El Papa a los jóvenes de Taizé: decid sí a Cristo, en la Iglesia
«Durante estos días en Roma, podéis dejar crecer en vuestros corazones este sí a Cristo, aprovechando especialmente los largos tiempos de silencio», fue la invitación que Benedicto XVI dirigió, el sábado pasado en la Plaza de San Pedro, a los 40.000 jóvenes que participaban en el encuentro europeo de Taizé. Asimismo, ante las dificultades, les recordó que cuentan con «la alegría y el consuelo de la comunión de la Iglesia», y les invitó a comprometerse con sus comunidades
Ya lo hizo Juan Pablo II en 1987, y Benedicto XVI lo repitió el pasado sábado, ante los 40.000 jóvenes que participaron en el Encuentro europeo anual de la comunidad ecuménica de Taizé: «El Papa se siente profundamente comprometido con vosotros en esta Peregrinación de la confianza por la tierra… También yo estoy llamado a ser un peregrino de la confianza en nombre de Cristo», dijo el Papa a los jóvenes, recordando las palabras del Papa polaco en alusión al lema que engloba todos los encuentros continentales de Taizé, una peregrinación de confianza.
La cita con el Papa tuvo lugar en la Plaza de San Pedro, y fue uno de los pilares del Encuentro. Pero esa no fue la única basílica romana que se llenó esos días de la oración de los jóvenes y de la característica música al estilo de Taizé. Desde el 28 de diciembre y hasta el 1 de enero, los jóvenes se reunían cada tarde en las principales basílicas e iglesias de Roma para rezar. Antes, dedicaban la mañana a conocer las parroquias que los acogían, y después de comer podían visitar la Ciudad Eterna y participar en diversos talleres para profundizar en su vivencia cristiana.
«La duda no hace de vosotros no creyentes»
«Cristo –les dijo el Papa en su discurso– desea recibir también de cada uno de vosotros una respuesta que venga no de la obligación ni del miedo, sino de su profunda libertad. Respondiendo a esta pregunta vuestra vida encontrará su sentido más fuerte. Durante estos días en Roma, podéis dejar crecer en vuestros corazones este sí a Cristo, aprovechando especialmente los largos tiempos de silencio que ocupan un lugar central en vuestras oraciones comunitarias, después de la escucha de la Palabra de Dios».
Sin embargo, el Santo Padre también reconoció que «en ocasiones el mal y el sufrimiento de los inocentes crean en vosotros duda y perturbación. Y el sí a Cristo puede hacerse difícil. ¡Pero esta duda no hace de vosotros no creyentes! Jesús no ha rechazado al hombre del Evangelio que gritó: Tengo fe pero dudo. ¡Ayúdame!».
En comunión con la Iglesia
En esos momentos –continuó–, «no perdáis la confianza, Dios no os deja solos y aislados. Él nos da a todos la alegría y el consuelo de la comunión de la Iglesia». Por ello, les animó a descubrir, al volver a casa, «que Dios os hace corresponsables de su Iglesia, en toda la variedad de las vocaciones. Esta comunión que es el Cuerpo de Cristo tiene necesidad de vosotros y vosotros tenéis en Él vuestro propio lugar».
Benedicto XVI también tuvo unas palabras para el Hermano Roger, fundador de la Comunidad de Taizé, al que definió como un «testigo incansable del Evangelio de la paz y de la reconciliación, animado por el fuego de un ecumenismo de la santidad», que invitaba a todos a convertirse en buscadores de comunión. Las relaciones entre el Hermano Roger y el Vaticano siempre fueron buenas, como demuestra el hecho de que el de este año sea el cuarto Encuentro europeo que acoge la ciudad de Roma.
Otro momento especial dentro de los Encuentros europeos de Taizé es la celebración del Año Nuevo: en todas las parroquias que acogen a jóvenes, se celebra a medianoche una vigilia de oración por la paz, y luego una fiesta de los pueblos, donde participan los representantes de cada país. Al día siguiente, comparten la comida festiva, como un miembro más, con las familias que los han acogido.
El objetivo de la Peregrinación de confianza –explicó el Hermano Alois, prior de Taizé, en un libro publicado hace poco– es que las nuevas generaciones den testimonio de que «Cristo ha instaurado una nueva solidaridad» para «toda la familia humana», y busquen cómo ponerla en práctica. El Hermano Alois recuerda también que «la fe no es, en primer lugar, la adhesión a unas verdades, sino una relación personal con Dios. El centro de nuestra fe es el Resucitado, presente en medio de nosotros, que tiene una relación personal de amor con cada uno».
Queridos jóvenes, queridos peregrinos de la confianza, ¡bienvenidos a Roma!
Habéis venido muy numerosos, de toda Europa y también de otros continentes, para orar ante las tumbas de los santos apóstoles Pedro y Pablo. En esta ciudad, en efecto, ambos han derramado su sangre por Cristo. La fe que animaba a estos dos grandes apóstoles de Jesús es también aquella que los ha puesto en camino. Durante el año que está por iniciar, os proponéis liberar las fuentes de la confianza en Dios para vivirlas en lo cotidiano. Me alegro de que, de esta manera, encontréis la intención del Año de la fe iniciado en el mes de octubre.
Es la cuarta vez que celebráis un Encuentro europeo en Roma. En esta ocasión, quiero repetir las palabras que mi predecesor Juan Pablo II pronunció a los jóvenes durante vuestro tercer Encuentro en Roma: «El Papa se siente profundamente comprometido con vosotros en esta peregrinación de la confianza sobre la tierra… También yo estoy llamado a ser un peregrino de la confianza en nombre de Cristo» (30 diciembre 1987).
Hace poco más de 70 años, el Hermano Roger dio vida a la comunidad de Taizé. Ésta sigue viendo venir hacia ella a miles de jóvenes de todo el mundo, en búsqueda de dar un sentido a sus vidas. Los Hermanos los acogen en su oración y les ofrecen la oportunidad de hacer experiencia de una relación personal con Dios. Para sostener a estos jóvenes en su camino hacia Cristo, el Hermano Roger tuvo la idea de iniciar una peregrinación de la confianza sobre la tierra.
Testigo incansable del Evangelio de la paz y de la reconciliación, animado por el fuego de un ecumenismo de la santidad, el Hermano Roger alentó a todos aquellos que pasan por Taizé a que se conviertan en buscadores de comunión. Lo dije al día siguiente de su muerte: «Tenemos que escuchar desde dentro su ecumenismo vivido espiritualmente, y dejarnos conducir por su testimonio hacia un ecumenismo verdaderamente interiorizado y espiritualizado». Siguiendo sus huellas, sed portadores de este mensaje de unidad. Les aseguro el compromiso irrevocable de la Iglesia católica para proseguir con la búsqueda de caminos de reconciliación para llegar a la unidad visible de los cristianos. Y esta tarde quiero saludar con un afecto del todo especial a cuantos, entre vosotros, son ortodoxos o protestantes.
Hoy Cristo os hace la pregunta que dirigió a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» A esta pregunta, Pedro, ante cuya tumba nosotros nos encontramos en este momento, respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 15-16). Y toda su vida fue una respuesta concreta a esta pregunta. Cristo desea recibir también de cada uno de vosotros una respuesta que venga no de la obligación ni del miedo, sino de su profunda libertad. Respondiendo a esta pregunta vuestra vida encontrará su sentido más fuerte. El texto de la Carta de San Juan que acabamos de escuchar nos hace comprender con gran sencillez y en modo sintético cómo dar una respuesta: «Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros» (3, 23). ¡Tener fe y amar a Dios y a los demás! ¿Qué cosa existe que sea más exaltante? ¿Qué cosa que sea más bella?
Durante estos días en Roma, podéis dejar crecer en vuestros corazones este sí a Cristo, aprovechando especialmente los largos tiempos de silencio que ocupan un lugar central en vuestras oraciones comunitarias, después de la escucha de la Palabra de Dios. Esta Palabra, dice la Segunda Carta de Pedro, es «como una lámpara que brilla en un lugar oscuro», que hacéis bien en guardar hasta que «despunte el día y aparezca el lucero de la mañana en sus corazones» (1, 19). Vosotros ya lo habéis entendido: si el lucero de la mañana debe surgir en vuestros corazones es porque no siempre está presente. En ocasiones el mal y el sufrimiento de los inocentes crean en vosotros duda y perturbación. Y el sí a Cristo puede hacerse difícil. ¡Pero esta duda no hace de ustedes no creyentes! Jesús no ha rechazado al hombre del Evangelio que gritó: «Tengo fe pero dudo. ¡Ayúdame!» (Mc 9, 24).
Porque en este combate vosotros no perdéis la confianza, Dios no os deja solos y aislados. Él nos da a todos la alegría y el consuelo de la comunión de la Iglesia. Durante su permanencia en Roma, gracias especialmente a la generosa acogida de tantas parroquias y comunidades religiosas, estáis haciendo una nueva experiencia de Iglesia. Al regresar a casa, en vuestros diversos países, os invito a descubrir que Dios os hace corresponsables de su Iglesia, en toda la variedad de las vocaciones. Esta comunión que es el Cuerpo de Cristo tiene necesidad de vosotros y vosotros tenéis en Él su propio lugar. A partir de sus dones, de aquello que es específico de cada uno de ustedes, el Espíritu Santo plasma y hace vivir este misterio de comunión que es la Iglesia, para transmitir la buena noticia del Evangelio al mundo de hoy.
Con el silencio, el canto ocupa un lugar importante en sus oraciones comunitarias. Los cantos de Taizé llenan en estos días las basílicas de Roma. El canto es un apoyo y una expresión incomparable de la oración. Cantando a Cristo, os abrís también al misterio de su esperanza. No tengáis miedo de adelantaros a la aurora para alabar a Dios. No quedaréis decepcionados.
Queridos jóvenes amigos, Cristo no os saca del mundo. Os manda allá donde falta la luz para que la llevéis a los demás. Sí, estáis llamados a ser pequeñas luces para cuantos os rodean. Con su atención a un reparto más equitativo de los bienes de la tierra, con el compromiso por la justicia y por una nueva solidaridad humana, ayudaréis a cuantos os rodean a comprender mejor cómo el Evangelio nos conduce al mismo tiempo hacia Dios y hacia los demás. De este modo, con la fe que tenéis contribuiréis a hacer surgir la confianza sobre tierra.
Estad llenos de esperanza. ¡Dios os bendiga con sus familiares y amigos!