El Papa invita a «redescubrir el sabor de la alegría más auténtica e íntima»: prepararse al nacimiento de Jesús
Francisco denuncia durante el rezo del Ángelus la crueldad de la guerra en Siria y condena los atentados en Egipto y Turquía
Ante una plaza de San Pedro repleta de familias con niños pequeños, el Papa Francisco ha invitado este domingo a «redescubrir el sabor de una alegría más auténtica, que toca lo más íntimo de nuestro ser mientras esperamos a quien ha venido a traer la salvación al mundo».
En un clima de ilusión por la cercanía de las fiestas, Francisco ha dicho que «estamos llamados a alegrarnos por la llegada inminente de nuestro Redentor, y a compartir esta alegría con los demás, dando serenidad y esperanza a los pobres y a los enfermos, a las personas solas e infelices».
Refiriéndose al hermoso Nacimiento regalado por la isla de Malta y al abeto enviado por la provincia autónoma de Trento, el Papa ha hecho notar que «también en la Plaza de San Pedro se ha puesto un Nacimiento junto al árbol. Estos signos externos nos invitan a acoger al Señor, que siempre llama a nuestra puerta, y a reconocer sus pasos en los hermanos que pasan a nuestro lado, especialmente los más débiles y necesitados».
Por desgracia, millones de personas no pueden disfrutar esta alegría por estar viviendo en zonas de guerras por intereses rastreros, y Francisco pidió rezar por «la gente de Alepo. No olvidemos que es una ciudad en que hay familias, niños, ancianos, enfermos… Por desgracia nos habituamos a la guerra, a la destrucción, pero no podemos olvidar que Siria es un país lleno de historia, de cultura y de fe».
Aunque su voz quede oculta bajo el estrépito mediático de los intereses que promueven las guerras, el Santo Padre ha insistido en que «la guerra es un montón de abusos y de falsedades. Hago un llamamiento al esfuerzo de todos para que se opte por la civilización y no la destrucción. ¡Sí a la paz! ¡Sí a la gente de Alepo y de Siria!».
Francisco ha lamentado también los atentados mortales en varios países, y ha manifestado su solidaridad de hermano «al Papa Tawadros II», de la Iglesia copta de Egipto, que había sufrido horas antes un atentado con más de veinte víctimas mortales en la catedral de El Cairo.
Al final del encuentro, el Papa ha bendecido las pequeñas imágenes del Niño Jesús que los chiquillos y chiquillas de Roma traen el tercer domingo de Adviento, llamado también «Alegraos» porque la Misa da comienzo con esa invitación de San Pablo.
Siguiendo la tradición romana, los chiquillos guardan cuidadosamente esos Bambinelli, que pondrán en el pesebre la noche de Navidad. Hasta entonces la cuna permanece vacía, simbolizando la espera y la esperanza.
El Papa hará publico este lunes su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, que se celebra el próximo uno de enero.
Juan Vicente Boo / ABC
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos el tercer domingo de Adviento, caracterizado por la invitación de san Pablo: «Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. El Señor está cerca» (Fil 4, 4-5). No es una alegría superficial o puramente emotiva aquella a la que nos exhorta el apóstol, y ni siquiera aquella mundana o aquella alegría del consumismo: no, no es ésta, sino que se trata de una alegría más auténtica, de la cual estamos llamados a redescubrir el sabor. El sabor de la verdadera alegría. Es una alegría que toca lo íntimo de nuestro ser, mientras esperamos a Jesús que ya ha venido a traer salvación al mundo, el Mesías prometido, nacido en Belén de la Virgen María. La liturgia de la Palabra nos ofrece el contexto adecuado para comprender y vivir esta alegría. Isaías habla de desierto, de tierra árida, de estepa, (cfr. 35, 1); el profeta tiene ante sí manos débiles, rodillas tambaleantes, corazones perdidos, ciegos, sordos y mudos (cfr. vv. 3-6). Es el cuadro de una situación de desolación, de un destino inexorable sin Dios.
Pero finalmente la salvación es anunciada: «¡Sean fuertes, no teman!, dice el profeta. ¡Ahí está su Dios! ¡Él mismo viene a salvarlos!» (cfr. Is 35, 4). E inmediatamente todo se transforma: el desierto florece, la consolación y la alegría invaden los corazones (cfr. vv. 5-6). Estos signos anunciados por Isaías como reveladores de la salvación ya presente, se realizan en Jesús. Él mismo afirma respondiendo a los mensajeros enviados por Juan Bautista. ¿Qué dice Jesús a estos mensajeros?: «Los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan» (Mt 11, 5). No son palabras, son hechos que demuestran cómo la salvación, traída por Jesús, aferra todo el ser humano y lo regenera. Dios ha entrado en la historia para liberarnos de la esclavitud del pecado, ha puesto su tienda en medio de nosotros para compartir nuestra existencia, curar nuestras llagas, vendar nuestras heridas y donarnos la vida nueva. La alegría es el fruto de esta intervención de salvación y de amor de Dios.
Estamos llamados a dejarnos involucrar por el sentimiento de júbilo: este júbilo, esta alegría. Pero un cristiano que no es alegre… Algo le falta a este cristiano, ¡o no es cristiano! La alegría del corazón, la alegría dentro que nos lleva adelante y nos da el coraje. El Señor viene, viene a nuestra vida como liberador, viene a liberarnos de todas las esclavitudes interiores y externas. Es Él que nos indica el camino de la fidelidad, de la paciencia y de la perseverancia porque, a su regreso, nuestra alegría será plena. La Navidad está cerca, los signos de su aproximación son evidentes por nuestras calles y en nuestras casas; también aquí en la Plaza ha sido puesto el Pesebre con el árbol al lado. Estos signos externos nos invitan a recibir al Señor que siempre viene y llama a nuestra puerta, llama a nuestro corazón: para acercarse a nosotros. Nos invitan a reconocer sus pasos entre aquellos de los hermanos que nos pasan al lado, especialmente los más débiles y necesitados.
Hoy estamos invitados a alegrarnos por la venida inminente de nuestro Redentor, y estamos llamados a compartir esta alegría con los demás, donando consuelo y esperanza a los pobres, a los enfermos, a las personas solas e infelices. La Virgen María, la «sierva del Señor», nos ayude a escuchar la voz de Dios en la oración y a servirlo con compasión en los hermanos, para llegar listos a la cita con la Navidad, preparando nuestro corazón a recibir a Jesús.
Queridos hermanos y hermanas:
Cada día tengo presente, sobre todo en la oración, a las personas de Alepo. No hay que olvidar que Alepo es una ciudad y que allí hay gente: familias, niños, personas mayores, enfermas…Por desgracia ya estamos acostumbrados a la guerra, a la destrucción, pero no debemos olvidar que Siria es un país lleno de historia, cultura y fe. No podemos aceptar que esto sea negado por la guerra, que es un cúmulo de abusos y de falsedad. Hago un llamamiento a todo el mundo para que se lleve a cabo una elección de civismo: no a la destrucción, sí a la paz, sí a la gente de Alepo y de Siria. Y rezamos también por las víctimas de algunos recientes atentados terroristas que en las últimas horas han conmocionado a varios países. Diversos son los lugares, pero desgraciadamente única es la violencia que origina muerte y destrucción, como también es única la respuesta: fe en Dios y unidad en los valores humanos y civiles. Deseo expresar mi cercanía particular a mi querido hermano Papa Tawadros II y a su comunidad, rezando por los muertos y los heridos.
(…)
Hoy día, en Vientiane, Laos, se proclamó Beato a Mario Borzaga, sacerdote de los Misioneros Oblatos de María, a Paolo Thoj Xyooj, fiel laico catequista y a catorce compañeros asesinados por odio a la fe. Que su heroica fidelidad a Cristo sea aliento y ejemplo para los misioneros y especialmente para los catequistas, que en tierras de misión desempeñan una valiosa e insustituible labor apostólica, por la cual toda la Iglesia les está agradecida. Y pensemos en nuestros catequistas: tanto trabajo que hacen, ¡un trabajo tan hermoso! Ser catequista es una cosa bellísima: es llevar el mensaje del Señor para que crezca en nosotros. Así que… un aplauso para los catequistas, para todos.
(…)
Saludo con afecto a todos ustedes, queridos peregrinos de diferentes países. Hoy el primer saludo es reservado para los niños y jóvenes en Roma que han llegado para la tradicional bendición del Niño Jesús, organizada por los oratorios parroquiales y las escuelas católicas de Roma. Queridos niños cuando recen delante de sus pesebres junto a sus padres, pídanle al Niño Jesús que ayude a todos a amar a Dios y al prójimo. Y acuérdense de rezar también por mí, como yo me acuerdo de ustedes. Gracias. Saludo a los profesores de la Universidad Católica de Sídney, el Coro Mosteiro de Grijó en Portugal y a los fieles de Barbianello y Campobasso. Les deseo un buen domingo. Y no se olviden de rezar por mí. Y querría decir una cosa a los niños y a los jóvenes: queremos escuchar una canción suya. ¡Hasta pronto y buen almuerzo! … canten…