El Papa lleva esperanza al corazón de Asia
«Francisco ha abierto puertas a sitios donde todavía no habíamos entrado», asegura una misionera tras su visita a los 1.500 católicos de Mongolia. «Cada religión tiene el deber y el derecho de ofrecer aquello que cree», les dijo
Esperanza Becerra, misionera colombiana de la Consolata, asegura a Alfa y Omega que en su viaje a Mongolia del 31 de agosto al 4 de septiembre «el Papa Francisco ha abierto puertas a sitios donde nosotros todavía no habíamos entrado». Tanto ella como Peter Hong, sacerdote coreano y párroco de Santa María, en Ulán Bator, citan por ejemplo la presencia de la Iglesia en los medios mongoles esos días, en un país donde no es fácil conocer a alguno de los 1.500 católicos. La colombiana cuenta que hubo tal interés que sus vecinos no cristianos les pidieron ayuda para inscribirse en los actos y que hasta los viandantes terminaban sumándose tímidamente a los cánticos de «¡viva el Papa!». «Quizá alguno pida conocer nuestra fe más de cerca», sueña el sacerdote.
Pero, sobre todo, fue un regalo para los católicos. Muchos pudieron hacerse fotos con Francisco. No faltaron los más alejados, desde Arvahier, a 430 kilómetros. Ha sido un «tiempo de esperanza» de que esas relaciones históricas desde el siglo XIII, «que tanto se han recordado estos días, tengan su fruto». Lo afirma a este semanario el obispo español José Luis Mumbiela, presidente de la Conferencia Episcopal de Asia Central, a la que pertenece el país. La visita del Pontífice hacía realidad un anhelo incumplido de san Juan Pablo II. Además, en Mongolia no ha estado solo Francisco, sino que «todo el cuerpo de Cristo se ha hecho visible»: con él estaban obispos y fieles de los países vecinos y de toda Asia, que «han venido con entusiasmo» a decir que «no estáis solos». Incluso algunos fieles chinos, que «estaban emocionadísimos». Destaca, además, que ha sido el segundo viaje del Santo Padre a Asia central en un año. «Es un buen momento para afianzar a estos países, porque se han abierto y ven que la presencia del Papa trae algo bueno».
Las ger, símbolo de un pueblo
En el avión de vuelta, el Pontífice explicó que había querido impulsar la evangelización en diálogo con la cultura mongola. Un elemento que le ha fascinado han sido las ger, tiendas circulares usadas por los nómadas y cuya forma imitan edificios como la catedral. Las usó en sus discursos como imagen de un espacio humano, de vida familiar y acogida; para hablar de la necesidad de tener mirada abierta o de la sabiduría de sus habitantes, «siempre atentos a no romper los delicados equilibrios del ecosistema». Simbolizan la unión de tradición y modernidad en una sociedad abierta al «desarrollo y la democracia» y comprometido con los derechos humanos y la paz. Y, con su única ventana en la parte más alta, invitan a alzar la mirada al cielo a un pueblo con una marcada tendencia espiritual y que presentó como ejemplo de respeto a la libertad religiosa.
En este viaje al corazón de Asia, el Santo Padre volvió a esbozar su hoja de ruta para la misión en todo el continente, que tanto le apasiona. Subrayó ante las autoridades que las religiones «son soportes fiables para la construcción de sociedades sanas y prósperas» y reiteró que los católicos «participan con entusiasmo y compromiso en el camino de crecimiento del país». Por eso, al tiempo que aplaudía la libertad religiosa en Mongolia, expresó la necesidad de «una legislación con amplitud de miras y atenta a las exigencias concretas» para que los católicos puedan llevar a cabo su labor. Se refería a un acuerdo bilateral que se lleva tiempo negociando.
3,26 millones de habitantes (dos personas por km2)
Budistas, 51,7 %; musulmanes, 3,2 %; seguidores del chamanismo, 2,5 %, y cristianos, 1,3 %
Mumbiela explica que el objetivo de la Iglesia es que «refleje su libertad de movimiento» y «le haga la vida menos complicada», por ejemplo en la obtención de visados para los misioneros. Más crítico es el sacerdote Hong, que afirma que «los fieles de Mongolia pasan por numerosas dificultades. No viven una persecución directa, pero hay restricciones».
En el encuentro ecuménico e interreligioso del domingo, Francisco alabó la apuesta por la armonía —«palabra de sabor típicamente asiático»— entre realidades diferentes, «sin superponerlas ni homologarlas, sino respetando las diferencias» por el bien de la convivencia. Subrayó que «las religiones están llamadas a ofrecer al mundo esta armonía, que el progreso técnico por sí solo no puede dar». Pero al mismo tiempo matizó que la armonía implica que cada institución religiosa «tiene el deber y, en primer lugar, el derecho de ofrecer aquello que es y aquello que cree». «El diálogo no es antitético al anuncio», sentenció.
Así, «la Iglesia ofrece hoy a cada persona y cultura el tesoro que ha recibido», desde la apertura y la escucha a las otras tradiciones. De hecho, en la Misa del domingo —también ante no cristianos— ofreció una visión de los deseos implícitamente diferente a la budista, que propone neutralizarlos. «Arrastramos una sed inextinguible de felicidad», de sentido, pero «sobre todo […] de amor, porque solo el amor apaga verdaderamente nuestra sed», dijo. «La fe cristiana responde a esta sed; la toma en serio», porque en ella «está nuestro gran misterio: esta sed nos abre […] al Dios amor».
Obra social de toda la Iglesia
Otra constante en los discursos del Sucesor de Pedro fue la insistencia en el compromiso con la caridad, que «funda la identidad de la Iglesia». Así lo afirmó al despedirse el lunes del país inaugurando la Casa de la Misericordia. Es la culminación de las numerosas iniciativas que empezaron los misioneros, por vocación y a petición del Gobierno, al llegar al país a principios de los años 90 tras la caída del comunismo. Este proyecto para víctimas de violencia doméstica, inmigrantes y personas sin hogar gustó especialmente al Papa porque es obra de toda la Iglesia local. Becerra subraya además que la iniciativa está abierta a toda la sociedad «para que se desarrolle el voluntariado, ya que aquí no hay mucho». El Papa animó a ello. «Parece una mala apuesta», pero «lo que se da sin esperar recompensa […] se convierte en una gran riqueza».
Con todo, también exhortó a los sacerdotes y religiosos «a que vuelvan una y otra vez a aquella mirada» del Señor «de la que surgió todo», en la Escritura y la «silenciosa adoración ante el sagrario». De lo contrario, «las fuerzas van menguando y el compromiso pastoral corre el riesgo de quedar en una estéril prestación de servicios» que cansa y frustra. Los mongoles «esperan de ustedes este testimonio». Becerra asegura que sintió de forma personal su llamada a realizar su misión «en la sencillez de una vida sobria» y a tener con la gente «la actitud de Dios […], cercano, compasivo y tierno».
Les puso como modelo la imagen de la Virgen, venerada en la catedral como Madre Celeste, que una mujer budista encontró en un vertedero de Darjan en 1977, 15 años antes de que llegaran los misioneros. La Inmaculada, «inmune al pecado, ha querido hacerse cercana hasta el punto de ser confundida con los desechos». En su pequeñez «es más grande que el cielo», y por tanto es también antídoto frente al «miedo a los números reducidos, a los éxitos que no llegan, a la relevancia que no aparece».
Después de la Misa, el Papa saludó al cardenal John Tong Hon y a Stephen Chow, obispos emérito y actual de Hong Kong. El Gobierno chino impidió que acudieran obispos de la China continental. Francisco envió «un caluroso saludo al noble pueblo chino». Y pidió a los católicos «que sean buenos cristianos y buenos ciudadanos». En el avión de vuelta, describió la relación con China como «muy respetuosa» y afirmó que la comisión de diálogo «está haciendo un buen trabajo».