El Papa convoca un rosario por la paz el sábado 11 de octubre
El Santo Padre ha anunciado este rosario por la paz durante la catequesis, en la que ha asegurado que «nada puede ser excluido de su redención, ni siquiera nuestros pecados más antiguos, ni siquiera nuestros vínculos rotos. No hay pasado tan arruinado, que no pueda ser tocada por su misericordia»
El Papa León XIV ha invitado a todos los fieles a rezar el rosario por la paz a diario durante el mes de octubre. Todos los trabajadores del Vaticano, además, tienen una cita diaria en la basílica de San Pedro, a las 19:00 horas.
El Santo Padre ha anunciado también que la plaza de San Pedro acogerá esta oración mariana el sábado 11 de octubre a las 18:00 horas. Tendrá lugar durante la vigilia del Jubileo de la espiritualidad mariana y en ella se recordará el aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II.
Catequesis de la audiencia
La convocatoria ha sido anunciada durante la audiencia general de este miércoles. En ella, el Pontífice ha reflexionado una vez más (ya lo hizo hace una semana) sobre el misterio del Sábado Santo, cuando «Cristo desciende al reino de los infiernos para llevar el anuncio de la Resurrección a todos aquellos que estaban en las tinieblas».
Este gesto, según el Santo Padre, «representa el gesto más profundo y radical del amor de Dios por la humanidad». Porque «no basta decir ni creer que Jesús ha muerto por nosotros», sino que «es necesario reconocer que la fidelidad de su amor ha querido buscarnos allí donde nosotros mismos nos habíamos perdido».

Los infiernos existenciales
Durante la catequesis, el Papa también ha explicado que el infierno «no es tanto un lugar, sino una condición existencial en la que la vida está debilitada y reinan el dolor, la soledad, la culpa y la separación de Dios y de los demás». A pesar de ello, «Cristo nos alcanza también en este abismo, atravesando las puertas de este reino de tinieblas». Y ha añadido: «Entra, por así decir, en la misma casa de la muerte, para vaciarla, para liberar a los habitantes, tomándoles de la mano uno por uno. Es la humildad de un Dios que no se detiene delante de nuestro pecado, que no se asusta frente al rechazo extremo del ser humano».
Pero la luz del Señor no solo alumbra incluso a los muertos, sino que impacta incluso en quien vive aunque esté muerto en su interior «a causa del mal y del pecado». Dios también redime el «infierno cotidiano de la soledad, de la vergüenza, del abandono, del cansancio de vivir. Cristo entra en todas estas realidades oscuras para testimoniarnos el amor del Padre. No para juzgar, sino para liberar. No para culpabilizar, sino para salvar».

Y si Cristo ha podido descender hasta allí, ha concluido, «nada puede ser excluido de su redención. Ni siquiera nuestras noches, ni siquiera nuestros pecados más antiguos, ni siquiera nuestros vínculos rotos. No hay pasado tan arruinado, no hay historia tan comprometida que no pueda ser tocada por su misericordia».
Para el Santo Padre, eso es consolador. «Y si a veces nos parece tocar el fondo, recordemos: ese es el lugar desde el cual Dios es capaz de comenzar una nueva creación».