El Papa comienza una nueva fase del pontificado
El Pontífice está en un periodo de «convalecencia protegida». No podrá seguir su actividad habitual y, sobre todo, debe evitar estar con grupos y niños
En la puerta de Santa Marta, el anciano cardenal decano Giovanni Battista Re recibió el pasado domingo al Papa con los brazos abiertos. «Bienvenido a casa, Santo Padre, qué alegría que haya regresado», dijo cuando puso de nuevo los pies en suelo vaticano. Francisco le saludó con una sonrisa.
Re es el mismo purpurado que hace doce años, el 13 de marzo de 2013, le hizo durante el cónclave una pregunta decisiva bajo los frescos de la Capilla Sixtina: «¿Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice?». «Acepto», respondió Bergoglio. A partir de ese instante, se convirtió en Papa. Entonces, una de sus primeras decisiones fue organizar una visita exprés a la basílica de Santa María la Mayor para poner el pontificado a los pies de la imagen de la Virgen, Salus Populi Romani, «protectora del pueblo de Roma». También el domingo, antes de regresar a casa, Francisco solicitó desviarse muchos kilómetros para rezar allí. Estaba agotado y no tenía fuerzas para salir del coche, pero rezó bajo su ventana y entregó unas flores al cardenal Rolandas Makrickas, su arcipreste coadjutor, para que las dejara de su parte en la capilla. Es fácil imaginar que repitió aquella súplica que hizo en 2013, y que también ha abandonado espiritualmente esta delicada fase en las manos de la Virgen.
«Comienza una nueva etapa del pontificado», adelantó para preparar el terreno uno de sus principales colaboradores, el cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, horas antes de saberse que sería dado de alta. «Este mes ha sido muy duro para él, pero tiene una enorme capacidad para aprender de la vida, de lo que venga, de captar lo bueno incluso en los momentos oscuros. Estoy seguro de que de esta experiencia saldrá algo muy hermoso», confió. «Creo que este tiempo de dolor, de cansancio, de limitación, es el inicio de una nueva etapa que será fructífera y formará parte de su pontificado».
Cuando los médicos que han coordinado su hospitalización, Sergio Alfieri y Luigi Carbone, anunciaron oficialmente el sábado que unas horas más tarde el Papa sería dado de alta, aclararon que no está recuperado y que necesitará al menos dos meses de convalecencia; un «periodo de recuperación» en el que «no podrá seguir su actividad habitual».
14 de febrero de 2025. Ingresa en el hospital por una bronquitis. El día 18 se le diagnostica neumonía bilateral por una infección polimicrobiana.
22 de febrero. Una crisis respiratoria le obliga a recibir oxígeno. Los médicos se plantean «dejarlo ir», pero se decide intentar salvarlo.
23 de febrero. Muestra síntomas de insuficiencia renal que remiten poco después.
28 de febrero. Un broncoespasmo provoca inhalación de vómito y obliga a hacerle una broncoaspiración.
6 de marzo. Se difunde una grabación de voz en la que se le escucha muy débil.
10 de marzo. Los médicos levantan el pronóstico reservado pues consideran que su vida no corre peligro.
23 de marzo. Recibe el alta y deja el hospital con cánulas nasales.
Carbone la describe como una «convalecencia protegida» y en el Vaticano se lo han tomado tan en serio que han duplicado el número de gendarmes que vigilan la planta que ocupa el Papa en Santa Marta para impedir incluso las «intrusiones amistosas». Tampoco baja al comedor común para las comidas y sus secretarios y las pocas personas que se cruzan con él deben llevar mascarilla.
«Le hemos prescrito que evite el contacto con grupos de personas o con niños que puedan ser vehículos de nuevas infecciones», asegura Alfieri en entrevista al Corriere della Sera. En la práctica, no debe recibir a peregrinos, participar en las audiencias generales ni presidir las ceremonias del Jubileo estos domingos. «Cuando le dimos de alta prometimos que no iba a desperdiciar todo el esfuerzo hecho. Pero él es el Papa y nosotros no podemos dictarle lo que debe hacer». Lo cierto es que los médicos estaban retrasando el alta pues «temían que si volvía a Santa Marta no cumpliría estas prescripciones», explica el cardenal Re.
Francisco está obedeciendo a los médicos y no hay noticias de llamadas, visitas o reuniones que le hayan fatigado inútilmente. Dedicó el primer día en Santa Marta a adaptarse a su nueva normalidad. La salida del hospital, con el saludo desde el balcón y la presión de hablar en público para mostrar sus condiciones de salud, le provocaron cierto cansancio. Cuando entró en sus habitaciones, pudo ver los pocos cambios que se han realizado en su ausencia: se han pintado las paredes, se han hecho obras en un baño y se le ha sustituido la cama por una hospitalaria, para la rehabilitación. En ella realiza la fisioterapia motora y respiratoria. En un sillón sigue las sesiones de logopedia para recuperar la capacidad de articular palabras y realiza tareas de trabajo que requieren poco esfuerzo.
Aún no se ha explicado cuándo volverá a mostrarse en público ni cómo se organizará para gobernar la Curia romana. Pero nadie duda de cómo desea actuar el Papa Francisco. Podría haber regresado al Vaticano sin dejarse ver, pero salió al balcón del Gemelli para mostrar su rostro cansado, la debilidad con que mueve los brazos y cuánto le cuesta hablar; y en el coche se puso las cánulas nasales para recibir oxígeno. En la fase que acaba de comenzar no quiere esconder ese «dolor, cansancio y limitación», pues en ellas es fácil encontrar el mensaje del Evangelio que predica.