Carlos María Galli, teólogo de cabecera de Francisco: «El Papa es popular, no populista» - Alfa y Omega

Carlos María Galli, teólogo de cabecera de Francisco: «El Papa es popular, no populista»

Carlos María Galli (Buenos Aires, 1957) es uno de los teólogos de cabecera de Francisco, de quien es amigo desde hace 40 años. Colaboró estrechamente con Bergoglio en la Conferencia de Aparecida y su impronta se deja ver en notas muy características del actual pontificado, como el impulso a la pastoral de las grandes ciudades o la teología popular. Es miembro de la Comisión Teológica Internacional. Junto al director de la Cività Cattolica, Antonio Spadaro, organizó en septiembre de 2015 unas jornadas sobre La reforma y las reformas en la Iglesia, con intervenciones de prestigiosos teólogos, ahora recogidas en un volumen homónimo por la editorial Sal Terrae. Galli presenta el libro el jueves 2 de febrero en Madrid a las 19:30, en un acto organizado por la revista EntreParéntesis (calle Maldonado, 1). Durante su visita a la ciudad, están previstas conferencias suyas en la Universidad Pontificia de Comillas, en la Pontificia de Salamanca y en San Dámaso

Ricardo Benjumea
El Papa visita el barrio de Banado Norte, en Asunción (Paraguay), en julio de 2015. Foto: CNS

Un día antes del inicio del último cónclave, hablaba usted en Radio Vaticano sobre sus expectativas de reforma en la Iglesia, destacando aspectos como la necesidad de un nuevo tipo de relación entre la Santa Sede y las iglesias locales. Esa entrevista parece hoy casi más una profecía que un análisis. ¿Hasta dónde cree que va a avanzar la descentralización que está impulsando el Papa Francisco?
Lo que yo decía entonces es que creía necesario para la Iglesia un mayor protagonismo y participación de las iglesias locales, a partir de una concepción de la Iglesia, que es la del Concilio Vaticano II, como el misterio de la comunión católica del Pueblo de Dios, en la que lo universal se realiza en lo local y lo local realiza lo universal. El Obispo de Roma, y por eso pastor universal, es el garante de la unidad universal de la Iglesia, lo cual significa también cuidar y fomentar la riqueza de las legítimas diversidades y particularidades de las iglesias locales (LG 13). Si uno analiza el discurso del Papa Francisco con motivo del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, verá su concepción de la Iglesia, en la que no solo queda superada esa concepción piramidal previa al Concilio Vaticano II, sino que él habla incluso de una pirámide invertida. La base se convierte en la cumbre: es el conjunto del Pueblo de Dios, al servicio del cual —como dice la constitución Lumen gentium 18— está el ministerio jerárquico de los obispos y, al servicio de la unidad del episcopado y de toda la Iglesia, el ministerio del sucesor de Pedro, siervo de los siervos de Dios. Desde esta visión, el Papa está imprimiendo una dinámica sinodal a la Iglesia.

Carlos María Galli durante la fiesta de la Divina Misericordia de 2014 en la capilla Juan XXIII en Flores (Buenos Aires). Foto: capillajuan23flores.blogspot.com.es

¿Qué es exactamente la sinodalidad?
Es un término nuevo que proviene de la palabra sínodo, que significa caminar juntos. Es la actitud propia del Pueblo de Dios peregrino y evangelizador, en el que todos participamos desde la vocación bautismal y nuestro propio carisma. Podríamos traducirla con otra palabra menos técnica, que es participación. Sinodalidad es la dimensión operativa de la comunión. El hecho de que en los documentos de su propio magisterio el Papa asuma documentos de conferencias episcopales nacionales o regionales muestra esta interacción entre la enseñanza del Obispo de Roma y las enseñanzas de los obispos. Esto es un cambio en la forma de ejercicio del magisterio pontificio. Pongo un segundo ejemplo: los nombramientos en el colegio cardenalicio. Ya desde Juan XXIII todos los Papas han tratado de que refleje mejor la universalidad de la Iglesia, pero Francisco está eligiendo a obispos de países que nunca nadie hubiera imaginado para expresar el rostro pluriforme de la Iglesia (EG 116). Si hace 100 años el 70 % de los bautizados católicos vivía en el norte del mundo y hoy el 70 % vive en el sur, es razonable que esa proporción se traslade al colegio cardenalicio. Pongo un tercer ejemplo: la forma en que se ha elaborado la nueva ratio sacerdotal, las normas para la formación de sacerdotes. El Vaticano la ha preparado durante cuatro años en diálogo con las iglesias locales, de modo tal que ha habido no solo una consulta, sino un intercambio continuo que ha dado lugar a un texto maduro donde han participado sinodalmente muchos miembros de la Iglesia. Un cuarto ejemplo proviene de un hecho más conocido: el proceso sinodal sobre el matrimonio y la familia.

Francisco ha puesto el acento en una Iglesia que sale en búsqueda de «la oveja perdida», del hijo pródigo… ¿Por qué cree que esto ha despertado algunas incomprensiones?
El Papa pide continuamente a los obispos y presbíteros que se identifiquen con los sentimientos y actitudes del Jesús buen pastor que da la vida por las ovejas. Una de esas actitudes es tratar de acercarse a todos. Ir al encuentro del otro allí donde está y como el otro es, no donde yo quiero que esté ni como yo quiero que sea. Esa es la realidad de la humanidad frágil en la cual la Iglesia desempeña su misión.

¿Esto es la Iglesia en salida?
Esa expresión es una traducción de la doctrina del Vaticano II: la Iglesia peregrina es esencialmente misionera (AG 2). A mi modo de ver, aquí aparecen los tres verbos que el Papa usa en el capítulo VIII de la Amoris laetitia: acompañar, discernir e integrar. Una de las fuentes de las diversas formas de oposición activa o pasiva al Papa proviene de no dejarnos evangelizar por un Dios misericordioso que nos llama a la conversión y a ser misericordiosos como Él es misericordioso con nosotros. Ser misericordioso implica pensar los caminos pastorales para acompañar, discernir e integrar a todos. Pero quizá estamos poco acostumbrados a acompañar, sino más bien a mandar o a indicar lo que hay que hacer. Ni estamos acostumbrados a discernir en la complejidad de cada caso particular, sino más bien a la comodidad de dar recetas claras, olvidando que estamos llamados a tratar de amar y llegar a todos y a cada uno.

En las reformas que impulsa el Papa, ¿qué peso tienen los aspectos más relacionados con actitudes, que no con cambios en las instituciones?
Es un error entender que la renovación de la Iglesia consiste solo en reformas estructurales, o que las reformas estructurales se refieren solo a la Curia romana. Reforma y renovación son palabras muy profundas que tratan de traducir la necesidad de conversión permanente al Evangelio, a la voluntad de Dios, para reflejar mejor el rostro de Jesucristo y cumplir la misión evangelizadora que nos ha confiado. Así es como lo entiende el Papa Francisco. La «conversión misionera» de la que habla debe darse en el plano de las estructuras eclesiales, pero una mera modificación de las estructuras no cambia la vida de las comunidades. La reforma o renovación de la Iglesia consiste en un cambio de actitudes en todos los miembros del Pueblo de Dios.

Foto: www.nuestra-voz.org

Conoce a Jorge Bergoglio desde hace 40 años. ¿Dónde ve usted la impronta más personal de su magisterio, y dónde, por así decir, los aspectos más estructurales, en el sentido de que puedan considerarse una respuesta a necesidades que existían ya dentro de la Iglesia, como esos a los que aludía usted antes del cónclave?
Los aspectos más institucionales brotan de un discernimiento de lo que Jesús quiere para su Iglesia. Pedir una Iglesia más fraterna, más participativa, más dialogal, más servicial… no es sino recoger lo que ya dijeron el Concilio y los Papas posteriores. Los aspectos más personales del magisterio del Papa Francisco tienen que ver con cómo el Señor se ha manifestado a lo largo de su vida. De ahí, por ejemplo, su énfasis en la misericordia de Dios, que surge en él tras haberse descubierto como un pecador perdonado por la misericordia divina. Pero ya Juan XXIII, en la inauguración del Concilio, decía que, ante las fragilidades de la sociedad contemporánea, la Iglesia no tiene que utilizar la vara de la severidad, sino la medicina de la misericordia. Lo han enseñado todos los Papas, cada uno con su talante. Basta recordar las encíclicas Dios rico en misericordia de san Juan Pablo II y Dios es amor de Benedicto XVI.

¿Y la teología del pueblo? Esta concepción que impulsa el Papa refleja una visión latinoamericana que…
¿Por qué dice eso?

Quizá porque la vivencia comunitaria de la fe es más fuerte que en Europa, donde a veces la parroquia es casi un dispensario de sacramentos.
Pero uno podría preguntarse: ¿En Europa no hay pueblos? ¿Y en Asia? La teología del pueblo no es solo una teología para expresar la realidad de la Iglesia latinoamericana. Es una eclesiología, y no una eclesiología cualquiera, sino la que brota de los textos más antiguos del Antiguo Testamento y desemboca en el Vaticano II para expresar la dimensión social e histórica del misterio de la Iglesia, tal como lo recoge la Lumen gentium. En segundo lugar, es una antropología teológica o teología de la sociedad y de la cultura. Esta idea traduce la otra gran constitución del Concilio: la Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo. ¿Y qué es el mundo? Es muchas cosas, pero la teología argentina da prioridad a la sociedad, entendida como pueblo e identificada con su cultura o estilo de vida, acentuado su identidad, su sentido de pertenencia…

Y en tercer lugar, es una teología pastoral. Esta recreación teológica argentina de las enseñanzas del Vaticano II subraya que la pastoral no va solo dirigida a los individuos, lo que podría llevar al peligro de una vivencia individualista de la fe sino a los pueblos, como enseña Jesús (Mt 28, 19). La pastoral va al encuentro no del individuo ni de la comunidad en abstracto, sino en mutua interacción: se evangeliza a las personas para evangelizar a la comunidad, y a la comunidad para evangelizar a las personas. Desde esta perspectiva, la teología del Pueblo de Dios es una teología de la inculturación y de la piedad popular, que trata de evangelizar asumiendo la idiosincrasia de cada pueblo.

¿Cómo se percibe esto en el estilo pastoral del Papa?
Cuando el Papa va a Ecuador o a los EE. UU., lo que le ayuda a llegar a gente culturalmente tan distinta a él es en primer lugar la comunión en la fe. En segundo lugar, el testimonio coherente. Y, en tercer lugar, que habla a cada uno desde su cultura: al ecuatoriano le habla como ecuatoriano y al estadounidense, como estadounidense. Y a partir de los valores presentes en la propia cultura, él potencia el anuncio del Evangelio. Por eso yo creo que la teología del pueblo no es solo para América Latina, sino para toda la Iglesia. Es decir, no se trata de imponer un modelo pastoral latinoamericano, sino de buscar la inculturación de la fe en los rasgos propios de la Iglesia de cada tiempo y de cada lugar. Tal vez si algunos modelos pastorales no han dado el fruto que se esperaba, en cualquier país, deberíamos pensar que no han sabido reconocer o valorar con el suficiente afecto la realidad y diversidad del pueblo creyente, para desde ahí, potenciarla en una nueva evangelización. Y yo agregaría: por tener esta actitud pastoral y esta visión teológica, el Papa es una figura popular.

El término de moda es hoy populismo.
Hay que distinguir. El Papa es popular porque quiere al pueblo de Dios, no es populista. Es popular por su forma de trato cálido. Ahí aparece esa cultura afectiva y gestual de los pueblos latinoamericanos. Cuando el Papa termina la primera Misa después de haber sido elegido Pontífice, en la parroquia Santa Ana del Vaticano, y sale a saludar fuera, no está haciendo nada distinto de lo que hacemos la mayoría de los curas en América Latina después de Misa; yo lo hago desde que soy sacerdote. La novedad es que lo esté haciendo un Papa.

Y es popular porque habla de forma sencilla. Pero hay que ver la profundidad espiritual y doctrinal de sus textos. En cambio, un populista es un retórico demagogo que lanza consignas y simplifica las cosas para convertirlas en lemas que le permitan manipular al pueblo.

Cuando el Papa pide: «Recen por mí», no está solo indicando una actitud devocional. Esto lo decía ya siendo sacerdote y obispo. Está diciendo que el ministerio de un pastor, llamado de en medio del Pueblo de Dios a servirlo, se sostiene por la fuerza de Dios, invocada por la oración del pueblo santo. Es decir, está reconociendo que el pueblo es un sujeto creyente y orante y, a su modo, activo, que sostiene el ministerio de su pastor. Esto no se suele entender como una traducción de una eclesiología de la comunión de los santos en el Pueblo de Dios, donde todos sostenemos a todos.