Los últimos años han conocido un renovado interés por el pasado español y, en particular, por el encuentro de nuestro país con el Nuevo Mundo. A nadie se le escapa la magnitud de la empresa americana, igual que ninguno puede ignorar el Siglo de Oro de las artes vivido en España durante los siglos XVI y XVII. Sin embargo, todavía es demasiado desconocida la dimensión intelectual que acompañó aquel periodo. Me refiero a una serie de pensadores españoles de gran relieve, entre los cuales destacan los miembros de la llamada Escuela de Salamanca. Se habla aquí de escuela en cuanto comunidad de estudiosos con un modo similar de trabajar, sin que por ello compartan exactamente las mismas ideas. Su iniciador fue el dominico Francisco de Vitoria, cuya personalidad arrastró de tal manera a varias generaciones de profesores y estudiantes que creó un nuevo modo de hacer teología. En torno a él se arraciman otras grandes figuras, como Domingo de Soto, Melchor Cano, etc., que durante un siglo marcaron el rumbo de la Universidad de Salamanca, convirtiendo aquel lugar en un foco de irradiación de pensamiento. Esa nueva manera de abordar los estudios teológicos iba a tener resonancias en el mundo intelectual del momento: en toda Europa serán conocidos los libros de los autores salmantinos, influirán notablemente en el Concilio de Trento, y cada vez resultará más evidente la huella dejada por la escuela sobre los grandes pensadores de la modernidad, incluso protestantes. La incidencia del magisterio de los profesores de Salamanca será verdaderamente global, puesto que el estilo de la escuela será trasplantado a las recién creadas universidades de América y Filipinas.
Debemos a la Escuela de Salamanca elementos centrales de nuestra manera de concebir el mundo y las relaciones entre personas, como la primacía de la dignidad humana o la libertad individual y social. Está ampliamente reconocida su indudable aportación al derecho internacional o la teoría económica y política, pues sus ideas fueron pioneras en estos campos. Sin exageración, cabe decir que forjaron la primera versión de la modernidad.
Ahora bien, hablar de la modernidad de la Escuela de Salamanca puede entenderse de una manera que considero equivocada. Sería el resultado de asumir la visión del mundo moderno que ha acabado resultando hegemónica y podría expresarse más o menos de la siguiente manera: la modernidad es un movimiento emancipador por el cual el hombre ha logrado desembarazarse de las ataduras que atenazaban a los pueblos durante la Edad Media; con la modernidad, el ser humano comienza a ser dueño de su historia, iniciando por fin un proceso de liberación de las ligaduras del imperio, del papado, de las doctrinas religiosas… La modernidad sería, pues, esencialmente una victoria de lo secular frente a lo religioso, de la razón frente a la fe, y culminaría con la Revolución francesa y el Estado liberal. Con tales parámetros, algunos creen que cabría encomiar la Escuela de Salamanca como un prototipo de pensamiento liberal, que merece aplauso por anticipar las ideas de los grandes autores modernos, responsables de la nueva concepción del mundo que ha puesto los cimientos de dicha secularización.
Sin embargo, el más superficial examen no puede ignorar que la Escuela de Salamanca es fundamentalmente una escuela de teólogos. Es decir, eran especialistas en estudiar cómo nos habla Dios en las Escrituras y en la tradición de la Iglesia. Precisamente porque habían de anunciar la fe cristiana, se sabían obligados a dar criterio sobre todos los problemas de la vida, incluso algunos tan concretos como el valor de la moneda o los impuestos. En este sentido, si hablamos de la Escuela de Salamanca como de la «primera versión de la modernidad», no queremos decir que representa un preludio de una corriente que comienza con la secularización y acaba con el ateísmo de masas. Esta modernidad temprana no se veía abocada a romper con el pasado ni a menospreciar la Edad Media como un periodo oscuro y superado, sino que había aprendido de ella a amar la ciencia y la racionalidad, pues toda verdad viene de Dios. Con todo, no es una mera prolongación de la Edad Media. Vive en un mundo nuevo con problemas nuevos: han surgido inopinadas coyunturas debidas al comienzo de la globalización, las formas medievales de gobierno político están siendo abandonadas, es preciso aportar una enseñanza sobre Dios, el hombre y el mundo para dar sustento a las mentes renacentistas, amenazadas por la monumental crisis espiritual que suponía el protestantismo… En definitiva, si bien este modelo no fue seguido unánimemente en Occidente, la primera versión de la modernidad, hispana y católica (por ello, universal y transnacional), encuentra su gran referente intelectual en la Escuela de Salamanca.
El autor es coeditor del libro La Escuela de Salamanca: la primera versión de la modernidad (Sindéresis / San Dámaso)