El Papa en Santiago de Compostela: La misión de la Iglesia es transparentar a Cristo
La nueva evangelización no va a ser coser y cantar… Si había dudas, se disiparon unos minutos después de que aterrizara el Papa en Santiago, en torno a las 11:30. Dos significados diarios madrileños anunciaron, en sus ediciones digitales, que Benedicto XVI llegaba con el hacha de guerra alzada contra los no católicos. En realidad, había pedido en el avión un nuevo encuentro «entre fe y laicidad» en España…
La petición de ese nuevo acercamiento recordaba -iba, de hecho, un paso más allá- a la que hizo Juan Pablo II al despedirse de España, en 2003, desde la madrileña Plaza de Colón: «¡No rompáis con vuestras raíces cristianas!»; «¡Se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo!» Sin embargo, pareciera que, en tan poco tiempo, hubieran cambiado bastante las cosas por aquí.
La llegada del Papa fue recibida con campanadas en la catedral y en otras iglesias de la vieja capital espiritual de España. Muchos cientos de personas, sobre todo jóvenes, pero también familias con niños, habían pasado la noche al raso, con un penetrante frío húmedo, para poder acceder a la Plaza del Obradoiro, y celebrar con Benedicto XVI la Eucaristía, a partir de las 16:30 horas. Desde las seis de la mañana, se fue sumando a estos grupos gente venida en autobuses y coches a Santiago. Varios padres con niños tuvieron que pasar un mal rato, al cruzarse con grupos aislados de activistas, que les increparon, sin miramientos a los pequeños, con blasfemias, obscenidades e insultos.
Vivimos en España «una ofensiva laicista que me llena de una preocupación, como no la había experimentado quizá en los últimos 40 años», decía en la víspera el antiguo ministro y ex comisario europeo don Marcelino Oreja, al clausurar, a pocos metros de la catedral compostelana, el congreso Las raíces del humanismo y el Camino de Santiago. La Fundación Ad Sanctum Iacobum Peregrinatio, que él preside, ha debatido este asunto, con presencia de académicos europeos y diversos eurodiputados. En el documento final, el Manifiesto Compostela 2010, se advierte de la «preocupante crisis de identidad de Europa», del «invierno demográfico» que atraviesa el continente o de la crisis del reconocimiento de la dignidad del ser humano en nuestros ordenamientos jurídicos, todos ellos, asuntos estrechamente vinculados. Ante esta situación -afirma don Marcelino Oreja-, «no podemos seguir viviendo con indiferencia». Los cristianos «debemos defender nuestras convicciones», pero no como si se tratara de una penosa obligación. Hay que vivir esta situación como «una oportunidad», ya que el diálogo respetuoso con los demás nos fortalece en nuestras convicciones. «¡España evangelizada, España evangelizadora! ¡Ése es el camino!», había dicho Juan Pablo II en sus últimas horas aquí.
Cruz y amor, sinónimos
El centro se llena de policías y periodistas, en la tarde anterior a la llegada del Papa. Hace más bien calor. El clima ha dado una tregua que no durará ya mucho; las terrazas de los bares se llenan y en las mesas se mezclan turistas y peregrinos. Los reporteros les preguntan si han comprado lotería con el número del día de la Visita del Papa, o qué deseo van pedir al señor Santiago, que es un señor (en realidad, hay varios señores) disfrazado de peregrino medieval, y que recuerda al Apóstol casi tanto como santa Klaus pueda evocar la figura de san Nicolás de Bari. Sentados a un lado en una calle peatonal, hay un grupo de jóvenes del Papa, y un programa satírico de la televisión laicista por excelencia, La Sexta, les pide que canten a la guitarra alguna canción religiosa. Acceden de buena fe.
A las 22 horas, la iglesia de San Francisco está llena a rebosar para la Vigilia que ha convocado el arzobispo, con presencia de unos 90 obispos, entre ellos varios cardenales. Es una Vigilia muy alegre, porque viene el Papa, pero el Evangelio de la pesca infructuosa durante toda la noche, de los siete discípulos desmoralizados, hasta que Cristo resucitado les muestra dónde echar las redes, le da pie a monseñor Julián Barrio para reconocer «¡cuántas noches también nosotros las vivimos de esta forma!», asaltados por «el derrotismo».
El Papa, sin embargo, insiste mucho en que el camino pasa por la cruz («Cruz y amor, cruz y luz han sido sinónimos en nuestra historia», diría en la plaza del Obradoiro, «porque Cristo se dejó clavar en ella para darnos el supremo testimonio de su amor, para invitarnos al perdón y a la reconciliación, para enseñarnos a vencer el mal con el bien»). Decía en la víspera don Julián Barrio: «¿Cuántas palabras llenas de dolor en boca de nuestro Santo Padre son expresión de gran sufrimiento, porque el mundo no comprende, porque los hombres no quieren entender…? Estamos llamados a participar en este sufrimiento de Pedro, que, de otro modo, también es sufrimiento del obispo, del sacerdote, del miembro de la vida consagrada y del laico cristiano». Y, con el Papa, «debemos confiar en Jesús» y no quedarnos «atrapados en nuestras lamentaciones». Debemos, por tanto, preguntarnos si es Jesús o es otra nuestra hoja de ruta, «si nos conformamos con gestos que dan espectáculo, o, por el contrario, nuestras celebraciones, meditaciones, catequesis… dan el pan de la verdad y de la palabra que ilumina la mente, alimenta el corazón y robustece la valentía del testimonio».
Llega el papa
Llega el papa (sic). La agencia de información estatal Efe ha enviado uno de sus avisos de Manual de Español Urgente a sus redactores: Papa se escribe con minúscula. Pero, ajena a la consigna de hacer de menos a Benedicto XVI, una multitud ha salido a recibirle con entusiasmo a la carretera, para poder verle en su trayecto en Papamóvil desde el aeropuerto hasta la catedral.
El resto es historia, retransmitida en directo, a través de la señal de la Televisión de Galicia. Los niños, enfermos, ancianos y familias con invitación para acompañar al Papa dentro de la catedral no pueden contener la emoción. Todos quieren besar su anillo y sus manos, abrazarle, se nota en ellos como una especie de imperiosa urgencia de decirle algo, de contarle sus preocupaciones… Y él se deja abrazar, no sin cierto riesgo a veces para su integridad física.
Pero ahora el Papa se ha detenido a rezar ante el Santísimo. No ha venido a hablar de sí mismo, sino a hablar de Cristo a los peregrinos, también a esos hombres que todavía no saben que también ellos son peregrinos en este mundo… «En lo más íntimo de su ser, el hombre está siempre en camino, está en busca de la verdad», ha dicho en su discurso de bienvenida, ante los Príncipes de Asturias. La Iglesia acompaña al hombre en esa búsqueda, llevando ella a cabo «su propio camino interior, aquel que la conduce, a través de la fe, la esperanza y el amor, a hacerse transparencia de Cristo para el mundo».
Y el Papa hace a Cristo transparente. Sobre todo, en la liturgia. La preparación de la Misa acompaña. Las piezas musicales alternan en perfecta armonía obras clásicas, modernas y populares; la estética del altar resulta más que convincente… Los 15 mil afortunados que han recibido un ejemplar del libro Magnificat para seguir la liturgia tienen en sus manos un bonito recuerdo de esta Visita. Pero si hay que destacar un momento en la Misa, la elección es muy sencilla: el recogimiento de todo el mundo durante la consagración. Incluso en las tribunas de prensa se hace cierto silencio y dejan de oírse por unos minutos los comentarios sarcásticos, mientras llena toda la plaza esa voz ronca y a la vez dulce del Papa, que sólo tiene ojos para Cristo Sacramentado.
Por cierto, algún Señor Santiago, que parecía tan pagano, participa con devoción en la Misa. Moraleja: no dejarse llevar demasiado por las apariencias en esta España que, a veces, dice que no cree, y no es del todo cierto. Por despiste, que no quede.