El monasterio de la Cabrera
Está en la falda del Cancho Gordo –sierra de Guadarrama– a 50 kilómetros al norte de Madrid –que se divisa desde sus más de 1.000 metros de altura–, y a tan solo a dos kilómetros de la población de La Cabrera.
Es uno de los primeros monasterios erigidos en territorio actualmente madrileño. Se remonta nada menos que al siglo XI, a la época de Alfonso VI y a la orden benedictina, que se expandió primero desde Subiaco y Monte Cassino en el siglo VI, y luego desde Cluny en el X por toda Europa, con un testimonio no solo de oración contemplativa y de trabajo fraterno, sino también en cada lugar con un esfuerzo de caridad evangélica y de acción evangelizadora. Estuvo dedicado primeramente a san Julián. El martirologio recoge a diez santos con ese nombre, pero se trata del que fue obispo de Toledo en la España visigoda y murió en el año 690. Por eso hay quien afirma que ya hubo ermitaños allí desde esos años.
En 1404 pasó de monasterio de benedictinos a convento de franciscanos –se comenzó a llamar de san Antonio de Padua–, quienes en 1835 fueron expulsados por la desamortización de Mendizábal. Lo compró entonces un nieto de Goya, pero más tarde, ya en el siglo XX, pudo hacerse con él Carlos Jiménez Díaz, el médico de la fundación que lleva su nombre, quien de nuevo lo legó testamentariamente a la orden franciscana.
En 2004, seis siglos cabales después, los franciscanos han cedido el uso del monasterio-convento a una institución de nuevas formas de vida consagrada de derecho pontificio, los misioneros identes. Es todo un ejemplo que, cuando una orden añeja no pueda sobrellevar una casa religiosa, ceda su custodia a una nueva realidad de vida consagrada, pues así no se pierde un bien eclesiástico para los fines religiosos para los que nació. Desde entonces en él celebran el culto y promueven la cultura, y con los dos nombres de san Julián y san Antonio. Recientemente la Comunidad de Madrid ha invertido lo suyo para la restauración del conjunto monumental.
La iglesia, de corte románico con indicios mozárabes, tiene cinco ábsides pero solo tres naves de bóvedas de medio cañón y arcos de medio punto sobre columnas cilíndricas con capiteles y, en el crucero, sobre pilares cruciformes, además de su torre del siglo XV. Y hay celdas para poder retirarse.