El Papa Francisco, obispo de Roma - Alfa y Omega

El Papa Francisco, obispo de Roma

El Papa Francisco tomó posesión, el domingo, de la madre de todas las Iglesias, como es conocida la catedral de la Ciudad Eterna. No estamos hablando de la basílica de San Pedro del Vaticano, sino de la de San Juan de Letrán, la catedral y sede del obispo de Roma. El acto tenía un simbolismo especial, porque el Santo Padre se ha presentado a sí mismo en reiteradas ocasiones, especialmente como obispo de Roma

Jesús Colina. Roma
El Papa descubre la placa de la Plaza Juan Pablo II, en Roma, el 7 de abril.

La visita del Papa a la basílica de San Juan de Letrán culminó cuando el Pontífice saludó y bendijo al pueblo romano desde el balcón central de la histórica basílica, algo que no sucedía desde hacía 35 años, cuando Juan Pablo II tomó posesión de ese mismo templo. Al asomarse, el micrófono no funcionaba, y el Papa bromeó diciendo: «Es un signo de que no tengo que hablar». Después, una vez arreglado el problema, dijo a los miles de personas que se reunieron en la plaza contigua: «Os pido que recéis por mí. Lo necesito. No lo olvidéis».

El fuerte viento que soplaba sobre Roma se llevó el blanco solideo del Papa y le levantó la muceta hasta cubrirle la cabeza. El Papa sonrió y añadió: «Caminemos todos juntos. El pueblo y el obispo, todos juntos».

Se trata de uno de los gestos más significativos del inicio de este pontificado. De hecho, hasta ahora, nunca se ha presentado como Papa. Siempre, desde sus primeras palabras en el balcón de la basílica de San Pedro, tras haber sido elegido sucesor de Pedro, ha hablado de sí como obispo de la Iglesia de Roma, que preside en la caridad a todas las Iglesias.

Roma ama al Papa

«Roma ama al Papa», dice el cardenal Agostino Vallini, vicario de Roma. En una entrevista a por Radio Vaticano, el cardenal Vallini señala que, «cuando pregunto a los fieles qué les mueve para sentir esa cercanía al nuevo Pontífice, muchos me contestan: Nos sale del corazón. Francisco responde a esta afirmación de su pueblo que no es él, sino el Señor el que llega hasta su corazón».

Según el cardenal Vallini, «el Santo Padre tiene la sensibilidad de ser un pastor. Ya ha mostrado un gran interés por la vida de las parroquias, porque su afán es estar cerca de los fieles y de los sacerdotes de Roma». De hecho, el Papa comenzará a visitar parroquias el 26 de mayo. Su primer acercamiento será a una del barrio de Prima Porta, al norte de la ciudad.

«Ha traído un soplo de juventud a esta Iglesia arraigada de Roma», destaca el vicario emérito, cardenal Camillo Ruini. Pero su cercanía a la vida diocesana de Roma no es tan novedosa, recuerda: «Se debe, primero, a Juan XXIII. También Pablo VI iba a celebrar a las parroquias y comunidades de la ciudad». De modo destacado, lo hizo Juan Pablo II, «y Benedicto XVI continuó esta línea».

El más cercano de todos ellos a la diócesis fue Karol Wojtyla, que visitó casi todas las parroquias y celebró el Sínodo Diocesano. El domingo, junto a la catedral y en compañía del alcalde, Francisco inauguró una plaza dedicada a su predecesor. La antigua Piazza San Giovanni in Laterano es ahora la del Largo Beato Giovanni Paolo II.

El padre Francesco Rossi de Gasperis, jesuita como Jorge Mario Bergoglio, gran biblista, profesor de la Universidad Pontificia Gregoriana, explica que este gesto del Papa se adapta perfectamente a la visión del Nuevo Testamento del «obispo de la Iglesia de Dios que peregrina en Roma», como se puede leer en la Primera Epístola de san Clemente, Papa en el primer siglo, a la Iglesia de Dios peregrina en Corinto.

El Papa es jefe supremo de la Iglesia universal, pero sólo y únicamente porque es obispo de la Iglesia de Roma, aclara el padre Rossi de Gasperis. «La naturaleza universal del primado del ministerio petrino deriva precisamente de su ser obispo de la Iglesia en la que han brillado los testimonios del martirio de Pedro y de Pablo», añade; la Iglesia «digna de Dios, digna de honor, digna de beatitud, digna de alabanza, bien ordenada, casta, y que preside en la caridad, según la ley de Cristo y en el nombre del Padre», como decía san Ignacio de Antioquía a finales del siglo I o inicios del II. Estas fueron las primeras palabras que citó Francisco al ser elegido Papa.

Un momento del 'Regina caeli' del pasado domingo
Un momento del Regina caeli del pasado domingo.

Por este motivo, en el rito de la toma de posesión, el Papa Francisco introdujo un cambio. En el saludo del obispo Vicario de la Ciudad Eterna, el cardenal Agostino Vallini, el Pontífice no fue presentado como el «viñador que vigila la viña», sino como quien, «desde este lugar elegido, preside en la caridad a todas las Iglesias y con firme dulzura guía a todos por los caminos de la santidad».

Impacto ecuménico

La importancia que el Papa está dando a su identidad de obispo de Roma tendrá un gran impacto. En primer lugar, para las relaciones con las demás Iglesias y confesiones cristianas. En el primer milenio, cuando Roma y Constantinopla no estaban separadas (el cisma estalló en 1054), el obispo de Roma era reconocido como sucesor del apóstol Pedro, origen de su papel como símbolo de comunión para toda la cristiandad.

En cierto sentido, al presentarse como obispo de Roma, responde a la petición lanzada por Juan Pablo II, en la encíclica Ut unum sint, en la que pedía superar el problema que hoy día supone para ortodoxos, protestantes o anglicanos, el papel histórico del papado. En el número 95 pedía «encontrar una forma de ejercicio del primado» del obispo de Roma, «que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva».

Papa Francisco, párroco del Vaticano

El Papa Francisco ha innovado una nueva faceta del ministerio del obispo de Roma. Todas las mañanas, en la capilla de Santa Marta, la residencia del Vaticano en la que vive, celebra la Santa Misa con personas que trabajan en el Vaticano, o invitados más o menos inesperados.

En la Eucaristía, el Papa dirige, todos los días, una breve e improvisada homilía, en italiano y con alguna expresión en castellano. Por el momento, se trata de reflexiones en las que, con eficaces imágenes y metáforas, hace tangible la coherencia entre la fe y la vida. El Papa lleva a la vida diaria, con palabras directas, el pasaje del Evangelio del día. El Vaticano no está publicando la transcripción de estos textos, pero sí algunos fragmentos, a través de Radio Vaticano, siempre a partir del Evangelio del día. Por ejemplo, durante la Eucaristía del pasado lunes —fiesta litúrgica de la Anunciación—, a la que asistió el personal del Centro Televisivo Vaticano, el Santo Padre destacó que «la humildad cristiana se eleva a Dios para que, quien es testigo, sepa rebajarse para darle espacio a su caridad». El camino de la humildad, recalcó, «es opuesto al de los ídolos fuertes», y agregó que ser humildes «no es ir por la vida con la cabeza bajada, sino recorrer el camino que lleva de la humildad a la caridad».

A la Misa del sábado acudió una familia argentina, y algunas de las Hijas de San Camilo e Hijas de Nuestra Señora de la Caridad. A ellos les dijo que, «para encontrar mártires, no es necesario ir a las catacumbas: los mártires están vivos ahora, en muchos países». Y recordó que «la fe no se vende. Debemos superar la tentación de eliminar una parte de la fe, porque cuando comenzamos a negociarla, iniciamos el camino de la apostasía, de la infidelidad al Señor».

También Juan Pablo II invitaba a fieles a participar en la Misa diaria que celebraba en la capilla privada del apartamento pontificio. En general, no pronunciaba la homilía. El Papa actual, conocido formador de catequistas, está mostrando de este modo el gran talante catequista por el que era conocido el sacerdote jesuita.

«Durante un milenio, los cristianos estuvieron unidos por la comunión fraterna de fe y vida sacramental, siendo la Sede romana, con el consentimiento común, la que moderaba cuando surgían disensiones entre ellas en materia de fe o de disciplina»: así lo recordaba el beato Papa Juan Pablo II.

Al servicio de la Iglesia universal

Y esta misma misión de obispo de Roma, el Papa Francisco la ejerce también al servicio de la Iglesia católica universal, presentando también así el servicio que el primado de la diócesis de Roma ofrece a todas las diócesis del mundo. Porque el Papa no tiene un papel como puede ser el del Presidente de los Estados Unidos en esta nación. Un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, firmado por el cardenal Joseph Ratzinger en 1998, aclaraba que, «en el designio divino sobre el Primado como ministerio confiado personalmente por el Señor a Pedro, príncipe de los apóstoles, ministerio que debía ser transmitido a sus sucesores, se manifiesta ya la finalidad del carisma petrino, o sea, la unidad de fe y de comunión de todos los creyentes.

En efecto, el Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de fieles y, por eso, tiene una gracia ministerial específica para servir a la unidad de fe y de comunión que es necesaria para el cumplimiento de la misión salvífica de la Iglesia».

Nace un inesperado amor

Lo que nadie había previsto es que esta insistencia con la que el Papa se presenta como obispo de Roma y la cercanía que muestra por su diócesis creara tanto interés entre los fieles. Este pontificado ha batido todos los récords de participación en las audiencias generales y en los encuentros dominicales. Por ejemplo, el domingo pasado, a mediodía, el Papa reunió, con motivo de la oración mariana del Regina caeli, a cien mil personas. Algo así nunca había sucedido. Y, obviamente, la mayoría de los presentes eran fieles de la diócesis del obispo de Roma.

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