El misionero makonde - Alfa y Omega

El misionero makonde

El padre Manuel Morte Mújica, el primer Padre Blanco español, falleció el pasado 25 de octubre, a la edad de 94 años, tras toda una vida entregada a la misión en países como Mozambique, Burkina Faso y, finalmente, en España. Para los Misioneros de África, este hombre, al que definen como una persona de profunda humanidad y personalidad serena y robusta, será siempre un referente indispensable

Javier Fariñas Martín
El padre Manuel, durante la Eucaristía por sus 50 años de sacerdote.

El Misterio está tallado por los makonde en el tronco de un ébano. María y el pequeño Jesús ocupan la escena central. La obra, tallada en una sola pieza, es pura dicotomía. El ébano tiene la corteza blanca, y el interior tan negro como las manos que lo han trabajado. Corteza blanca que acoge el corazón negro de la vida que emana de cada escena de este retablo africano de piel clara y alma oscura. La pieza, que supera los dos metros de altura, está situada en la entrada de la Casa Provincial de los Misioneros de África (Padres Blancos) en Madrid.

Y en una sala desde la que se ve esta Navidad makonde, dos Padres Blancos hablan del padre Manuel Morte Múgica, el primer Misionero de África español, fallecido el pasado 25 de octubre, a los 94 años de edad. Nació en Villafranca de Ordicia (Guipúzcoa), el 3 de agosto de 1919. Con su familia se fue a Francia, donde conoció a los seguidores del cardenal Charles Lavigerie. Cruzó en barco el Mediterráneo, en plena Segunda Guerra Mundial, para continuar su formación religiosa en Argelia. En 1945, pronunció su juramento misionero, como testigo de Jesús en el mundo africano hasta la muerte. Y aunque ésta le sobrevino en Madrid, siempre fue fiel y aguerrido apóstol de la causa de África.

Su ordenación, en Thibar (Túnez), tiene fecha de mayo de 1946. Su primer destino no le llevó al continente del sur, sino a Sant Laurent d’Olf (Francia), como profesor del seminario de la congregación. El segundo billete de viaje le condujo a Mozambique, que se convirtió en su gran amor africano. Quienes le han conocido recuerdan que la actividad pastoral y educativa que desarrolló en tierras mozambiqueñas le marcaron para el resto de su vida.

En 1955, llegó a España, donde cimentó las bases de los Misioneros de África en la península Ibérica. Fue el primer Padre Blanco español, pero también el primer Provincial de la congregación en nuestro país. Cinco años en Roma, y vuelta a África, a Burkina Faso. Y después, de regreso a Barcelona, desde donde extendió el valor, la profundidad, belleza y originalidad del arte africano.

Esos que le conocen, definen al padre Morte como un hombre bueno, una persona en la que conviven todos los epítetos que convergen en esa concepción. Era un hombre bueno sin medallas colgadas en la pechera, sin alharacas, sin querer subrayar en vida que lo era, atento a los detalles, fino en el humor, sólido en la piedad, en la fe y en la vida. Un hombre de Dios, cuya vida giró en torno a la Eucaristía. Ese cuidado lo mantuvo casi hasta el día de su fallecimiento. «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos», se lee en el evangelio de San Mateo. Y ya enfermo, cada día, en nombre de Cristo, se reunían el padre Morte -en silla de ruedas- y su inseparable compañero, el padre René.

José Luis Cortés, en su obra Pueblos y culturas de África, dice que el makonde «es el único pueblo de África oriental con una verdadera tradición escultórica que merezca un lugar de honor en el seno del gran arte africano». La analogía sirve también para ese blanco de corazón negro, el padre Manuel Morte, que, desde hace tiempo ya, mereció un lugar de honor en el seno de los Padres Blancos. Y el Misterio colocado en la entrada de su casa provincial, hace memoria y justicia de ello; hace memoria de un blanco de corazón negro, como el arte makonde.