El médico de Lampedusa salta a la Eurocámara
A lo largo de tres décadas, el doctor Pietro Bartolo ha atendido a los casi 300.000 migrantes que han pasado por la isla italiana de Lampedusa. Ha visto muertes terribles, signos de tortura, violaciones, muchas dolencias debidas al largo viaje que estas personas llevan a sus espaldas. En mayo se presentó a las elecciones europeas para defender a sus pacientes. Fue el quinto candidato al Parlamento Europeo más votado en Italia
Uno de los peores días del médico Pietro Bartolo, en lo personal y lo profesional, fue el 3 de octubre de 2013. Su amigo Domenico, que llegó al puerto de Lampedusa con 17 inmigrantes vivos y cuatro cadáveres a bordo, le avisó con lágrimas en los ojos de un terrible naufragio. Bartolo tuvo que hacer la autopsia de muchas de las 368 víctimas; incluida la de una madre todavía unida a su bebé por el cordón umbilical.
Hijo de pescadores, el único médico de esta pequeña isla de 6.000 habitantes compagina desde 1991 su trabajo en el centro de salud con la atención a los casi 300.000 inmigrantes (magrebíes, subsaharianos y sirios sobre todo) que han desembarcado en ella.
«Llegan deshidratados –comparte con Alfa y Omega con motivo de su participación en el Encuentro Internacional Paz sin Fronteras–, con hipotermia, después de seis, siete, ocho días de viaje. Además de todo lo que sufren en Libia». En el país al que Italia paga para que contenga la oleada migratoria, han malvivido en campos «donde las condiciones higiénico-sanitarias son pésimas. No son lugares adecuados ni siquiera para animales». También llegan heridos y «con signos de tortura. Hay una violencia sexual inaudita contra las mujeres».
Pero lo peor son las «gravísimas» heridas psicológicas, «para las que no tengo cura. Han cruzado el desierto, han sido comprados y vendidos como animales, han afrontado un viaje por mar en el que podían morir. Están destrozados, y tienen dificultades para retomar una vida normal, en el caso de que la consigan». Cicatrices invisibles a las que a veces se añade «el impacto desastroso» de pasar días o semanas en alta mar, en un barco de salvamento que los ha rescatado pero al que no se permite atracar. Les aterra que los lleven de vuelta. «Para ellos, significa morir».
Contra el discurso del miedo
En este diagnóstico, el doctor insiste en que «lo que no hemos visto es ninguno con una enfermedad infecciosa grave que pudiera introducir en territorio italiano». Le duele que se intente asustar a la sociedad con esa «distorsión», ligada al «discurso de la invasión, el que dice que vienen a quitarnos el trabajo, que son terroristas… Mentiras con las cuales se ha creado este clima de odio».
Para contrarrestar estos prejuicios y denunciar las condiciones en las que llegan los inmigrantes, en 2017 escribió Lágrimas de sal, un abanico de historias como la de Hassan, que hizo todo el viaje llevando a su hermano paralítico a la espalda, o Faduma, que dejó su país para enviar ayuda a sus siete hijos. «No me siento bien llamándolos inmigrantes, porque son personas. Tienen su familia, su historia, su sufrimiento, sus necesidades. Y rezan cada día para poder poner un pie en Europa».
Hace unos meses, Bartolo dio un giro a su carrera. Alarmado por el avance del movimiento xenófobo, colgó la bata y el estetoscopio, y se presentó a las elecciones europeas con el Partido Democrático. Fue el quinto candidato más votado en Italia. Este espaldarazo y el reciente cambio de Gobierno le dan esperanza. «He leído cosas muy buenas de [la independiente Luciana Lamorgese, la nueva ministra del Interior]. Es sensible, conoce la materia, y puede proponer respuestas positivas». Fue delegada de Gobierno en Milán, donde «hay un sistema de integración y de acogida repartida por el territorio que es una buena práctica». Pero este giro tiene que estar acompañado también por Europa. Además de pedir canales seguros, su prioridad es impulsar la reforma del reglamento de Dublín, que decreta que las peticiones de asilo se tramiten en el primer país europeo al que llega el solicitante. Espera que se pueda llegar a un sistema de redistribución automática. «Todos los Estados miembro tienen la obligación de afrontar este fenómeno con solidaridad, porque somos una única familia. No se puede cargar todo sobre España, Italia, Grecia y Malta».
La recepción de Lampedusa a los inmigrantes le valió a la isla en 2015 la medalla de oro de la Cruz Roja. Es solo un hito más en una historia de siglos de acogida. «Somos un pueblo mixto, con apellidos de todo el Mediterráneo. Todo lo que viene del mar es bienvenido. Si son peces, mejor –bromea–; pero también personas». Recuerda, por ejemplo, cómo en 2011, como consecuencia de la Primavera Árabe, «en dos días llegaron casi 8.000 personas. Se quedaron con nosotros dos meses. Los acogimos, los escuchamos, los conocimos. Naturalmente, hubo problemas logísticos. Ocupamos el centro de acogida, la estación marítima, e incluso casas privadas de gente. Pero no pasó nada».
Por ello, aunque le preocupa el auge de la xenofobia en el sur de Italia (la Liga, el partido de Salvini, obtuvo en las elecciones europeas el 45 % de los votos en la isla) relativiza este dato. Explica que la participación fue solo del 24 % porque mucha gente se abstuvo por sentirse abandonada ante la oleada migratoria, mientras los partidarios de Salvini votaron en masa. «Pero estoy seguro de que Lampedusa volverá al buen camino. Los pescadores siguen la ley del mar y cumplen siempre su deber de salvar».