El Papa dedica una carta a Blaise Pascal, «infatigable buscador de la verdad»

El Papa dedica una carta a Blaise Pascal, «infatigable buscador de la verdad»

Francisco propone al científico y filósofo francés, nacido hace 400 años, como «compañero de camino» en la «búsqueda de la felicidad»

Redacción
Carta Papa Pascal
Escultura en honor de Pascal en París. Foto: Matthew Warner.

«Infatigable buscador de la verdad», «pensador brillante», «atento a las necesidades materiales de todos», «enamorado de Cristo», cristiano con una «racionalidad fuera de los común» y de «inteligencia inmensa e inquieta». Estas son algunas de las definiciones del filósofo y teólogo francés Blaise Pascal que el Papa Francisco ofrece en su carta apostólica Sublimitas et miseria hominis.

El texto está escrito con motivo del cuarto centenario del nacimiento del matemático y físico, y publicada este lunes, fecha exacta en la que Pascal vio la luz en Clermont (Francia) en 1623. Murió solo 39 años después, el 19 de agosto de 1662, en París.

Desde niño y durante toda su vida, recuerda Francisco, Pascal «buscó la verdad» y con la razón «rastreó sus signos, especialmente en los campos de las matemáticas, la geometría, la física y la filosofía». En estos ámbitos «realizó descubrimientos extraordinarios desde muy tierna edad». Pero no se detuvo allí. En un siglo de grandes progresos científicos, «acompañados de un creciente espíritu de escepticismo filosófico y religioso», Blaise Pascal «se mostró como un infatigable buscador de la verdad», siempre «inquieto», atraído por «nuevos y más amplios horizontes», resumen los medios vaticanos.

Su actitud básica, según el Pontífice, es de «asombrada apertura a la realidad», lo que también le lleva a abrirse a la sociedad. Su fe y su dedicación a la ciencia y el pensamiento no lo convirtieron «en una persona aislada de su época». Por ejemplo, ideó en París en 1661 «el primer sistema de transporte público». Incluso cuando estaba ya cerca de la muerte, dijo que «si Dios permite que salga de esta enfermedad, estoy resuelto a no tener más ocupaciones ni otro empleo del resto de mis días que el servicio de los pobres».

Acompaña nuestra búsqueda

El Pontífice, con su carta, pretende «poner en evidencia lo que, en su pensamiento y en su vida, considero apropiado para estimular a los cristianos». Pues Pascal, cuatro siglos después, «sigue siendo para nosotros el compañero de camino que acompaña nuestra búsqueda de la verdadera felicidad y, según el don de la fe, nuestro reconocimiento humilde y gozoso del Señor muerto y resucitado». Porque «habló de la condición humana de una manera admirable», como alguien que había puesto a Dios en el centro. «No solamente no conocemos a Dios más que por Jesucristo, sino que no nos conocemos a nosotros mismos más que por Jesucristo», escribió.

Pascal, «hombre de inteligencia prodigiosa», se preocupó de hacer saber a todos que «Dios y la verdad son inseparables». Pero también que «fuera de los objetivos del amor, no hay verdad que valga». En los Pensamientos encontramos asimismo el principio fundamental de que «la realidad es superior a la idea». Debemos recordarlo, escribe Francisco, hoy que «las ideologías mortíferas» mantienen a quienes las siguen «dentro de burbujas de creencia donde la idea ha reemplazado a la realidad».

El abismo que solo llena Dios

Hablando, siempre por paradoja, de la condición humana, Pascal recuerda, con realismo, según el Pontífice, que «hay una desproporción insoportable, por una parte, entre nuestra voluntad infinita de ser felices y de conocer la verdad; y, por otra, nuestra razón limitada y nuestra debilidad física». Por eso el hombre no puede «permanecer solo en sí mismo». Debe distraerse. Lo hace con el trabajo, el ocio, la familia o las amistades, pero también con los vicios. Así experimenta su dependencia, su vacío y también el tedio, la tristeza y la desesperación.

«Un abismo infinito», define el filósofo, que «solo puede ser llenado por un objeto infinito e inmutable, es decir, por el mismo Dios». Pascal es ese cristiano que «quiere hablar de Jesucristo a los que se apresuran a declarar que no hay ninguna razón sólida para creer en las verdades del cristianismo», porque sabe «que lo que dice la Revelación no solo no se opone a las exigencias de la razón, sino que aporta la respuesta inaudita a la que ninguna filosofía habría podido llegar por sí misma».

El filósofo analiza también la «inteligencia intuitiva». Las verdades básicas del cristianismo «no se pueden demostrar por la razón, pero pueden ser conocidas por la certeza de la fe, y pasan entonces del corazón espiritual a la mente racional, que las reconoce como verdaderas». Pascal, subraya a continuación el Pontífice, «nunca se resignó a que algunos de sus hermanos en humanidad no solo no conocieran a Jesucristo, sino que desdeñaran tomarse en serio el Evangelio».

Defensa del jansenismo

En la carta apostólica, el Papa analiza la experiencia mística de la «noche de fuego» del 23 de noviembre de 1654, tan intensa y decisiva que Pascal la anotó en un pedazo de papel cosido en el forro de su abrigo. Define su encuentro por analogía con el experimentado por Moisés ante la zarza ardiente. Dios «no es el Dios abstracto o el Dios cósmico», escribe el filósofo y teólogo, sino que es «el Dios de una persona, de una llamada, el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, el Dios que es certeza, que es sentimiento, que es alegría». Esa noche Pascal experimenta «el amor de este Dios personal, Jesucristo», que lo lleva «por el camino de la conversión profunda».

Para concluir, el Papa Francisco analiza la relación de Pascal con el jansenismo. Recuerda que Jaqueline, una de las hermanas, había entrado en la vida religiosa en Port Royal, en una congregación de influencia jansenista. Cuando surgió en la Sorbona una importante controversia, que oponía a los jesuitas con los jansenistas, sobre la cuestión de la gracia de Dios y su relación con la naturaleza humana y el libre albedrío, el filósofo recibió el encargo de los jansenistas de defenderlos.

El Papa reconoce que sus escritos sobre el tema contienen algunas afirmaciones, tomadas de la teología del último san Agustín, que «no parecen correctas». Pero añade que Pascal pensaba sinceramente estar atacando entonces al pelagianismo o semipelagianismo, que creía identificar en las doctrinas de los jesuitas. «Reconozcámosle la franqueza y la sinceridad de sus intenciones». Y sobre todo que su última posición sobre la gracia, antes de morir, es «perfectamente católica».