El movimiento de Trump y la preocupación del Papa
Preocupación. Llamada desesperada. Sabiduría. Prudencia. El dramatismo de las palabras es directamente proporcional al nivel de la preocupación. El Papa está muy preocupado. Advierte de que el reconocimiento del presidente Donald Trump de Jerusalén como capital de Israel atenta contra una ya débil estabilidad en Oriente Medio y compromete seriamente la posibilidad de recuperar cualquier negociación de paz. Varios patriarcas se sumaron a la protesta contra una medida que afecta al rol de Estados Unidos como protector de los cristianos en la región
Todo se precipitó en cuestión de horas. En los últimos días la diplomacia vaticana concentró sus baterías en responder a un gesto considerado como una provocación por la comunidad internacional. La tarde del martes 5 de diciembre sonó el teléfono del Papa Francisco en Roma. Al otro lado de la línea estaba Mahmud Abás. Poco antes el presidente palestino había recibido una llamada de la Casa Blanca. Era Donald Trump, quien le confirmaba su decisión de mover la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén.
Para entonces, todos sabían lo que eso significaba. Considerar a la Ciudad Santa como capital de Israel vulnera aún más un statu quo ya suficientemente violentado. Desde la creación del Estado en 1948, una resolución de las Naciones Unidas (la número 181) establece que la ciudad será neutra y administrada por la misma organización multilateral. Pero esa determinación hoy es letra muerta.
Aunque los israelitas controlan buena parte de la urbe, normalizar esa situación implica romper las reglas de convivencia también entre las tres religiones monoteístas más importantes del mundo: la judía, la cristiana y la musulmana. Por eso el Papa quiso pasar a la acción, levantando su voz.
«No puedo callar mi profunda preocupación por la situación que se ha creado en los últimos días y, al mismo tiempo, no dirigir un desesperado llamamiento para que sea un compromiso de todos respetar el statu quo de la ciudad, en conformidad con las pertinentes resoluciones de las Naciones Unidas», señaló en la mañana del miércoles 6, al final de su audiencia general y ante unas 8.000 personas congregadas en la plaza de San Pedro.
Estas palabras no estaban previstas en el discurso original. Francisco recordó que Jerusalén es una «ciudad única» y tiene «una vocación especial a la paz». Una identidad que él pidió «preservar y reforzar», en beneficio no solo de la Tierra Santa sino también del mundo entero. Por eso instó a que prevalezcan «la sabiduría y la prudencia», para evitar agregar nuevos elementos de tensión en un panorama mundial ya convulsionado y marcado por tantos y crueles conflictos.
Paz o guerra, una simple lógica
Ahí está la clave para entender la preocupación del Papa. Oriente Medio es, para él, un escenario de primer orden en el contexto de la llamada «tercera guerra mundial a pedazos». La ruptura del equilibrio allí conlleva consecuencias insospechadas. Al mismo tiempo, Francisco está convencido de la existencia de un movimiento internacional a favor de la paz, y otro a favor de la guerra. Ambos frentes involucran a líderes políticos y sociales. Parte de la estabilidad mundial depende de alimentar el primero y neutralizar el segundo. Más que de cálculos interesados, para él la lógica es muy simple.
Por eso, el Pontífice respondió al movimiento de Trump desde el espacio de los gestos. Antes de su llamamiento a la sabiduría del miércoles 6 en la audiencia general, recibió, en privado, a los miembros del Comité Permanente para el Diálogo con Personalidades Religiosas de Palestina. Una iniciativa del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso del Vaticano que le permitió lanzar un mensaje claro.
En su saludo instó al diálogo que es, dijo, respeto recíproco y reconocimiento a los derechos de todas las personas. «Soy consciente de la atención que las autoridades del Estado de Palestina, en particular el presidente Mahmud Abás, tienen hacia la comunidad cristiana, reconociendo su lugar y su rol en la sociedad palestina», añadió el Papa.
Términos para nada casuales. Por un lado, Francisco usó la palabra «Estado» para referirse a los territorios palestinos. Un término que, durante años, el Vaticano se negó a utilizar por no herir susceptibilidades, pero que quedó completamente liberalizado en mayo de 2015, con la firma de un acuerdo bilateral que regula las actividades de la Iglesia y la libre circulación de peregrinos en territorio palestino.
La protestas de los patriarcas
Aquel acuerdo no fue sino la confirmación de una añeja postura de la Santa Sede: su apoyo a la solución «dos pueblos, dos estados». Pero su firma indigestó a Israel, que lo criticó abiertamente. Por otra parte, también la Iglesia tiene mucho que perder con la nueva situación. Los palestinos no solo son musulmanes, muchos de ellos profesan el cristianismo. Un control total de Jerusalén por parte de Israel podría afectar aún más su libre tránsito por la Ciudad Santa.
De ahí que los patriarcas de la región reaccionaran con virulencia al anuncio de Trump. El papa Teodoro II, líder de la Iglesia ortodoxa copta, canceló su reunión con el vicepresidente estadounidense, Mike Pence, agendada como parte de su gira por Egipto e Israel prevista a finales de diciembre. También pronunciaron sonoras críticas el líder caldeo Luois Raphael Sako, el melquita Youssef Absi y los obispos de las Iglesias de Jordania.
Preocupación a la que se sumaron otros organismos eclesiásticos. Como el Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), que se sumó a la petición de respetar el estatuto de Jerusalén. En una declaración oficial, los prelados insistieron en que no es posible comprender las raíces cristianas de Europa sin el vínculo con la Ciudad Santa. Y constataron que cualquier modificación del actual estatus puede generar «un clima hostil a la paz».
No se equivocaron. El reconocimiento estadounidense fue recibido con «tres días de ira» por las poblaciones palestinas. Protestas y enfrentamientos callejeros que habían dejado, al cierre de esta edición, cuatro muertos y decenas de heridos. La volatilidad propició una nueva declaración del Vaticano, esta vez por parte de la Secretaría de Estado, que emitió una nota el domingo 10 de diciembre.
El texto expresó dolor por las víctimas producto de los enfrentamientos y elevó «fervientes oraciones» para que «los responsables de las naciones» se empeñen «en conjurar una nueva espiral de violencia, respondiendo, con palabras y hechos, a los deseos de paz, de justicia y de seguridad de las poblaciones de aquella martirizada tierra». Destacó las reuniones urgentes convocadas por la Liga Árabe y la Organización para la Cooperación Islámica, defendió «lo imprescindible del respeto al statu quo» de la ciudad y reiteró estar convencida de que «solo una solución negociada» entre israelíes y palestinos puede traer una «paz estable y duradera», además de «garantizar la coexistencia pacífica de dos estados al interior de los confines internacionalmente reconocidos».
Visiones antagónicas con la Casa Blanca
La declaración formal no solo sentó una postura. Fue la prueba tangible de una limitada capacidad de acción diplomática de la Santa Sede en este caso. Hoy por hoy, no existen canales de comunicación fluidos entre el Vaticano y la Casa Blanca. Situación que profundiza una brecha cada vez más evidente entre las visiones del mundo que tienen el Papa y el presidente Trump.
Mientras Francisco apoya con decisión el acuerdo contra el cambio climático alcanzado en la COP21 de París, Trump anunció que lo abandonará. Mientras el Pontífice pide la abolición total de las armas atómicas, el mandatario amenaza con un ataque nuclear contra Corea del Norte. Mientras el Papa urge a un consenso mundial en favor de los migrantes y refugiados, el presidente anuncia la retirada de su país del proyecto para alcanzar un pacto mundial con directrices concretas en materia migratoria en el seno de las Naciones Unidas. Mientras Trump abandona la UNESCO y apuesta por políticas de fuerte signo nacionalista, la Santa Sede defiende la multilateralidad. Un escenario drásticamente distinto al que le permitió al Papa desempeñar un papel fundamental en la detención de una inminente guerra en Siria o en el deshielo entre Estados Unidos y Cuba.