El Papa no viajará aún a Sudán del Sur pero su dinero sí ha llegado
Francisco envió el año pasado 100.000 euros del Óbolo de San Pedro para ayudar a los afectados por dos años de inundaciones continuas en el norte
En Malakal, en Sudán del Sur, «ya nos estábamos preparando para la visita del Santo Padre, a pesar de las dificultades». Lo explica a Alfa y Omega Stephen Nyodho Ador Majwok, el obispo de esta diócesis que comprende los estados del Alto Nilo, Unity y Jonglei, y dos áreas administrativas; un tercio del país. La ONU iba a llevar a Juba, en avión, a 100 personas «de lugares donde no se puede acceder por ningún otro medio» a causa de las inundaciones que afectan gravemente a la región desde hace dos años.
Luego llegó la noticia de que la visita del Papa se iba a posponer. A la espera de que se reponga de la rodilla, el 3 de julio estará en la República Democrática del Congo su secretario de Estado, mientras que Francisco celebrará en San Pedro una Misa por el rito zairense. En Sudán del Sur, más fuerte que la decepción fue la preocupación por su salud. En Malakal se le siente muy cerca, por la ayuda de 100.000 que envió a la zona entre octubre y diciembre a cargo del Óbolo de San Pedro, cuya colecta se celebró el pasado miércoles. El objetivo era paliar las consecuencias de las inundaciones. Desde 2020, las precipitaciones de cada estación lluviosa han sido tan fuertes que, además de desbordar el Nilo, en algunas zonas se acumuló tanta agua que no se secaba de un año para otro.
El obispo fue el primero que notificó a la Santa Sede la gravedad de la situación después de las lluvias de julio y agosto. Más adelante, visitó la zona e informó al Santo Padre el nuncio, Hubertus Matheus Maria van Megan. «La zona más afectada es Bentiu, en Unity: casi un 70 % de la tierra está aún bajo el agua», describe Ador. Allí, en el campo de refugiados más grande del país, 120.000 personas desplazadas por la guerra empezaban a salir adelante cultivando pequeños terrenos. La lluvia se lo llevó todo, y trajo a 50.000 nuevos vecinos.
En las zonas inundadas, los que no han perdido su casa la intentan proteger con precarios diques de lodo que reparan cada día. Muchos han perdido también sus campos y a sus animales, a los que se sienten muy unidos. «Un hombre se quedó sin más de 50 vacas, y casi se suicidó», relata el obispo. Para buena parte de los niños ya no hay colegio, bien porque «está sumergido», bien porque no pueden pagar la barca que hace falta para un camino que antes se hacía andando. También están aumentando los casos de malaria por la proliferación de mosquitos, y las muertes por mordedura de serpientes. El obispo no se creía del todo esto último, confiesa. «Hasta que en Bentiu conocí a una mujer a la que había mordido una, y pasó tres horas en el agua hasta que pudo llegar a tierra seca y recibir atención médica».
También llegaron desplazados a Malakal. Pero allí es difícil encontrar alojamiento. La ciudad está «destruida por la guerra de 2013», ya que «cambió varias veces de manos», explica su pastor. Hace solo una semana, la Iglesia volvió a repartir lonas a los desplazados que se habían instalado en torno a la parroquia de San Daniel Comboni. En un primer momento las lonas, junto con mosquiteras y colchonetas eran lo más necesario porque todavía llovía y «la gente estaba viviendo al aire libre». A ello se dedicó buena parte del donativo del Papa. Ahora, a medida que pasa el tiempo, «la cuestión de la comida se está volviendo prioritaria». Al no haber podido cultivar el año pasado, varias zonas se enfrentan a una seria escasez.
La diócesis y Cáritas han atendido a 45.000 personas, pero según el obispo 1,5 de los cinco millones de habitantes de la región necesitan asistencia. Las necesidades aún son «tremendamente elevadas». Para cubrirlas «dependemos completamente» de la ayuda externa. «Después de la guerra estábamos empezando casi de cero» e intentando reconstruir, cuando llegó este desastre natural. «Es estresante», reconoce Ador.
«Y según los expertos, este año podría llover incluso más», teme. El suelo está tan empapado que es difícil que pueda absorber más líquido, por lo que las inundaciones se agravarán. Aunque las lluvias empezaron de nuevo en primavera, miran al cielo intentando adivinar qué ocurrirá en julio y agosto, cuando empeoren. «Estamos avisando a la gente de que vayan a las zonas altas, y ya estamos pidiendo ayuda a nuestros socios». Al mismo tiempo, «seguimos agradecidos al Papa» por su ayuda y a Dios, ya que por medio de él «respondió a las oraciones de su pueblo vulnerable». «Rezamos para que se recupere pronto y pueda hacer su viaje».
Entre junio y diciembre de 2021, 4.300 solicitantes de asilo entraron en Lituania desde Bielorrusia. La situación llamó menos la atención que la de Polonia, que recibió a 15.000. Pero era una cifra «inusualmente» alta y causó «un poco de frustración» en el pequeño país báltico, confiesa Lauryna Daukšaitė, de Cáritas Vilna. «Finalmente todos fueron ubicados en campos» construidos ex profeso por las autoridades, mientras se tramitaba su solicitud de asilo. «Los procedimientos se están prolongando mucho».
Cáritas, en colaboración con las autoridades y otras ONG, intenta hacer llevadera la espera. Además de ayuda humanitaria, social y psicológica, «mediamos con las instituciones» y «organizamos actividades para los niños, las familias y los adultos, como deportes, actividades artísticas, concursos sobre nuestro país y el suyo, juegos de mesa o bailes». A cuenta del Óbolo de San Pedro, el Papa les hizo llegar 50.000 euros, «una generosa donación» que «utilizamos para comprar ropa y calzado, especialmente importantes en invierno». Aunque la guerra en Ucrania ha hecho que se olvide esta realidad, «Cáritas sigue trabajando».