos la posición de la Iglesia. Pronto también destacó como intelectual, aunque quienes lo conocieron afirman que combinaba esta faceta racional, rigurosa y cultivada, con la fe sencilla del pueblo. Con el tiempo, ha llegado a ser el Papa más viajero, más mediático, el primero cuyo mensaje ha sido verdaderamente global, y el que ha llevado a los altares a más Beatos y santos -más que en los cuatrocientos años anteriores-.
Un pontificado para la Historia
A quien haya leído hasta aquí no pueden sorprenderle las distintas direcciones que tomó el pontificado de Juan Pablo II: implicación en la defensa de la dignidad y los derechos humanos y en la solución de los problemas del mundo trabajando intensamente en favor de la paz, esfuerzo continuo por mantener y extender el legado del Concilio Vaticano II, apuesta decidida por el ecumenismo, afán de visitar y llevar la Buena Noticia a todos los rincones de la tierra, y una dedicación especial a los jóvenes; sin olvidar, por supuesto, su magisterio -catorce encíclicas, más Cartas y Exhortaciones apostólicas, Constituciones, Bulas y discursos leídos en sus viajes y actos públicos-. Afrontar del modo que lo hizo todo este inmenso campo de acción explica muy bien el hecho de que estuviera especialmente consagrado y se encomendara plenamente al ser humano que más cerca estuvo de Jesús en su vida terrena y que, después, también oró y recibió el Espíritu Santo con el primer Papa y el resto de los Apóstoles: la Virgen María. La devoción por Ella la trajo el Papa de Polonia, y se encomendó a ella con su lema Totus tuus, y también en junio de 1981, apenas un mes después de sobrevivir a un atentado.
Como defendió en el Vaticano II, no sólo se preocupó de ser pastor de los católicos, sino que, además, quiso hacer oír la voz de la Iglesia en defensa de la justicia y los derechos humanos de todos, en nombre de la sagrada dignidad del hombre, creado a imagen de Dios. Siempre denunció cualquier ataque contra los derechos humanos -tanto los del comunismo y el nazismo como los cometidos por el capitalismo salvaje-. Santiago Martín, que escribió una de las múltiples biografías sobre el Papa, señaló claramente cuáles habían sido sus mayores preocupaciones en este sentido: «Cuando pasen los años y él ya no viva en medio de los hombres, convendrá recordar, para decir a unos y a otros: el Papa Wojtyla, Juan Pablo II, aquel Pontífice que contribuyó a derribar el Muro de Berlín y que tanto hizo por ayudar a los pobres, decía esto sobre el aborto, aquello sobre la clonación terapéutica, habló así sobre la eutanasia, puso estos límites al capitalismo, exhortó a defender los derechos de la mujer, rechazó con estas palabras el terrorismo, advirtió sobre los nacionalismos exacerbados, y todo lo demás».
Paz, justicia, perdón
Especial protagonismo tuvo en la defensa de la justicia y la paz. Todo ello se realizó de las más diversas formas, desde sus apariciones públicas hasta los múltiples encuentros con los protagonistas de la política internacional, pasando por sus mensajes, personales o a través de delegaciones, ante organismos internacionales como la Asamblea General y varias cumbres de la ONU, la UNESCO, la Conferencia Internacional de Trabajadores y la sede europea en Estrasburgo. Y en esto, como en todo lo demás, nunca dejó de acudir a Dios y a la Virgen para solicitar su ayuda y protección. Siempre recordó en la oración las zonas del mundo que más lo necesitaran en ese momento, además de consagrar y encomendar el mundo entero al Inmaculado Corazón de María, el 13 de mayo de 1982, al cumplirse un año del atentado contra su vida. Además, convocó cinco jornadas mundiales y encuentros de oración por la paz, el último de ellos, ecuménico, el 14 de febrero de 2002, tras el atentado contra las Torres gemelas de Nueva York y la guerra en Afganistán y Oriente Medio.
Siempre defendió que la paz sólo se puede conseguir con perdón, realidad que no fue sólo teórica, sino que también predicó con su vida. El día de la Virgen de Fátima, 13 de mayo de 1981, el turco Ali Agca consiguió disparar al Papa en la Plaza de San Pedro. Aunque el Pontífice estuvo muy grave, a los pocos días anunció que había perdonado a su atacante y pidió oraciones por él. No terminó ahí su relación. En enero de 1984 le visitó en la cárcel, y manifestó su alegría cuando el Gobierno italiano anunció su indulto con motivo del Jubileo del año 2000. Otro ejemplo de la importancia que dio al perdón y la reconciliación se produjo también con motivo de dicho Jubileo. Esta vez, en cambio, fue él quien pidió perdón, en nombre de la Iglesia, por los errores que más se le han reprochado a ésta a lo largo de la Historia. A la máxima que siempre ha propuesto el Magisterio de que «no hay paz sin justicia», añadió con especial vigor: «ni justicia sin perdón».
Ecumenismo y diálogo interreligioso
Otra constante del pontificado de Juan Pablo II fue la gran importancia que tuvo para él acercar a todas las religiones del mundo, especialmente a las de Abraham -cristianismo, judaísmo e Islam-. Por ello dedicó una de sus encíclicas, Ut unum sint, al compromiso por el ecumenismo. Aparte de los numerosos encuentros con comunidades y líderes de otras religiones, declaraciones conjuntas, celebraciones y oraciones ecuménicas, misas celebradas por ritos orientales en San Pedro y otras muestras de buena voluntad, se han dado pasos más allá. Por ejemplo, se han resuelto las principales controversias ideológicas con los ortodoxos y se ha firmado, junto a la Federación Mundial Luterana, un documento sobre la doctrina de la justificación, uno de los principales escollos en la relación con los protestantes. Diversos líderes luteranos y anglicanos no se opusieron a que el Papa actuara como portavoz de los cristianos. También se consiguió un diálogo más estrecho con los protestantes evangélicos. En cuanto a las religiones no cristianas, se vivió el mejor momento en trece siglos de convivencia con los musulmanes, y se reconoció una especial importancia a las relaciones de la Iglesia con el pueblo judío.
Significativamente, el número de encuentros aumentó a medida que se acercaba el año 2000. Para Juan Pablo II fue muy importante guiar a la Iglesia en el cambio de milenio, y quiso que fuera algo significativo. A este evento dedicó dos Cartas apostólicas, una para su preparación y anuncio (Tertio millennio adveniente, el 10 de noviembre de 1994), y otra al comenzar el milenio (Novo millennio ineunte, el 6 de enero de 2001). A los tres años de preparación -uno dedicado a cada Persona de la Santísima Trinidad-, bajo la protección de la Virgen, se unieron, ya en el Año Jubilar 2000, todas las celebraciones. El Pontífice puso un gran empeño en acercarse con este motivo a todos y cada uno de los católicos, dedicando celebraciones especiales a todas las edades, sectores profesionales y situaciones posibles. Como muestra, un botón: hubo, entre otros, Jubileo de los trabajadores, de los sacerdotes, de los presos, de los jóvenes, de los obispos, de los niños, de las familias, de los periodistas, de los Jefes de Gobierno y los políticos, de los profesionales de la salud… Aunque no fuera de los actos relativos al cambio de milenio, también se recordará que fue durante su pontificado (para ser más exactos, en octubre de 1992) cuando se publicó la nueva edición del Catecismo de la Iglesia católica, a la que más tarde se añadiría la versión oficial latina, en agosto de 1997. Por otra parte, Juan Pablo II promulgó el nuevo Código de Derecho Canónico, el 25 de enero de 1983.
Es imposible recoger en unas páginas lo que fue la vida y obra de este gran hombre, que nunca se rindió ante sus limitaciones físicas -cada vez más evidentes en los últimos años de su vida-, en su afán por salvar al mundo de sí mismo y acercarle al reino de Dios. Nadie permaneció indiferente a él, y, si bien tuvo sus detractores, es igual de cierto que levantó pasiones de afecto y de adhesión inmensos, y no sólo entre los católicos, ya que muchos fuera de la Iglesia católica lo consideraron también punto de referencia, con una autoridad moral indiscutible.
Juan Pablo II ha sido el primer Papa no italiano en 455 años, y el más joven desde 1846. Un inicio más que prometedor para un Papa que no ha dejado de hacer cosas que ningún Papa antes había hecho.
Juan Pablo II ha sido…
…el primer Papa eslavo;
…el primer Papa en visitar la Casa Blanca;
…el primer Papa en hacer público un informe financiero de la Santa Sede (el del año 1986, publicado en marzo de 1988);
…el primer Papa en enviar a una mujer como cabeza de una delegación de la Santa Sede (fue en septiembre de 1995, a la IV Conferencia de la ONU sobre la Mujer);
…el primer Papa en firmar un documento importante fuera del Vaticano (la Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Africa);
…el primer Papa en mandar un documento por correo electrónico (la Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Africa);
…el primer Papa que ha beatificado a un gitano, a un mártir del comunismo, a un matrimonio y a un indígena;
…el primer Papa que, en un mismo año, celebra tanto la Misa del Gallo de Nochebuena, como el mensaje de Navidad y la bendición urbi et orbi en la Plaza de San Pedro (con motivo del Jubileo del año 2000);
…el primer Papa en cruzar el umbral de una mezquita, y de una sinagoga
…el primer Papa que ha rezado en la basílica de San Pedro con dos obispos luteranos, desde la Reforma.