El Papa da las gracias a los sacerdotes «por el bien escondido que hacen»
Ha presidido la Misa Crismal de este Jueves Santo en la que también ha recomendado a los sacerdotes que sean amables y no «amargados y quejicas»
Francisco ha presidido la Misa Crismal en la basílica de San Pedro que ha celebrado el cardenal Angelo De Donatis, vicario del Papa para la diócesis de Roma, en compañía de decenas de sacerdotes de la Ciudad Eterna y algunos cardenales de la Curia.
En esta ceremonia en la que se bendicen los óleos para los catecúmenos y enfermos, los sacerdotes también renuevan las promesas hechas en su ordenación. Precisamente el Pontífice ha centrado su homilía en la labor del sacerdote en el día en que nació el sacerdocio. El Papa ha comenzado recordando que la vida cristiana es obra del Espíritu Santo, como lo es la misma Iglesia, y que cada cristiano es templo del Espíritu Santo. El Señor nos ha ungido con el Espíritu Santo y, en especial, a los sacerdotes que, «sin méritos, por pura gracia hemos recibido una unción que nos ha hecho padres y pastores en el Pueblo santo de Dios», ha dicho Francisco.
El Papa, visiblemente menos fatigado que durante el Domingo de Ramos, ha pronunciado una larga homilía analizando esta unción del Espíritu Santo sobre los sacerdotes, la misma que Cristo dio a sus discípulos enviándoles al Paráclito: «Al recibir el Espíritu, los miedos y vacilaciones de Pedro se evaporan; Santiago y Juan, consumidos por el deseo de dar la vida, dejan de buscar puestos de honor; los demás ya no permanecen encerrados y temerosos en el cenáculo, sino que salen y se convierten en apóstoles en el mundo».
Tres tentaciones peligrosas
Como los apóstoles, cada sacerdote experimenta ese camino que empieza con una llamada, continua con el entusiasmo de la unción y también pasa por la crisis. «A todos, antes o después, nos sucede que experimentamos decepciones, dificultades y debilidades, con el ideal que parece desgastarse entre las exigencias de la realidad, mientras se impone una cierta costumbre; y algunas pruebas, antes difíciles de imaginar, hacen que la fidelidad parezca más difícil que antes. Esta etapa representa un momento culminante para quienes han recibido la unción. De ella se puede salir mal parado, deslizándose hacia una cierta mediocridad, arrastrándose cansinamente hacia una “normalidad” en la que se insinúan tres tentaciones peligrosas: la del compromiso, por la que uno se conforma con lo que puede hacer; la de los sucedáneos, por la que uno intenta “llenarse” con algo distinto respecto a nuestra unción; la del desánimo, por la que, insatisfecho, uno sigue adelante por pura inercia», ha explicado el Papa quien además ha apuntado un ulterior riesgo que conlleva esta situación y es el de mantener las apariencias cuando el corazón vive «envuelto en el desencanto».
Cuidado con ensuciar la unción del Espíritu
El Santo Padre ha explicado a los sacerdotes que ese de la crisis es un momento decisivo en el que hay que elegir entre Dios y el mundo. El primer paso es «admitir la verdad de la propia debilidad» para dejar al Espíritu Santo actuar y así «saldrán a la luz las falsedades con las que estamos tentados de convivir», ha explicado insistiendo en que «toda doblez que se insinúa es peligrosa, no hay que tolerarla, sino sacarla a la luz del Espíritu».
Para el Papa, la consecuencia de la unción del Espíritu es la armonía porque «el Espíritu Santo es armonía». Por eso, Francisco ha advertido sobre el peligro de romper esta armonía: «Se peca contra el Espíritu, que es comunión, cuando nos convertimos, aunque sea por ligereza, en instrumentos de división; y le hacemos el juego al enemigo, que no sale a la luz y ama los rumores y las insinuaciones, que fomenta los partidos y las cordadas, alimenta la nostalgia del pasado, la desconfianza, el pesimismo, el miedo. Tengamos cuidado, por favor, de no ensuciar la unción del Espíritu y el manto de la Madre Iglesia con la desunión, con las polarizaciones, con cualquier falta de caridad y de comunión».
Mucho esfuerzo y poco reconocimiento
Por eso, Francisco les ha pedido que custodien esta armonía aferrándose al Espíritu Santo. El Papa ha puesto un ejemplo del efecto de esta armonía y es la amabilidad del sacerdote: «Si la gente encuentra en nosotros personas insatisfechas y descontentas, que critican y señalan con el dedo, ¿dónde descubrirán la armonía? ¡Cuánta gente no se acerca o se aleja porque en la Iglesia no se siente acogida y amada, sino mirada con recelo y juzgada!». Les ha recordado que ser «amargados y quejicas» «corrompe el anuncio, porque contratestimonia a Dios, que es comunión y armonía».
Para concluir, y después de estas recomendaciones, Francisco les ha querido dar las gracias a todos ellos, sacerdotes, «por el bien escondido que hacen, por el perdón y el consuelo que dan en nombre de Dios». Y, sobre todo, por todo su mucho esfuerzo y «poco reconocimiento».