El Papa, más cercano
El Papa Francisco ha cumplido su sueño de juventud de viajar como misionero al continente asiático. Durante cinco días, ha mostrado al mundo, con sus mensajes y con sus gestos, cómo es la Iglesia que quiere: una Iglesia cercana y con actitud de madre, que abre para todos el corazón del Padre
El Papa Francisco ha cumplido un sueño que acariciaba desde joven: ir a Asia como misionero. Él mismo contaba, hace poco más de un año, que de joven escribió al padre Arrupe «para que me mandara a Japón o a alguna otra parte». Tenía la mirada en Asia, pero una enfermedad en el pulmón lo dejó en Buenos Aires. A mediados del mes pasado, Dios le concedió su deseo de ir en misión a un país asiático, Corea del Sur, una nación en la que sólo el diez por ciento de la población es católica, pero en la que cada año reciben el Bautismo más de 100 mil adultos.
El perdón, la puerta para una única Corea
No ha sido una visita fácil, pues el país arrastra desde mediados del siglo pasado el fantasma de la división, en un conflicto latente pero constante. Tan es así que el régimen de Corea del Norte ordenó el disparo de tres misiles en unas maniobras militares que tuvieron lugar tan sólo unos minutos después de que el Papa aterrizara en el aeropuerto de Seúl.
Por eso las llamadas del Papa a la reconciliación han sido continuas durante este viaje. Durante la Misa de Paz y Reconciliación en Seúl, el Papa pidió a Dios «la gracia de la paz y de la reconciliación. La Misa de hoy es, sobre todo y principalmente, una oración por la reconciliación en esta familia coreana». El Papa lamentó «la experiencia histórica del pueblo coreano, una experiencia de división y de conflicto, que dura más de sesenta años». En su encuentro con los jóvenes, el Papa matizó que no hay dos Coreas, sino que «sólo hay una Corea, pero dividida. ¿Cómo ayudar a que esta familia se una? Antes de nada, orar por nuestros hermanos del Norte: Señor, somos una familia, ayúdanos a la unidad, Tú puedes hacerlo».
En esta tarea de la reconciliación tienen un papel destacado los cristianos, por lo que el Papa les pidió a los de Corea «que revisen cómo es su contribución a la construcción de una sociedad justa y humana». En esta colaboración, «el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación: éste es el mensaje que les dejo como conclusión de mi visita a Corea. Tened confianza en la fuerza de la cruz de Cristo. Recibid su gracia reconciliadora en vuestros corazones y compartidla con los demás. Os pido que deis un testimonio convincente del mensaje reconciliador de Cristo en vuestras casas, en vuestras comunidades y en todos los ámbitos de la vida nacional».
Con la cercanía de un padre
El equipaje del Papa ha venido de Corea un poco más cargado que cuando fue. El Papa se trajo un regalo que le hicieron en la catedral de Seúl: una corona de espinas de Cristo, elaborada con la alambrada que divide las dos partes de la única Corea. Y también un ramo de flores que le regaló una niña coreana a la salida de la Nunciatura en Seúl y que, a la vuelta, dejó ante la imagen de la Virgen en la basílica de Santa María la Mayor, en Roma.
Éstos han sido sólo dos de los gestos de cercanía al pueblo coreano que ha dejado el Papa a su paso por el país asiático. Durante estos días, el Santo Padre ha hecho llegar su oración y su saludo a los familiares de las víctimas del naufragio del ferry Sewol, que en abril pasado se cobró la vida de casi 300 personas. El Papa Francisco les envió una carta de consuelo: «Queridos familiares, que Dios esté con vosotros. Os amo», les dijo el Papa.
Asimismo, totalmente fuera del programa oficial, uno de estos familiares, Ho-jin Lee -que perdió a un hijo en este suceso-, al saludar al Papa, le pidió el Bautismo. Tras su sorpresa inicial, el 17 de agosto, el Papa Francisco le bautizó en la capilla de la Nunciatura Apostólica de Seúl; el nombre cristiano que tomó al recibir el Bautismo fue, precisamente, Francisco.
Siguiendo su propio deseo de una Iglesia que sea un hospital de campaña en el que se curen las heridas de tantos, el Papa Francisco se acercó a siete mujeres coreanas -las llamaban mujeres confort– que, durante la Segunda Guerra Mundial, fueron obligadas por el ejército japonés a prostituirse. «En aquella invasión, siendo niñas, fueron raptadas, llevadas a los cuarteles para abusar de ellas…, y no han perdido su dignidad. Es un pueblo que tiene una gran dignidad», dijo el Papa al hablar en el avión de vuelta.
Y como las periferias existenciales son especial objetivo del pontificado del Papa, no dudó en detenerse unos minutos a rezar en el Jardín de los niños abortados, un terreno plantado con numerosas cruces blancas, en el que se reza por aquellos niños a los que no se ha dejado nacer.
¿Hay algo por lo que estaríamos dispuestos a morir?
Si los niños no nacidos son las principales víctimas de un mundo que cada vez se odia más a sí mismo, los mártires son las víctimas de la persecución directa contra Dios. Durante este viaje, el Papa quiso presidir al beatificación de 124 mártires de la Iglesia coreana. «Jóvenes de Asia, ustedes son los herederos de un gran testimonio, de una preciosa confesión de fe en Cristo»: fue lo primero que les dijo el Papa a los jóvenes asiáticos. «En nuestros días -afirmó el Santo Padre durante su visita a Corea-, muchas veces vemos cómo el mundo cuestiona nuestra fe, y de múltiples maneras se nos pide entrar en componendas con la fe, diluir las exigencias radicales del Evangelio y acomodarnos al espíritu de nuestro tiempo». Sin embargo, los mártires «nos invitan a poner a Cristo por encima de todo. Nos hacen preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos dispuestos a morir».
Encuentro con los jóvenes
Junto al recuerdo de los mártires, la otra motivación principal del Papa en este viaje fue la clausura de la VI Jornada de la Juventud Asiática. En un entorno económicamente emergente, en el que priman la competitividad y la rivalidad, el Papa recordó que, «cerca de nosotros, muchos de nuestros amigos y coetáneos, aun en medio de una gran prosperidad material, sufren pobreza espiritual, soledad y callada desesperación. Parece como si Dios hubiera sido eliminado de este mundo. Es como si un desierto espiritual se estuviera propagando por todas partes. Afecta también a los jóvenes, robándoles la esperanza y, en tantos casos, incluso la vida misma». Por eso, los jóvenes cristianos deben ser «una fuerza generosa de renovación espiritual en todos los ámbitos de la sociedad; que combatan la fascinación de un materialismo que ahoga los auténticos valores espirituales y culturales, y el espíritu de competición desenfrenada que genera egoísmo y hostilidad»; porque «no dura la felicidad que se compra; sólo la felicidad del amor es la única que dura. El camino del amor es sencillo: ama a Dios y ama al prójimo, a quien está cerca de ti, a quien necesita amor».
El Pontífice recordó también cuál es la oración «que todo joven debe hacer: ¿Señor qué quieres tú de mí? No te preguntes: ¿Qué camino debo seguir? Tú no tienes que seguir ningún camino. Tú tienes que seguirlo a Él y preguntarle: ¿Qué debo hacer?». Y, como en otras ocasiones, este experto en juventud, recordó a los más jóvenes que «podemos hacer cosas horribles, pero, por favor, no os desesperéis, siempre está el Padre que nos espera. Volved, volved a casa, porque os espera el Padre. Y si sois muy pecadores, no os preocupéis, porque habrá una gran fiesta. Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca se cansa de esperarnos».
Roma está cada día más cerca de Pekín. El primer acercamiento del Papa Francisco le ha llevado a Corea, pero -como buen jesuita- tiene el corazón puesto en China. Durante este último viaje, envió al Presidente chino el habitual telegrama de saludo que el Papa envía cuando sobrevuela el espacio aéreo de otro país al volar fuera del Vaticano. Durante el viaje de vuelta, el Papa contó a los periodistas que, después de enviar el saludo desde el avión, «volví a mi asiento y recé un buen rato por el grande y noble pueblo chino… Pensaba en los grandes sabios chinos, una historia de ciencia, de sabiduría… También los jesuitas tenemos allí parte de nuestra historia, con el padre Ricci… Todas estas cosas me venían a la cabeza. ¿Que si me gustaría ir a China? Por supuesto: ¡mañana! Sí», dijo el Papa abiertamente. Y continuó: «Respetamos al pueblo chino; la Iglesia pide únicamente libertad para su misión, para llevar a cabo su tarea; no hay más condiciones». Tras recordar la Carta de Benedicto XVI a los católicos chinos, recordó que «la Santa Sede siempre está abierta a los contactos: siempre, porque tiene una verdadera estima por el pueblo chino».
Y parece que la estima es mutua: no hace mucho, en un gesto de acercamiento, el diario oficial del Gobierno chino en lengua inglesa reprodujo la entrevista del Papa al Corriere della Sera, en la que éste decía: «Estamos cerca de China. Le envié una carta al Presidente Xi Jinping, cuando fue elegido, tres días después que yo. Y él me respondió. Hay contactos. Es un gran pueblo al que quiero mucho».
Les gusta que les llamen los mediterráneos de Asia, y presumen de ser más abiertos que sus vecinos de China -ante quienes se sienten muy vulnerables- o sus eternos rivales de Japón. Es un pueblo muy fuerte, con un tesón a prueba de dictaduras militares y crisis económicas brutales como la de 1997. Y están obsesionados con la seguridad; siempre. Una sociedad próspera donde gobierna Geun-hye Park, mujer brava con aspecto frágil que puede perfectamente medirse con Angela Merkel, previa autorización de los chaebol: los Hyundai, Samsung, etc. que imponen su modelo social y empresarial. Dicho de otro modo, y con palabras de un experto diplomático: «Son enormes conglomerados empresariales que se meten en todo, creando una terrible desigualdad».
Esto el Papa lo sabe. Y sabe también dónde están los agujeros negros de los que nadie habla pero todos se duelen: los suicidios y el machismo. Corea del Sur es el país de la OCDE con mayor número de suicidios, y en la mayoría de los casos se trata de adolescentes que prefieren quitarse la vida a seguir enfrentándose a un sistema educativo inhumano, que les obliga a competir desde la infancia alentados ferozmente por sus propios padres. También se da con frecuencia en otro colectivo: trabajadores que han llegado lejos pero que, ante un ascenso o un incremento de responsabilidades, se consideran incapaces de mantener el nivel. El dilema es idéntico: Voy a defraudar a mi familia o a mis jefes, así que me voy. No puedo más. Eso, en el mejor de los casos, que es ser varón. La mujer es la gran asignatura pendiente del país.
Por eso el Papa les dijo a las autoridades: «Corea afronta importantes problemas sociales, divisiones políticas, inequidades económicas. Es importante escuchar la voz de cada miembro de la sociedad». Y a los obispos coreanos: «En estas circunstancias, los agentes pastorales sienten la tentación de adoptar no sólo modelos eficaces de gestión, programación y organización tomados del mundo de los negocios, sino también una mentalidad guiada más por los criterios mundanos del éxito que por los criterios de Jesús». Y a los fieles: «La esperanza que nos ofrece el Evangelio es el antídoto contra el espíritu de desesperación que parece extenderse como un cáncer en una sociedad exteriormente rica, pero que a menudo experimenta amargura interior y vacío».
Pero, sobre todo, les gritó a los jóvenes: «¡Despertad! Nadie dormido puede cantar, bailar, alegrarse. No me gusta cuando veo gente joven que duerme. ¡No! ¡Despertad!». Con un toque de atención a la Iglesia coreana en su labor social: «Ante el grito de tantas personas en nuestras ciudades anónimas, no respondamos como aquellos que rechazan a los que piden. Tenemos que ser como Cristo, que responde siempre a quien le pide ayuda».
Corea del Sur ha vivido demasiado deprisa el último siglo, ha pasado del feudalismo medieval a la industrialización ultramoderna, sin tiempo para asimilar los cambios. Lo dicen ellos, se lo dijeron al Papa: «Una factura envidiable para los de fuera, brutal para los que la pagamos».
Paloma García Ovejero, enviada especial de Cope a Corea del Sur