El norte de Burkina se vacía de cristianos
Los grupos islamistas que controlan el norte de Burkina Faso asesinaron en 2019 a 40 cristianos, y se cebaron en amenazas contra las poblaciones del norte. En el país ya hay 700.000 desplazados internos
Hace poco más de un año, el salesiano español Antonio César Fernández era asesinado por islamistas al sur de Burkina Faso. Fue «una gravísima pérdida», asegura Joseph Basson, que lo sustituyó como director de la comunidad de Uagadugú, la capital. Tanto él como Fernando Hernández, acuchillado en mayo por un exempleado en Bobo-Dioulasso, «eran nuestros hermanos, llenos de valores y, sobre todo, con un amor infinito a nuestro pueblo».
Su muerte fue uno de los primeros toques de atención sobre la expansión del yihadismo en este país de África occidental, al inicio de un año que batió récords: un atentado contra una iglesia católica en Viernes Santo; el asesinato de cuatro cristianos en junio; el de un padre y cuatro de sus hijos en septiembre, y 14 muertos en una iglesia y la suspensión de las fiestas de Navidad en diciembre. Así hasta 40 cristianos asesinados el año pasado, y otros doce hace unos días.
Además, se suceden los ataques contra funcionarios, Fuerzas de Seguridad, edificios de la Administración… Entre este país, Níger y Mali, en 2019 los terroristas asesinaron a 4.000 personas, cinco veces más que las 770 de 2016. Todo el sur del Sáhara y el Sahel, «desde Mauritania, pasando por esta zona, Chad… hasta Somalia en el este, está dominado por terroristas. Cientos de grupos con sus líderes controlan el desierto», explica Manuel Gallego, padre blanco en Bobo-Dioulasso. En Burkina hay seis grandes ramas islamistas, locales y regionales, vinculadas sobre todo a Al Qaeda pero también al ISIS. «Y no olvidemos a Boko Haram, que aunque no actúa aquí se está extendiendo y formando células».
Los radicales comenzaron a llegar en 2011 a Mali, el vecino del norte. Atacaban allí y se refugiaban en Burkina Faso con impunidad cuando era presidente Blaise Campaoré. La situación se toleraba porque este, en el poder desde 1987, «actuaba como interlocutor en todas las crisis de la región», explica el misionero. Pero en 2014 perdió el poder tras un levantamiento popular. Su sucesor, Roch Marc Christian Kaboré, «empezó a perseguir a los grupos islamistas en el desierto». Entonces comenzaron los ataques.
Misiones cerradas
Los islamistas pretenden eliminar el cristianismo (que profesa el 23 % de la población) del norte del país, la zona que más controlan. «Amenazan en las iglesias para que no vayan a rezar más, y en las escuelas para que se enseñe en árabe», narra Gallego. Hay zonas enteras que se han vaciado de cristianos, con más de 700.000 desplazados internos. Muchos han llegado a Uagadugú, donde «viven en la calle pidiendo limosna», narra el salesiano Basson. Otros están en Kaya y Ougahigouya, donde «Cáritas les ayuda con alimentos, vestidos» y a poner en marcha pequeños negocios.
Incluso la Iglesia está desapareciendo del norte. Los padres blancos de origen occidental se han trasladado a las ciudades grandes, donde su presencia no pone en peligro al resto de la comunidad. «Por ser occidental ya puedes sufrir un secuestro para pedir rescate, que es de lo que se alimentan estos grupos. En los puestos rurales están los compañeros africanos. Otras misiones, en los sitios más difíciles, las hemos cerrado, y solo hacemos alguna visita a la zona». En Arbinda, donde en diciembre fueron asesinadas 35 personas, «hasta los sacerdotes diocesanos se han ido», enumera Gallego.
Los bandidos, las autodefensas…
El misionero insiste, con todo, en que el problema es más amplio. Junto a estos grupos yihadistas hay también bandas de contrabandistas y delincuentes. Es la violencia que más se nota en la capital, añade el salesiano, cuyo centro sufrió un robo en octubre. Los terceros en discordia –prosigue Gallego– son «los grupos de autodefensa que ha creado la población», que también pueden ser brutales. El terrorismo, por último, ha enconado el largo conflicto entre tribus de agricultores y los peuls, pastores nómadas musulmanes. El ganado genera problemas, «se les acusa de ser cómplices de los terroristas, y surgen ajustes de cuentas».
Ambos religiosos, el misionero y el nativo, apuntan a otros dos factores que no suelen tenerse en cuenta. Uno –señala Basson– es «la falta de futuro de nuestro jóvenes, incluso después de sus estudios. Es una de las razones graves por las que se alistan» a grupos armados de todo tipo: «encontrar un medio para mantenerse, aun al precio de su vida». Por eso, en su centro de formación profesional quieren ampliar la oferta y abrir un colegio, además de aprovechar el oratorio para educar en la libertad religiosa.
Los terroristas también se alimentan del rechazo a Occidente. «La gente ve que la presencia de los países europeos, sobre todo de Francia, no es por ellos sino por las minas de uranio, el petróleo y otros intereses», apunta el padre blanco. Sus palabras traslucen cierto escepticismo sobre cómo se ven las cosas desde Europa: «Allí se dice que el yihadismo puede llegar a ser un peligro para vosotros. Pero lo que hay ahora es peligro para la gente de aquí. Son ellos los que están muriendo».