El Papa: «El analfabetismo es una injusticia que atenta contra la dignidad de las personas»
La Puerta Santa se ha cerrado pero el Papa quiere que la misericordia siga presidiendo la vida de la Iglesia. El domingo firmó la carta apostólica Misericordia et misera donde anuncia numerosas iniciativas para dar continuidad al Año de la Misericordia y este miércoles celebró una nueva audiencia general en cuya catequesis continuó con sus reflexiones sobre las obras de misericordia.
En concreto, Francisco habló de enseñar al que no sabe. «Pensemos por ejemplo en tantos niños que todavía sufren de analfabetismo. No se puede entender que en un mundo donde el progreso científico y técnico ha llegado tan alto existan niños analfabetos», dijo el Santo Padre. «Sin instrucción se convierten en presa fácil de la explotación y de las diversas formas de lacras sociales», añadió. «Es una condición de gran injusticia que atenta contra la dignidad de la persona».
Al contrario, cuanto «más crece la instrucción» las «personas adquieren más certezas y conciencia» y de esto «todos tenemos necesidad en la vida».
El Pontífice también se refirió a la obra de misericordia espiritual de dar buen consejo al que lo necesita que «se refiere a disminuir aquel dolor y sufrimiento que proviene del miedo y de la angustia que son consecuencias de las dudas».
Y al respecto afirmó que «a todos en algunos momentos les vienen dudas sobre la fe».
«Alguno me podrá preguntar: “Padre, pero yo también tengo dudas sobre la fe. ¿Qué tengo qué hacer? ¿A usted no le vienen dudas? Claro, en algún momento a todos nos vienen las dudas. Dudas que tocan la fe, en sentido positivo, y que son una señal de que queremos conocer mejor y más a fondo a Dios», explicó.
Cuando vengan estas dudas se puede encontrar ayuda en la catequesis, pero, agregó, «además es importante concretar la fe en nuestra vida, para que no se convierta en algo teórico y abstracto».
«Cuando practicamos la fe, sirviendo a los hermanos y especialmente a los más necesitados, entonces muchas dudas desaparecen porque sentimos la presencia de Dios que nos ama», señaló.
Agencias / Redacción
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Terminado el Jubileo, hoy regresamos a la normalidad, pero quedan todavía algunas reflexiones sobre las obras de misericordia, y así continuamos sobre esto.
La reflexión sobre las obras de misericordia espirituales se refiere hoy a dos acciones fuertemente relacionadas entre sí: dar buen consejo al que lo necesita y enseñar al que no sabe, aquello que no sabe, ¿no? La palabra ignorante es demasiado fuerte, ¿no? Pero quiere decir aquellos que no saben algo y se les debe enseñar. Son obras que se pueden vivir sea en una dimensión sencilla, familiar, al alcance de todos, sea —especialmente la segunda, aquella de enseñar— en un plano más institucional, organizado. Pensemos por ejemplo en tantos niños que todavía sufren de analfabetismo: esto no se puede entender, que en un mundo donde el progreso técnico, científico haya llegado tan alto, existan niños analfabetos. Esto no se puede entender; es una injusticia. Cuantos niños sufren la falta de instrucción. Es una condición de grande injusticia que atenta contra la dignidad de la persona misma. Sin instrucción luego se convierte fácilmente en presa de la explotación y de las diversas formas de lacras sociales.
La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha sentido la exigencia de comprometerse en el ámbito de la instrucción porque su misión de evangelización implica el compromiso de restituir la dignidad a los más pobres. Desde el primer ejemplo de una “escuela” fundada aquí en Roma por San Justino, en el segundo siglo, para que los cristianos conocieran mejor la Sagrada Escritura, hasta San José de Calasanz, que abrió las primeras escuelas populares gratuitas de Europa, tenemos una larga lista de santos y santas que en diversas épocas han llevado la instrucción a los más desfavorecidos, sabiendo que a través de este camino habrían podido superar la miseria y las discriminaciones. Cuantos cristianos, laicos, hermanos y hermanas consagrados, sacerdotes han dado la propia vida en la instrucción, en la educación de los niños y de los jóvenes. ¡Pero esto es grande! ¡Y yo los invito a hacer un homenaje a ellos con un aplauso! Estos pioneros de la instrucción habían entendido a fondo la obra de misericordia y lo habían hecho un estilo de vida capaz de transformar la misma sociedad. ¡A través de un trabajo sencillo y pocas estructuras han sabido restituir la dignidad a tantas personas! Y la instrucción que daban era muchas veces orientada también al trabajo. Pensemos en Don Bosco, en San Juan Bosco, hay algunos salesianos ahí ¡eh! Pensemos en Don Bosco que con aquellos muchachos de la calle, con el oratorio y luego con las escuelas, los oficios, los preparaba para el trabajo… Es así que han surgido muchas y diversas escuelas profesionales, que instruían al trabajo mientras educaban en los valores humanos y cristianos. La instrucción, por lo tanto, es de verdad una peculiar forma de evangelización.
Más crece la instrucción y más las personas adquieren certezas y conciencia, de la cual todos tenemos necesidad en la vida. Una buena instrucción nos enseña el método crítico, que comprende también un cierto tipo de dudas, útiles a poner preguntas y verificar los resultados alcanzados, en vista de un conocimiento mayor. Pero la obra de misericordia de dar buen consejo al que lo necesita no se refiere a este tipo de dudas. Expresar la misericordia hacia los que tiene dudas equivale, en cambio, a disminuir aquel dolor y aquel sufrimiento que proviene del miedo y de la angustia que son consecuencias de las dudas. Es por lo tanto un acto de verdadero amor con el cual se buscar sostener a una persona en la debilidad provocada por la incertidumbre.
Pienso que alguien podría decirme: «Padre, pero yo tengo tantas dudas sobre la fe, ¿Qué cosa debo hacer? ¿Usted no tiene jamás dudas?». Tengo muchas, ¡Eh! Tengo muchas… ¡Cierto que en algunos momentos a todos nos surgen dudas! Las dudas que tocan la fe, en sentido positivo, son un signo que queremos conocer mejor y más a fondo a Dios, Jesús, y el misterio de su amor hacia nosotros. «Pero, yo tengo esta duda… busco, estudio, veo o pido un consejo, como hacer…». Estas dudas nos hacen crecer. Pues, es bueno que nos pongamos preguntas sobre nuestra fe, para de este modo seamos empujados a profundizarla. Las dudas, de todos modos, también son superadas. Por esto, es necesario escuchar la Palabra de Dios, y comprender cuanto nos enseña. Un camino importante que ayuda mucho en esto es aquel de la catequesis, con la cual el anuncio de la fe viene a nuestro encuentro en lo concreto de la vida personal y comunitaria. Y existe al mismo tiempo, otro camino igualmente importante, aquel de vivir lo más posible la fe. No hagamos de la fe una teoría abstracta donde las dudas se multiplican. Más bien, hagamos de la fe nuestra vida. Busquemos practicarla en el servicio a los hermanos, especialmente a los más necesitados. Y entonces, tantas dudas desaparecerán, porque sentimos la presencia de Dios y la verdad del Evangelio en el amor que, sin merito nuestro, habita en nosotros y lo compartimos con los demás.
Como se puede ver, queridos hermanos y hermanas, también estas dos obras de misericordia no están lejos de nuestra vida. Cada uno de nosotros puede comprometerse en vivirlas para poner en práctica la palabra del Señor cuando dice que el misterio del amor de Dios no ha sido revelado a los sabios y a los inteligentes, sino a los pequeños (Cfr. Lc 10, 21; Mt 11, 25-26). Por lo tanto, la enseñanza más profunda que estamos llamados a transmitir y la certeza más segura para salir de la duda, es el amor de Dios con el cual somos amados (Cfr. 1 Jn 4, 10). Un amor grande, gratuito y dado para siempre. Pero, ¡Dios jamás da marcha atrás con su amor, jamás! Va siempre adelante, se queda ahí, es dado para siempre este amor del cual debemos sentir una fuerte responsabilidad, para ser sus testimonios ofreciendo misericordia a nuestros hermanos. Gracias.