El orgullo como causa de toda voluntad beligerante
El Papa Francisco se dirigió el pasado lunes a los diplomáticos ante la Santa Sede y les pidió «sacrificar el amor propio»
La tarea de la diplomacia —y, en general, de cualquier diálogo— es un ejercicio de humildad, «porque requiere sacrificar un poco de amor propio para entrar en relación con el otro, para comprender sus razones», lo que lleva a contraponerse así «al orgullo y a la soberbia humana, causa de toda voluntad beligerante». Tras estas palabras de Francisco el pasado lunes en el tradicional discurso al Cuerpo Diplomático, cualquier repaso al mundo que diese a continuación ya tenía la llave de la única solución posible a todo conflicto: el sacrificio de la propia razón, que solo se consigue cuando se pone en práctica la propuesta evangélica de amar al otro como a uno mismo.
Sin esta premisa, solo irá in crescendo «el debilitamiento de la democracia y de la posibilidad de libertad que esta consiente», un debilitamiento «marcado por las crecientes polarizaciones políticas y sociales que no ayudan a resolver los problemas urgentes de los ciudadanos», como aseguró, en clara referencia a las situaciones que se están viviendo esta semana en Brasil o Perú. Sin esta premisa, las mujeres seguirán siendo consideradas «ciudadanos de segunda clase», objeto «de violencia y abusos, a las que se les niega la posibilidad de estudiar, de trabajar, de expresar sus propias capacidades, el acceso a cuidados médicos e incluso a la comida», como sucede en Afganistán. Con tantos dirigentes irracionales que no sacrifican el amor propio, en Irán seguirá «amenazado el derecho a la vida». La pena de muerte, constató el Papa, «no puede ser utilizada para una presunta justicia de estado» y solo «alimenta la sed de venganza».
Pero con esta premisa, la de comprender las razones del otro, se podrá continuar, por ejemplo, en la vía «del diálogo respetuoso y constructivo de la Santa Sede y la República Popular China», que han acordado prorrogar por otro bienio el acuerdo sobre el nombramiento de obispos. La hoja de ruta de la Iglesia en el 2023 ha quedado definida.