El miedo convertido en gozo
3er domingo de Pascua / Evangelio: Lucas 24, 35-48
Los relatos evangélicos del tiempo pascual, especialmente durante la primera octava y los tres primeros domingos, se centran en las apariciones del Señor resucitado a sus discípulos. A través de estos pasajes descubrimos algunas notas características del modo de manifestarse el Señor, así como de la reacción que provoca en quienes se encuentran con Él. En primer lugar, destaca la sorpresa de quienes creen a Jesús muerto y ahora lo ven vivo, o los que encuentran el sepulcro vacío y piensan que han robado el cuerpo del Señor. Con ello se está subrayando que Jesús murió realmente y fue sepultado realmente. Él ha descendido a los infiernos, que no al infierno. Cuando se habla de los infiernos en plural se está designando el lugar de los muertos, visitado por Cristo tras su muerte con la finalidad de rescatar a la humanidad caída. Este misterio es representado tradicionalmente por la iconografía de la imagen del Señor sacando a Adán de lo profundo, agarrándolo por la muñeca. En segundo lugar, las apariciones inciden en el cambio existencial de los discípulos, que están aterrorizados ante lo que ven, pero al comprobar que es Jesús se llenan de alegría. Ciertamente, el proceso que llevaría a Jesús a la cruz había sido traumático para los apóstoles y el resto de discípulos, rompiéndose una unidad que, tras la Resurrección, vuelve a ser recuperada. Sin embargo, teniendo en cuenta estas consideraciones, en el Evangelio de este domingo se pretende insistir sobre todo en la corporalidad del Señor resucitado, así como en el cumplimiento de las Escrituras que tiene lugar con la Resurrección de Cristo.
La corporalidad del Señor
Cuando en el credo apostólico confesamos la resurrección de la carne estamos ante el acontecimiento central del cristianismo, frente a «la verdad fundamental que es preciso reafirmar con vigor en todos los tiempos, puesto que negarla, como de diversos modos se ha intentado hacer y se sigue haciendo, o transformarla en un acontecimiento puramente espiritual, significa desvirtuar nuestra misma fe», tal y como afirmaba hace unos años Benedicto XVI al explicar este pasaje. Los relatos de las apariciones muestran reiteradamente que en Jesús resucitado no solo constatamos una identidad espiritual, como si fuera un fantasma, sino que hay una identidad corporal. Esta es la razón de insistir en las llagas y mostrarse de modo tangible. Por otro lado, la Resurrección no anula la Pasión y la Muerte, sino que las vence. Por eso las llagas no han desaparecido; siguen como prueba de una identidad y de una corporalidad.
La visión bíblica del cuerpo
No fue sencillo hacer comprender al pensamiento dominante de la época la realidad de la Resurrección. Y no solo por la dificultad de asumir que un muerto pueda volver a vivir, sino también porque era necesario aceptar la perspectiva bíblica sobre el cuerpo. Si bien el pensamiento griego había afirmado la inmortalidad del alma, algo que ya representaba un cierto avance con respecto a otros pueblos paganos, para ellos el cuerpo suponía un obstáculo, una especie de tumba o de cárcel para el hombre, de la cual debía liberarse. Frente a esta postura, la Biblia señala que el cuerpo ha sido creado por Dios como realidad buena, y el hombre solo se completa asumiendo su cuerpo. Por lo tanto, el objetivo del hombre no es únicamente estar unido a Dios con su alma inmortal, sino recibir de nuevo el cuerpo. La concepción cristiana del cuerpo tiene importantes consecuencias para nuestra vida en todos los órdenes de la misma; uno de ellos es comprender que el pecado no procede del cuerpo, sino de la debilidad moral del hombre manchado por el pecado original; otro aspecto es la necesidad de valorar y cuidar con equilibrio el propio cuerpo.
El pasaje de este domingo concluye mostrando a Cristo y su Resurrección como cumplimiento de las Escrituras. Cuando san Lucas se refiere a la ley de Moisés, los profetas y los salmos se comprende con ello lo que nosotros designamos como el Antiguo Testamento completo. A partir de la Resurrección del Señor se puede percibir que en el Antiguo Testamento está latente el nuevo, así como que en el Nuevo Testamento se hace patente el Antiguo.
En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».