El marxismo necesario
Lo más sorprendente para quien entra en estas memorias es que su autor apenas habla de las películas que le dieron honores. Sencillamente, Harpo da cuenta de su vida, de las relaciones humanas que funcionaban en el backstage, del mundo más allá de la interpretación. Y además es un prestidigitador de la palabra, el lector no puede moverse sin felicidad por estas páginas.
¡Harpo habla! (Editorial Seix-Barral) es la desopilante autobiografía del mudito de los Marx. Hay una interpretación marxista de la vida, la que proviene del Marx que puso arnés a la humanidad, en la que el dinero es la clave de bóveda para interpretar la existencia, quien no controle los medios de producción se empobrece hasta la infelicidad. Sin embargo el mago marxista que fue Harpo, a pesar de una infancia en pobreza estructural, supo vivir con delirante alegría. «Los Marx éramos pobres, muy pobres. Siempre teníamos hambre y éramos numerosos, pero, gracias al asombroso espíritu de mi padre y mi madre, la pobreza nunca nos deprimió ni encolerizó». Así define Harpo a su madre: «Nunca dejó de sonreír, y su sonrisa era como una radiación secreta. Todos los que estuvimos expuestos a ella quedamos afectados para toda la vida. Llevábamos grabado el significado de la lealtad y la indulgencia, y la convicción de la futilidad de la cólera».
He pensado muchas veces hasta qué punto los padres pueden forjar el carácter de sus hijos, y no creo que sea una cuestión de traspaso. Los padres no pueden picar la piedra de la personalidad en un hijo, pero sí facilitar una atmósfera precisa: la alegría, la serenidad, la despreocupación, la presencia de Dios. Harpo vio en sus padres una alegría irrenunciable. El padre se encargaba de la comida, con un puñado de hierbas para el caldo y un saquito de castañas era capaz de alimentar a todos los de la casa. Apunta Harpo que siempre le veía canturrear y silbar mientras cocinaba. Sencillamente su padre disfrutaba, con lo mucho o con lo poco.
Cuando triunfaron en Broadway y en el cine, la madre se preocupó, porque no buscaba el éxito para sus hijos, sino la alegría en el trabajo. Por eso Harpo no recuerda haber comido nunca mal, ni haber visto nunca teatro malo, ni haber maldormido. No le importaban las situaciones, sino la ausencia de alegría. «Y la única mujer de la que he estado enamorado todavía está casada conmigo».
Este marxismo que puso al mundo boca abajo de pura hilaridad es materia de exportación.