El monasterio de Mar Musa, símbolo de lo que la presencia cristiana puede aportar en Siria. 60.000 constructores de paz - Alfa y Omega

El monasterio de Mar Musa, símbolo de lo que la presencia cristiana puede aportar en Siria. 60.000 constructores de paz

El monasterio de Mar Musa, del siglo VI, no sólo es testigo de la secular presencia cristiana en Siria. Sus muros, convertidos en un oasis de construcción de la paz, prueban también la gran aportación de los cristianos en este país y en todo Oriente Medio. Su labor, que ya era importante antes del conflicto, promete ser determinante para el futuro de Siria

María Martínez López
Comunidad de Al-Khalil en el monasterio de Deir Mar Musa, en Irak.

Uno de los lugares más significativos en sumarse a la convocatoria del Papa Francisco de ayuno y oración por la paz ha sido el monasterio de Mar Musa el-Habashi (san Moisés de los Abisinios). Este lugar, en la región siria de Nebek, ha estado habitado por monjes cristianos, y consagrado a la oración, desde el siglo VI; aunque los últimos 300 años estuvo abandonado. Ahora, desde 1991, vive en él la comunidad Al-Khalil. Su nombre, amigo íntimo de Dios, es ya una declaración de intenciones: es el título honorífico del Patriarca Abraham, nexo con los musulmanes.

Un espacio para todos

Esta comunidad, formada por una decena de monjes y monjas de varios países, tiene como carisma la búsqueda de la armonía entre Islam y cristianismo, sobre todo a través de la hospitalidad. «La comunidad de Al-Khalil –explica el padre Jens Petzold– quiere ser un espacio donde todos puedan encontrarse y hablar abiertamente de su visión del futuro y sus miedos». Antes de que estallara el conflicto sirio, «organizábamos talleres y seminarios sobre temas como el desarrollo económico, temas sociales y religiosos, música…». El ambiente de oración y convivencia atraía, al año, a unas 60.000 personas que, alimentadas en esta fuente, llevaban esa llamada a la armonía más allá de sus muros. De hecho, «muchos de nuestros amigos intentaron, de forma muy activa, encontrar la manera de evitar la violencia actual».

Su labor llamó la atención de monseñor Louis Sako, entonces arzobispo de Kirkuk (Irak) y actual Patriarca de los caldeos. Él mismo se ha destacado por la labor de construcción de puentes entre árabes y kurdos, y ha promovido el diálogo entre líderes religiosos de distintas facciones musulmanas. Monseñor Sako pidió a la comunidad de Mar Musa que fundaran una comunidad en Irak, Deir Mariyam al-Aadhra (Monasterio de la Virgen María), que ya lleva dos años en funcionamiento.

La llamada fue providencial, pues además de expandir su carisma, ha permitido al padre Jens –el primero en trasladarse a Irak– y los dos hermanos que le acompañan encontrar una residencia más segura. «En la región en torno a Mar Musa –explica–, los secuestros por parte de organizaciones criminales se habían hecho bastante frecuentes, y no queríamos tentarles con extranjeros», atrayendo el peligro sobre la comunidad.

Mirando al futuro

Pero el hecho de estar allí no les impide seguir estando muy cercanos a la dramática situación de Siria. El sacerdote calcula que el Kurdistán iraquí podría recibir, de aquí a Año Nuevo, 350.000 nuevos refugiados sirios. «Estamos intentando poner en contacto a diferentes organizaciones para que ayuden a los kurdos a lidiar con este gran desafío. Una de las principales preocupaciones es que haya suficientes plazas escolares para todos los niños que vendrán entre los refugiados».

Mientras, sus hermanos en Siria han adaptado su labor a la nueva situación. El conflicto hace imposible la organización de encuentros, y las visitas al monasterio se han visto muy reducidas. Su segundo monasterio, Mar Elian (San Elías), en Qariatayn, está implicado en la ayuda humanitaria. Y, en Mar Musa, la comunidad mira al futuro, y durante este tiempo tan difícil, lejos de quedarse de brazos cruzados, «nos estamos preparando para la posguerra haciendo mejoras estructurales en el monasterio, como un nuevo refectorio y una cocina reformada», que les permitan, más adelante, seguir acogiendo a gente. Cuando –en algún momento– callen las armas, es de esperar que muchos sirios puedan seguir buscando, en este lugar, los fundamentos para la construcción de una paz duradera.