Los obispos de Venezuela invitan a pedir la intercesión del «médico de los pobres» - Alfa y Omega

Los obispos de Venezuela invitan a pedir la intercesión del «médico de los pobres»

Venezuela, desde hace tres días, ha comenzado a respirar con un poco menos de miedo. Este fin de semana el Papa Francisco ha anunciado la próxima beatificación del médico, docente y filántropo venezolano José Gregorio Hernández. Una noticia, sin duda, esperada y anhelada por el pueblo de Venezuela. Y un anuncio que ha dado la vuelta por completo al país sudamericano y a numerosos países de América Latina

Carlos González García
Foto: EFE / Rayner Peña R.

Mediante un comunicado oficial, la Conferencia Episcopal Venezolana confirmó que el Pontífice ha autorizado los decretos que darán cuatro nuevos beatos a la Iglesia católica, entre ellos el propio Hernández. Monseñor José Luis Azuaje, presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, reconocía que «el pueblo esperaba ansiosamente este gran momento histórico», y llega «en este día tan especial dedicado al Sagrado Corazón de Jesús». Un mensaje que pone en la generosidad del médico el sentido de toda una vida regalada… «Fue un gran profesional de la medicina, un científico, pensador y, sobre todo, un ferviente creyente en Dios donde reposaba toda su sabiduría y actuación profesional y humana». Asimismo, el obispo reconoce que «jamás se detuvo ante los retos que se le presentaban, por más difíciles que fueran, siempre uniéndolos a su vocación de servicio como una llamada de Dios».

Una esperanza latente a quien «podemos tributar culto público en nuestro país, pedir su intercesión ante las calamidades que se están presentando y reforzar la esperanza que nos ayudará a superar este estado de mengua y dificultades que vive el pueblo, particularmente, los más pobres y abandonados», manifiesta el prelado venezolano.

«He tenido experiencias tangibles de su presencia»

Nacido en 1864 en Isnotú, una pequeña localidad situada en Trujillo (centro oeste de Venezuela), combatió desde muy joven enfermedades como la tuberculosis o el paludismo, muy extendidas entre la población en la Venezuela de finales del XIX y principios del XX. Un médico que destacó como docente e investigador y que, según el padre Arturo Sosa, SJ, nuevo general de la Compañía de Jesús, «integra una excelente formación científica en su experiencia espiritual», que «lo lleva a ponerse al servicio de quien lo necesite, con especial predilección por quienes no se lo pueden retribuir».

Son muchas las voces que ponen en José Gregorio la esperanza de un presente más sosegado y de un futuro más conciliador. «He tenido experiencias tangibles de su presencia» y «yo sé que siempre está conmigo», confesaba Dalia Correa, una jubilada que reside en Caracas, al enterarse de la noticia. A su lado, emocionadas todavía por la noticia, un numeroso grupo de madres venezolanas reconocían su devoción hacia el médico, a la vez que afirmaban que el nombre de sus hijos lleva las siglas del próximo beato.

Hablar de José Gregorio es ponerle nombre y rostro a la bondad. El venezolano, según los biógrafos que han estudiado el alfa y la omega de su vida, destacó por sus aportaciones al desarrollo de la medicina moderna en Venezuela, llevada a cabo con una generosidad que siempre fue de la mano de su delicada labor. Y, en todo momento, con la fe como compañera. Por eso, atendía gratuitamente a los enfermos pobres. De hecho, no solo es muy común ver su imagen por todas partes en el país, sino también junto a las camas de los enfermos y en las tumbas de los difuntos, para quienes sus seres queridos reclaman protección.

Una «fortaleza espiritual» en su Venezuela natal

El doctor Hernández era un ferviente católico y una figura «extraordinariamente popular» y «una fortaleza espiritual» en su Venezuela natal, como relata una cantidad ingente de testimonios, y una persona a la que muchos creyentes atribuyen curaciones milagrosas.

Quienes le conocieron de primera mano, cuentan que intentó ordenarse sacerdote en dos ocasiones. En 1908, fue admitido en el monasterio de Cartuja de Farneta, en la Toscana italiana, pero a los pocos meses mostró síntomas de una enfermedad respiratoria que le obligó a regresar a Caracas. Más tarde, en 1913, ingresó en un seminario romano, pero la escena se volvió a repetir.

Una vez asentado en Venezuela, y con su profesión de médico en el centro de su andar, decidió ampliar su labor clínica e investigadora, e incluso completó un tratado de filosofía.

Toda una vida dedicada a los enfermos pobres

Sin embargo, la vida de quien fuese declarado como venerable en 1983 por el entonces Papa Juan Pablo II, terminaría de una manera trágica. El 29 de junio de 1919 murió atropellado en una céntrica calle de Caracas por uno de los pocos automóviles que circulaban por la Venezuela de aquel entonces. Una muerte adversa que acrecentó la popularidad de este médico que siempre tuvo en los pobres, en los desahuciados y en los enfermos la razón primera y última de su vocación, de su fe y, por ende, de toda su vida.

«¡Estamos por muy buen camino! ¡Ahora tenemos que superar la consulta teológica y la Plenaria de cardenales y obispos», aseveró Tulio Ramírez Padilla, obispo auxiliar de Caracas y prelado vicepostulador de la causa.

Hoy, mientras tanto, muchos hogares venezolanos adornan figuras con la imagen del doctor, enfundado en un traje de chaqueta, con el bigote y el sombrero negro que todos en Venezuela reconocen al instante. Y, además, en la esquina del caraqueño barrio de la Pastora, reluce un escenario de pinturas e inscripciones en su honor, y muchos de quienes pasan por allí a diario se santiguan –al hacerlo– en nombre de este venerado doctor.