«El mundo necesita hospitalarios»
El cardenal Osoro acompaña a 294 enfermos y personas con discapacidad y a más de 950 voluntarios –la mitad de ellos jóvenes– en su peregrinación al santuario de Lourdes, donde «la Virgen María se revela y nos muestra una vez más que nos cuida»
«A veces me he sentido tratada como un bicho o como un bobo, como nos llamaban antiguamente a las personas con discapacidad, y aquí nos respetan. Somos iguales y los voluntarios lo demuestran». Así lo asegura Ana Belén, que la semana pasada –del 11 al 15 de octubre– estuvo en Lourdes (Francia) de la mano de la Hospitalidad de Madrid. Para ella, que ha participado en varias peregrinaciones en los últimos años, los días en el santuario mariano son sus «verdaderas vacaciones» y allí siente la cercanía de la Iglesia; en esta ocasión, de forma especial con el abrazo que le dio el cardenal Osoro.
Aunque el arzobispo de Madrid tenía que viajar el fin de semana a Roma a la canonización de Faustino Míguez, no quiso perderse el inicio de la peregrinación y presidió varias de las celebraciones, como ya hiciera el pasado mes de mayo. El jueves por la mañana hubo Misa en la gruta de Massabielle y se hizo la foto de familia con las más de 1.250 personas que habían viajado desde Madrid. Por la tarde, al terminar el vía crucis en la iglesia de Santa Bernadette –en el que parte de los 15 sacerdotes de la peregrinación estuvieron confesando–, el purpurado se colocó en la puerta para saludarlas personalmente y mostrar así que «Jesucristo se acerca a vuestra vida». Entre risas, confidencias, alguna lágrima y muchas fotos, fue abrazando a los 294 enfermos y personas con discapacidad participantes y a buena parte de los más de 950 voluntarios que los acompañaban.
Cuando los primeros ya cenaban en los comedores del hospital, varios de los grupos en los que se organiza la Hospitalidad quisieron que el purpurado se acercara a verlos. En la zona del Equipo Naranja –con el que viajaban Ana Belén y una veintena de compañeros de la residencia de APANID (Asociación de Padres y Amigos de Niños Diferentes) en Getafe–, dejó un mensaje de su puño y letra en un mural con peticiones a la Virgen: «Por la Iglesia, para que muestre su rostro de Madre». Camilleros y enfermeras –como se conoce a los voluntarios– iban parándolo para hacerse más fotos, pedirle bendiciones o darle recuerdos de amigos en común tanto de Madrid como de sus diócesis anteriores. Apreciaron «la cercanía de un pastor que huele a oveja» y sintieron que la Iglesia reconocía así su trabajo.
La maratoniana jornada, que para muchos había comenzado cuando el reloj apenas marcaba las seis de la mañana, concluyó ya entrada la noche, después de la tradicional procesión de antorchas y de ayudar a ducharse y a acostarse a los enfermos. Aurelio, un chico con discapacidad, se había pasado el día preguntando por este multitudinario rosario por el recinto del santuario y, aunque su vela se apagó varias veces, no desesperó. Pedía que se la encendieran de nuevo y volvía a levantarla para entonar el himno de Lourdes con gente venida de los cinco continentes: «¡Ave, Ave, Ave María!».
«Salid al camino de los hombres»
En este «lugar excepcional» donde «la Virgen María se revela y nos mostró una vez más que nos cuida», el arzobispo quiso recordar también que Ella es precisamente el espejo en el que debe mirarse un hospitalario y, por extensión, todo cristiano. Antes de marchar, en la Eucaristía del viernes por la mañana, alentó a los voluntarios –«sorprendentemente» más de la mitad de ellos de entre 17 y 30 años– a «salir a los caminos», «provocar preguntas y respuestas» y «anunciar a Jesús». Primero lo hizo al hilo del Evangelio y, después, con una canción que improvisó allí mismo.
Al encontraros con Dios –les pidió en su homilía–, «salid al camino de todos los hombres y descubrid a aquellos que tienen más necesidad de experimentar su amor», «ese amor incondicional que cura». «En un mundo que olvida a Dios son necesarios los hospitalarios», aseveró; subrayando la importancia de «anunciar la grandeza de Dios», que trajo «la salvación para todos los hombres» con la cruz y que hoy sigue haciendo «obras grandes» con nuestra ayuda. Porque, como dijo en la gruta el día anterior, «nuestro mundo puede ser diferente y el Señor quiere hacerlo a través de nosotros».
El consiliario de la Hospitalidad, Guillermo Cruz, agradeció al cardenal Osoro y al obispo argentino Gustavo Zanchetta –también presente– que hubieran querido formar parte de la peregrinación e incidió en que, aunque ellos marcharan, la Iglesia de Madrid iba a sentirse con fuerza en Lourdes durante el resto de días. «Nos ha dejado un lugar donde estar: en la gruta nos recordó que la Virgen María, a los pies de la cruz, es donde está más cerca de Dios y de los hombres. […] Y que toda nuestra tarea es evangélica». La presidenta, Myriam Goizueta, también subió al altar con un detalle en nombre de todos los hospitalarios: un llavero de la Virgen sonriente.
Petición por los seres queridos
Un recordatorio de que Nuestra Señora de Lourdes siempre tiene una sonrisa y una mirada de consuelo para quienes se acercan a Ella. El mismo viernes, después de comer, un nutrido grupo de enfermos y personas con discapacidad, junto con otros tantos camilleros y enfermeras, lo experimentaron al cumplir otra de las tradiciones de Lourdes: bañarse en las piscinas en oración y comunión. Fueron sumergidos por manos desconocidas con cariño y delicadeza y, al levantarse, se encontraron con Ella. No pocos rompieron a llorar ante una pequeña imagen de la Virgen y, como Maribel –otra señora con discapacidad–, la mayoría pidieron por sus seres queridos.
Mientras parte de los peregrinos estaban en las piscinas, aquellos que ya se habían bañado otros años o simplemente sentían que no era el momento aprovecharon para hacer compras por el pueblo. Carlos, que hace unos meses estuvo «muy malito» y había vuelto a Lourdes en silla de ruedas, se compró una camiseta y un póster del santuario para su cuarto en APANID. Conchi, que recorrió los pasillos de la tienda Palais du Rosaire (Palacio del Rosario) admirada, llenó su maleta de estampitas y medallas para llevar a su residencia. Ana Belén, por su parte, subió a lo alto de la basílica como se había prometido el año anterior, cuando le dolían más las piernas, y también sacó tiempo para hacerse con una pequeña estatua de la Virgen que se enchufa y echa agua.
Y como no podía ser de otra manera, en ese y otros ratos de paseo, muchos de los peregrinos compraron botellas con forma de Virgen para llenarlas de agua, bendecirlas y llevarlas a Madrid el domingo, quizá con el deseo de llevarse algo de lo vivido. Cada visita a Lourdes es distinta pero, como reconocía una enfermera a sus compañeros, siempre se acaba percibiendo que «no consiste en hacer grandes cosas, sino pequeñas cosas con gran amor». Ese es el espíritu de Lourdes. Y gota a gota se pueden curar muchas heridas.
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Una peregrinación en imágenes