El Papa canoniza a Francisco y Jacinta en el centenario de la aparición de la Virgen en Fátima
«Suplico la paz para todos mis hermanos en el bautismo y la humanidad», dice el Sumo Pontífice en su visita al santuario portugués
En el mismo lugar donde hace exactamente cien años se les apareció por sorpresa «una Señora más resplandeciente que el sol», el Papa Francisco ha canonizado el sábado a Francisco y Jacinta Marto, dos de los tres pastorcillos que, junto con su prima Lucia dos Santos, cuidaban las ovejas y jugaban a construir una casita con piedras el mediodía del 13 de mayo de 1917.
Ante más de medio millón de peregrinos venidos de todo el mundo- muchos de los cuales habían pasado la noche al raso en la explanada y otros ni siquiera pudieron entrar-, el Santo Padre ha comentado que «tenemos ante los ojos, como ejemplo para nosotros, a san Francisco Marto y santa Jacinta, a quienes la Virgen María introdujo en el mar inmenso de la Luz de Dios para que lo adoraran».
El Papa se refería a los dos grandes retratos de los chiquillos que -en una preciosa mañana soleada- miraban hacia la inmensa multitud de peregrinos desde la fachada de la basílica. Con 10 y 9 años de edad en el momento de su fallecimiento por enfermedad, son los dos santos no mártires más jóvenes en la Iglesia.
Francisco ha centrado su homilía en el ejemplo de santidad de los dos hermanos, quienes recibían de Dios «la fuerza para superar las contrariedades y sufrimientos».
Las primeras fueron la incredulidad, a veces hostil, de su familia, vecinos e incluso de las autoridades, molestas por la afluencia de gente a Cova da Iría, donde la Virgen les había dado cita a la misma hora el día 13 de cada mes, y donde el número de personas que acudía era cada vez mayor. Llegarían a 70.000 el día de la última aparición, el 13 de octubre de 1917, cuando todos ellos vieron el espectacular «milagro del sol».
En un intento de cortar en seco el fenómeno de devoción, el prefecto de Ourem mantuvo el 13 de agosto bajo arresto e interrogatorio a los tres pastorcillos, amenazándoles con freírlos vivos si no confesaban que todo era mentira.
Ese mediodía, los cientos de personas que estaban en el lugar vieron un relámpago, escucharon un trueno y vieron una pequeña nubecilla blanca en el lugar donde solía aparecer la Virgen, que en cambio visitaría a los tres chiquillos en Valinhos el día 19.
A esas dificultades se unieron las enfermedades que llevaron al fallecimiento de Francisco en 1919, con 10 años cumplidos, y de Jacinta en 1920 poco antes de llegar a esa edad.
Pero lo más importante, según el Papa es que «la presencia divina se fue haciendo más constante en sus vidas, como se manifiesta claramente en la insistente oración por los pecadores y el deseo permanente de estar junto a «Jesús oculto» en el sagrario».
Francisco ha recordado también que la Virgen les advirtió de los peligros del infierno. Tuvo lugar en la tercera aparición, la del 13 de julio, en que María les reveló un secreto de tres partes. En primer lugar, la visión del infierno. Después la advertencia de que si Rusia no se convertía, extendería sus errores a muchos países. En tercer lugar, la persecución contra la Iglesia y el atentado contra Juan Pablo II, ocurrido el 13 de mayo de 1981 en la plaza de San Pedro.
Aunque recordaba el pasado, la mirada del Papa se dirigía al futuro y, continuaba en cierto modo la oración realizada ante la Virgen la noche anterior, asegurando que «de sus brazos vendrá la esperanza y la paz que necesitan y que yo suplico para todos mis hermanos en el bautismo y la humanidad».
La referencia a «todos mis hermanos en la humanidad» era un nuevo recuerdo de la unicidad de la familia humana, con independencia de religión o raza, un punto que menciona desde hace diez días en todas sus discursos relativos a Fátima, a donde ha venido como «Pastor universal», para poner a los pies de la Virgen “el destino temporal y espiritual de la humanidad”.
En esa línea, Francisco ha pedido en su homilía «que el cielo active aquí una autentica y precisa movilización general contra esa indiferencia que nos enfría el corazón y agrava nuestra miopía».
En cuanto a los católicos, el Papa ha concluido sus palabras pidiendo a la Virgen que «descubramos de nuevo el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es misionera, acogedora, libre, pobre de medios y rica de amor».
Poco después, en el ofertorio, un matrimonio brasileño -João Batista y Lucila Yurie-, llevaron algunas de las ofrendas al Papa. Les acompañaba su hijo Lucas, quien intercambió un gran abrazo con Francisco. En 2013, cuando tenía seis años y jugaba con su hermanita, el pequeño se cayó por una ventana y sufrió fractura craneal con pérdida de masa encefálica. El pronóstico era muerte, coma vegetativo o, en caso de despertar, graves daños irreversibles.
Unos días después de que los padres y las carmelitas de la ciudad de Campo Mourao pidieron el milagro a los dos pastorcillos, Lucas se despertó «sin ningún síntoma ni secuela, y es el mismo de antes: su inteligencia, su carácter, todo igual», en palabras del padre a su llegada al santuario el pasado jueves.
Justo antes de iniciar la misa en la explanada, el Papa rezó ante las tumbas de los tres pastorcillos en la basílica que domina el santuario. Además de san Francisco y santa Jacinta Marto, allí reposa también la tercera y más longeva de los tres videntes, Lucia dos Santos, que fue religiosa carmelita y extendió la devoción a la Virgen de Fátima durante una larga vida hasta su fallecimiento en 2005. Su causa de beatificación se encuentra en estudio en Roma.
Juan Vicente Boo / ABC. Fátima