El más poderoso atractivo
La experiencia de plenitud de quien se ha encontrado con Jesucristo es la mejor apología del cristianismo. Esto, entre otras cosas, dijo la madre Verónica Berzosa, superiora general del Instituto Iesu Communio:
Imposible olvidar el impacto que me produjo a mis diecisiete años ver literalmente una alfombra humana de jóvenes tirados por tierra, desorientados, despersonalizados. Mi reflexión fue ésta: «Señor, ¿Tú nos ha creado para esto? ¡No, no, estoy segura de que no!». Yo misma me sorprendí hablando con Él, porque indudablemente Él estaba allí; jamás puede el Creador abandonar la obra de sus Manos. Aquella imagen determinó mi vida; nadie tenía que convencerme de que el hombre, si no vive abrazado a Dios y a su voluntad, está desorientado, camina a tientas, no logra saber quién es, ni a dónde va, ni con quiénes puede avanzar en verdad. A veces, quizás demasiadas, caemos donde no queremos buscando saciar por caminos equivocados, como el hijo pródigo, el clamor de amor, felicidad, salvación, comunión, plenitud que existe en lo más profundo del hombre. Estamos bien hechos, incluso cuando experimentamos la sed abrasadora de una vida en plenitud; una sed que, cuando busca ser saciada en espejismos, aún se hace más ardiente y fomenta más la desesperanza. (…)
Cautiva ver el gozo de vidas plenificadas por el Espíritu Santo. Por medio de ellas, se suscita el deseo y la decisión de vivir en santidad. En la Iglesia, hemos podido apreciar la belleza de la santidad como plenitud de la existencia, que impulsa a vivir postrados en actitud de continua conversión. En la Iglesia, se nos permite acercarnos a la experiencia de los santos, que no es sólo algo del pasado, ni un itinerario para unos pocos, ni un privilegio de una élite: la santidad es, por el contrario, la más profunda vocación humana. (…) El gran testimonio que roba el corazón es ver en el hombre el obrar de Cristo que se realiza y se expresa en la comunión en la que viven los cristianos; se aman de verdad y están dispuestos a entregar la vida unos por otros. La comunión distingue a los discípulos de Cristo y es el más bello testimonio y el más poderoso atractivo. En su entorno, a pesar de su conciencia de fragilidad, herida por el pecado, florece la vida y la alegría; porque encarnan y anuncian la fecundidad del don del Evangelio. Lamentan y lloran todo lo que emborrona, enturbia o fractura la belleza de la comunión eclesial, pero no lo convierten en ariete contra la institución y sus pastores, sino que les impele a una renovada conversión y a un más decidido anhelo de santidad, alejado del escándalo puritano. (…)
En la comunión de la Iglesia de Cristo, hemos conocido, por más que experimenten su incapacidad para llegar a todas las heridas y dolores del mundo, el amor solícito y atento de hombres y mujeres, cuyas vidas se han gastado fecundamente, confiados en que la victoria de Cristo, y no el mal, tendrá la última palabra en la historia de los hombres; pero esa esperanza futura no impide que sus manos ahora se acerquen y alivien el dolor y el sufrimiento de los menesterosos, pobres, marginados, olvidados, desesperanzados, desorientados, angustiados…, en los que ven a Cristo mismo que sale a su encuentro. Cristo en su Iglesia ha ganado nuestro corazón, porque en ella no nos hemos encontrado con un Dios rival de nuestra felicidad, sino con el Dios de Jesucristo, garante de la razón, la libertad, el bien, la verdad, la belleza, la vida del hombre.