El padre Kapaun, fallecido en un campo de prisioneros de Corea del Norte, vuelve a Kansas
El Ejército de Estados Unidos ha logrado identificar los restos de este capellán castrense muerto en 1951 y en proceso de canonización
Sacerdote, héroe militar y posible santo. El estadio Hartman Arena de Wichita, la ciudad más grande de Kansas, se llenó el 28 de septiembre de miles de personas que querían recibir en su ciudad natal y dar el último adiós al padre Emil Kapaun. 70 años después de su muerte en un campo de prisioneros en Corea del Norte, por fin sus restos han sido identificados y trasladados a Estados Unidos.
Además, por primera vez, se ha podido celebrar un funeral por su alma. En 1953 se ofrecieron Misas por él, ha explicado a los medios locales Matthew Vainer, delegado de Comunicación de la diócesis. «Pero hay que tener el cuerpo físicamente presente para celebrar un funeral individual. Esta celebración es la que nunca tuvo».
Hijo de granjeros inmigrantes de Bohemia, Kapaun fue ordenado sacerdote en junio de 1940. Según cuenta la publicación católica The Pillar, en 1944, dejó su parroquia para responder a un llamamiento del Ejército pidiendo capellanes. Hasta 1946 atendió a soldados desplegados en la India. En un Jeep, visitaba bases y puestos de avanzadilla. Algunos meses, conducía más de 3.000 kilómetros.
En Corea
Volvió brevemente a Estados Unidos, pero en 1948 fue llamado de nuevo a filas. En enero de 1950 le destinaron a una unidad que estaba combatiendo en la Guerra de Corea. De nuevo a bordo de un viejo Jeep, recorrió la península asiática de punta a punta. Cuando alguien se admiraba de su incansable labor pastoral, respondía que era lo que había aprendido de sus padres en la granja familiar.
Esta labor se vio interrumpida en noviembre de 1950, en la batalla de Unsan. Su unidad sufrió una emboscada y tuvieron que retirarse caóticamente. El sacerdote se puso en grave peligro al intentar salvar a los soldados heridos mientras las balas enemigas silbaban a su alrededor.
«Os daré los últimos sacramentos»
Ninguna le alcanzó, pero fue capturado. Dos veces. La primera, soldados de su unidad y otros surcoreanos mataron a los combatientes del norte que lo habían apresado. Pudo huir, pero se negó a alejarse del frente, y siguió atendiendo a los heridos. The Wichita Eagle recoge el testimonio de Robert McGreevy, que entonces apenas tenía 19 años, sobre estos momentos. Recuerda que el sacerdote se negó a ser evacuado. Al contrario, reunió a un grupo de soldados y les dijo: «Algunos no vais a sobrevivir, os daré los últimos sacramentos».
Cuando lo atraparon por segunda vez no tuvo tanta suerte. Los norcoreanos los obligaron, a él y a sus compañeros, a recorrer a pie 160 kilómetros hasta un campo de prisioneros, el Campo Cinco. Fue el lugar donde culminó su entrega. En el primer año de la guerra, 1.400 de los 3.000 prisioneros del Campo Cinco murieron de hambre o hipotermia. Los presos que lograron escapar con vida han contado cómo robaba comida a los guardias para repartirla entre los demás y cuidaba de los enfermos. También se las ingeniaba para celebrar Misa en secreto.
A pesar de que solo tenía 35 años, las condiciones de vida en el campo y su empeño en renunciar al escaso alimento para ofrecérselo a los demás no tardaron en pasarle factura. Los compañeros sospecharon que también sufrió un trombo. No podía comer, y a finales de marzo de 1951 estaba tan débil que apenas logró celebrar la Misa de Pascua. Un compañero, William Funchess, abrazó su cuerpo noche tras noche para intentar transmitirle calor mientras se acercaba el final. Desgraciadamente, no pudo estar en la ceremonia de Wichita porque murió hace unos meses.
En la «casa de la muerte»
Al llegar mayo, soldados norcoreanos dijeron que lo iban a trasladar al «hospital» del campo. Los prisioneros estadounidenses, que conocían esa instalación como «la casa de la muerte», se negaron. «Ellos se pusieron agresivos y nos atacaron con las bayonetas», recordaba Mike Dowe, uno de ellos. Los estadounidenses, debilitados y enfermos, lucharon con uñas, dientes y palas para impedirlo. Solo se rindieron cuando el mismo Kapaun se lo pidió. Murió unos días después, el 23 de mayo, y fue enterrado en una fosa común.
En 1954, un año después del cese de los enfrentamientos (técnicamente la guerra sigue aún hoy pues nunca se firmó la paz) China recuperó 4.200 conjuntos de restos y se los entregó a Estados Unidos. Por aquel entonces, la tecnología existente permitió identificar a algunos, pero cientos más siguieron siendo anónimos. Fueron enterrados en el Cementerio Memorial Nacional del Pacífico, ubicado en el cráter del antiguo volcán Punchbowl, en la isla hawaiana de Oahu.
Siervo de Dios y Medalla de Honor
Sus allegados pensaban que nunca lo recuperarían. Por la insistencia de los compañeros supervivientes católicos, que pronto empezaron a encomendarse a su intercesión, la diócesis de Wichita abrió la causa de canonización. En 1993 fue declarado siervo de Dios, y se espera que pronto se reconozcan sus virtudes heroicas. A las oficinas de la Congregación para las Causas de los Santos han llegado ya informes sobre dos posibles milagros obtenidos por su intercesión. Ahora, el hallazgo de sus restos facilita que el proceso siga adelante.
En 2013, el Ejército de Estados Unidos le concedió la Medalla de Honor, la más altar condecoración militar del país. Es uno de los seis capellanes castrenses que han obtenido este reconocimiento, de los 300 caídos en servicio.
En marzo, cuenta The Wichita Eagle, Ray, sobrino de Kapaun, recibió una llamada telefónica inesperada de la Agencia para el Recuento de Prisioneros de Guerra y Desaparecidos en Combate: los investigadores creían haber encontrado los restos de su tío. Desde 2019, aprovechando los progresos en las técnicas forenses, el Ejército está dando un nuevo impulso a la identificación de estos restos.
En junio, Ray llevó al laboratorio objetos personales de los padres de Kapaun junto con tierra de la granja donde se había criado, para ratificar el hallazgo con más pruebas. Finalmente, el 21 de septiembre, en la base militar de Pearl Harbor (Hawai), Ray recibió sus restos. Militares y técnicos de laboratorio formaron a ambos lados del ataúd para rendirle honores. También estaba presente el obispo Carl Kemme, de Wichita. A partir de ahora, sus restos descansan en la catedral, a la espera de que pronto sea elevado a los altares.