El Papa alerta a los movimientos eclesiales sobre el peligro del «deseo de poder»
En un encuentro con los moderadores de distintas realidades eclesiales, ha explicado la decisión de limitar a diez años los mandatos de los órganos de gobierno
El decreto que limita el mandato de los órganos de gobierno de los movimientos y asociaciones de fieles a diez años consecutivos pretende evitar situaciones de abuso de poder. Así se lo ha explicado el Papa Francisco a los participantes en el encuentro La responsabilidad de gobierno en los grupos de laicos: un servicio eclesial, organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.
El Pontífice ha reconocido que el decreto, de junio pasado, pudo sembrar «humor no bueno» en algunos corazones. Aunque pueda parecer «rígido», como le ocurrió a él, es «el lenguaje del Derecho Canónico». Por eso ha tratado de «ver qué significa» y «explicarlo bien». No «nos lleva a la cárcel», sino que «nos insta a aceptar algunos cambios y a preparar el futuro desde el presente».
Los cambios incluidos en las nuevas normas nacen, ha continuado, de la experiencia de las últimas décadas. Después del Concilio Vaticano II, se ha visto cómo «muchas» nuevas realidades, congregaciones o asociaciones de fieles, «con una novedad que es grande han terminado en situaciones muy difíciles», bajo visita apostólica, «con pecados sucios» o intervenidas con «procesos de saneamiento que no eran fáciles». Y en muchos casos eran realidades que parecían «la salvación».
No solo las grandes y más conocidas, ha puntualizado. En Argentina, por ejemplo, «ya se han disuelto tres». Tampoco ha sido siempre por asuntos estruendosos; también por «enfermedades que provienen del debilitamiento del carisma fundacional».
Poder y deslealtad
El Pontífice ha querido señalar dos obstáculos que se pueden dar en el gobierno de cualquier realidad de la Iglesia, consagrada o laical. Uno es el «deseo de poder». Este se puede expresar de muchas formas. Por ejemplo, «cuando creemos que tenemos que tomar decisiones sobre todos los aspectos de la vida» de nuestra realidad y se quiere «estar en todas partes». Se delegan tareas, «pero solo en teoría».
También hay apego al poder cuando los superiores «hacen mil cosas para ser reelegidos y reelegidos, incluso cambiando las constituciones». El Papa ha puesto ejemplos que ha conocido, como escuchar antes de un capítulo «si me votáis haré esto» o «el espíritu del fundador ha descendido sobre mí». Casos así «nos han enseñado que es beneficioso y necesario prever una rotación en los puestos de gobierno y una representación de todos los miembros en vuestras elecciones».
Otro obstáculo, «muy sutil», es la deslealtad de servir al Señor y, al tiempo, buscar «reconocimiento, aprecio». En esta «trampa» se puede caer «cuando nos presentamos ante los demás como los únicos intérpretes» o «dueños» del carisma. Otras veces, «más a menudo de lo que creemos», los superiores se creen «imprescindibles» o pretenden decidir a su sucesor.
No creerse «la novedad»
Un peligro añadido es «pensar que somos “la novedad” en la Iglesia», y que «no necesitamos cambiar» o que somos inmunes a estas amenazas. Esto «puede convertirse en una falsa seguridad», porque el carisma siempre debe ser profundizado y encarnado en nuevas situaciones. «Nosotros todos estamos siempre en camino, siempre en conversión, siempre discerniendo».
Asimismo, el Santo Padre ha explicado por qué el decreto prevé una excepción para dar más «estabilidad» a los movimientos «en formación», aquellos cuyos fundadores que aún viven. Aunque también «tienen el deber de verificar, en asambleas o capítulos, el estado del carisma fundacional» y de cambiar lo necesario, este proceso es más continuo.
Agradecimiento
Sin embargo, el Papa no ha querido entrar en estas cuestiones sin antes subrayar su agradecimiento a los movimientos eclesiales: «Gracias por vuestra presencia» y por el compromiso de «vivir y testimoniar el Evangelio en las realidades ordinarias de la vida». Y recientemente, de manera especial, durante la pandemia.
«Vosotros, con vuestros movimientos, habéis despertado» a la llamada de cada bautizado a evangelizar. «Tenéis una misión eclesial verdadera y propia. Buscáis con dedicación vivir y hacer fructificar aquellos carismas» recibidos del Espíritu Santo. E, «incluso con limitaciones, sois un claro signo de la vitalidad de la Iglesia: representáis una fuerza misionera y una presencia profética que nos da esperanza».