El mundo fantástico de J. R. R. Tolkien. Un rastro de Buena Noticia - Alfa y Omega

El mundo fantástico de J. R. R. Tolkien. Un rastro de Buena Noticia

«De todas las formas de literatura, los cuentos de hadas dan la imagen más verdadera de la vida», aseguró G. K. Chesterton en una de sus obras más conocidas. Unos años después, J. R. R. Tolkien, también escritor inglés y católico, demostró con sus obras la verdad de esta frase. Libros como El hobbit –con película recién estrenada– o El señor de los Anillos permiten una sana evasión…, para luego mirar la realidad con ojos nuevos

María Martínez López
Fotograma de El retorno del Rey, tercera entrega de la trilogía cinematográfica de El señor de los Anillos.

«Creo que las leyendas y los mitos están en gran medida hechos de verdad». Esta frase fue elegida el jueves pasado por el diario digital americano The Huffington Post como una de las 15 mejores del J. R. R. Tolkien. Ese día se conmemoraba su 121 cumpleaños, y la celebración encontró eco en la actualidad gracias al reciente estreno de El hobbit. Un viaje inesperado. Esta película ha vuelto a llamar la atención sobre la Tierra Media, y lleva a preguntarse qué hay detrás de ése y otros mundos fantásticos –como la Narnia de C. S. Lewis– para que sigan ganando espectadores y lectores.

Don Eduardo Segura, profesor de la Universidad de Granada y experto en Tolkien, lo achaca a que, como éste afirmó en Sobre los cuentos de hadas, los grandes relatos fantásticos satisfacen anhelos humanos profundos. Si está bien construido, «lo que te subyuga del mundo de hadas es la sensación de que tú mismo vives en él, de que este mundo es la tierra de las hadas. Por eso la Tierra Media es tan verosímil», y por eso estos relatos «son un medio para alcanzar la sabiduría».

Esta visión de la literatura es deudora de otro escritor católico inglés: G. K. Chesterton. En La ética en el país de los elfos, de su obra Ortodoxia, afirmaba: «De todas las formas de literatura, los cuentos de hadas dan la imagen más verdadera de la vida. (…) La atmósfera de los cuentos tiene que ver con el embrujo oculto que vive en las cosas vulgares: el maíz, las piedras, los manzanos o el fuego». Las historias maravillosas «nos gustan por excitar la fibra de un antiguo instinto. Cuando muy niños, no necesitamos cuentos de hadas, sino simplemente cuentos. La vida es de suyo bastante interesante. Los cuentos dicen que las manzanas son de oro sólo para recordarnos el fugaz instante en que descubrimos que eran vegetales». Esta visión del mundo como algo fantástico y recibido podrá, luego, sustentar las enseñanzas morales de dichos relatos.

La llamada

En muchos de ellos –y en El hobbit y El señor de los anillos de forma especial–, juega un papel clave la vocación, la llamada a embarcarse en un viaje. «La vocación –explica don Eduardo– es renunciar a la vida muelle», a la propia comodidad, «y empezar a vivir una vida mucho más plena, menos aburguesada. Creo que la épica es esa llamada genérica a dejar de pensar en ti mismo y salir en busca de aventura»: salir –como dice la etimología– «a la ventura, a lo inesperado, donde vas a tener que emplear todo lo que eres, y descubrir que hay más en ti de lo que eras consciente. Es una metáfora de la vida, y por eso nos coge del cuello».

Una vez en camino, los protagonistas deben enfrentarse al mal, ya sea el señor Oscuro con su anillo «para gobernarlos a todos», el dragón que guarda botín robado, o un ejército de criaturas corrompidas. Corrompidas porque, en las buenas historias, la división entre el bien y el mal no es maniquea y absoluta: los elfos pueden convertirse en orcos, los reyes en espectros, y una persona normal en el obsesionado Gollum. «Todos los personajes tienen que pasar por la tentación, y experimentan su propia poquedad», subraya don Eduardo. Todo esto queda iluminado por la muerte y la inmortalidad, «dos caras de la misma moneda, que te llevan al anhelo de vivir la vida en plenitud».

Creadores, a imagen de Dios

Son conflictos con gran hondura teológica, pero que Tolkien –a diferencia de su amigo Lewis– no presenta como una alegoría de la realidad. Más bien, es de «los escritores que prefieren contar historias y que sean éstas las que revelen miles de significados» al lector, creyente o no. Tolkien basaba esta visión en el concepto de subcreación: el hombre, hecho a imagen de Dios creador, puede crear mundos secundarios a partir de éste. En ellos –afirmó él mismo–, si el narrador es bueno, «lo que se relata es verdad: está en consonancia con las leyes de ese mundo». Para don Eduardo, el genio de Tolkien está precisamente en que «es capaz de escribir una historia pagana, en un mundo aún sin Encarnación ni Redención, pero donde existe un rastro de Evangelio, de Buena Noticia» por venir; «una especie de mitología pre-Revelación».

Todo esto permite al lector una sana evasión, pues «cualquier ser humano tiene la necesidad de pensar en algo que no sea la cotidianidad como mera rutina». Así, luego la verá con ojos nuevos, como el héroe al volver al hogar. Algo –matiza– distinto al escapismo «de quien toma los mundos posibles como lugares a los que huir de las obligaciones del día a día».

El lado oscuro de la tecnología

Toda esta riqueza, ¿se puede contar en imágenes? Don Eduardo, que asesoró al equipo de Peter Jackson para la trilogía de El señor de los anillos, es escéptico. Reconoce que «fueron muy valientes manteniendo lo esencial, y las películas tienen momentos extraordinarios», aunque también muchos altibajos. Como toda una generación de buenos directores –Steven Spielberg, George Lucas, Ridley Scott, James Cameron–, Jackson «ha caído en el reverso tenebroso de la tecnología, y se ha convertido en experto de los efectos especiales». Esto resulta, en primer lugar, en «un cine avasallador» y –esta vez sí– escapista, «que no te permite mirar como por primera vez, con inocencia, y asombrarte. Hemos perdido de vista qué es un niño», y un cuento pensado para los pequeños es ahora una «historia de espadas de principio a fin», demasiado violenta para ellos.

Además, «las imágenes no pueden contar un tempo narrativo pensado para ser contemplativo». Por eso «utilizan atajos, y acortan la historia para ahondar en la batalla y en los efectos visuales. Directores como John Ford nos han transmitido que la épica se construye mirando el interior de los personajes. Este cine no puede bucear en el pasado de los personajes. Y, cuando intentas omitirlo, quedan anclados en la nada». Su conclusión es: «Sólo la mirada del artista te devuelve esos ojos primigenios».

El hobbit. Un viaje inesperado

Esta adaptación libre del cuento de Tolkien se estrenó el pasado 14 de diciembre. Peter Jackson vuelve a la Tierra Media con una nueva trilogía, de la que conocemos ahora la primera entrega. En 2013 y 2014 se estrenarán las otras dos. Bilbo Bolsón, que interpreta un excelente Martin Freeman, es empujado por Gandalf (el inolvidable Ian McKellen) a una nueva aventura: unirse a Thorin Escudo de Roble y a su compañía de enanos contra el Dragón Smaug, y salvar el reino de Erebor. Esta película, que ha pasado todo tipo de vicisitudes, se ha convertido en una máquina de hacer dinero: un solo rodaje y tres estrenos garantizan un éxito económico redondo. Pero eso no merma calidad al producto, que amén de entretener y deslumbrar con los efectos digitales -por otra parte nada novedosos-, mantiene la antropología cristiana del genial autor en una historia que, a todas luces, es una hermanita pequeña de El señor de los Anillos.

Juan Orellana

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