El martirio de los franciscanos en Tierra Santa
La vida para los franciscanos en la Tierra Santa ha tenido, a lo largo de los siglos, un carácter martirial. Todo empezó en 1244, cuando la tribu de los jorezmitas invadió Jerusalén. Se calcula que, entre franciscanos y cristianos, murieron unos 5.000. Fue el inicio de «nuestra via dolorosa», explica el padre Artemio Vítores, ex vice Custodio, en un artículo publicado en la revista Tierra Santa. Este camino del Calvario continuó durante el siglo XIV, cuando todos los conventos que existían en lugares como Arsuf, Jafa, Trípoli, Belén o Nazaret «fueron destruidos, y los franciscanos que vivían en ellos, martirizados tras horribles sufrimientos».
Pero, según explica fray Artemio, quizá el momento más «difícil para los hijos de san Francisco fue la llegada de los turcos en 1517. Baste recordar la crueldad de Solimán el Magnífico, que encarceló a los frailes del Santo Sepulcro, de Belén y del Monte Sión durante 38 meses. Algunos murieron de hambre, confesando su amor a la Tierra Santa». Es difícil dar una cifra exacta de los franciscanos mártires. Muchos «no llegaron al martirio en el estricto sentido de la palabra, pero eran apaleados, azotados, insultados, encarcelados… y tenían como consecuencia una muerte atroz». Por ejemplo, en 1926 fueron beatificados fray Manuel Ruiz y compañeros, mártires de Bab Tuma, en Damasco. Allí, en 1860, siete españoles y un austríaco fueron martirizados por los drusos. En 1982 fueron beatificados fray Salvatore Lilli y otros compañeros, que murieron en Armenia en 1895 y 1920 durante el genocidio. «Todos estos franciscanos mártires han seguido a Cristo acompañándolo en su camino hacia el Calvario por amor y la salvación de todos los hombres. Ellos murieron sabiéndose amados pro Cristo, murieron amando a quienes los odiaban, perdonando a quienes los mataban. Imitando así a Jesús su Señor y Maestro, y a san Francisco», señala el padre Artemio.
Esto sin contar los miles de hijos de san Francisco que murieron asistiendo a los apestados. Según el padre Agustín Arce, en su artículo Los francisanos de Tierra Santa y la peste en Egipto, Palestina y Siria, desde 1643 a 1883 murieron un total de 1543 franciscanos víctimas de la peste y de otras enfermedades, como signo de su caridad hacia el prójimo.
El padre Carlos Cecchitelli, Custodio de Tierra Santa en los años 90, decía que la suya «es una vocación sublime, aunque difícil, profética y martirial». Algo que también los Papas han puesto de manifiesto a lo largo de los siglos. Lo escribiría san Juan Pablo II en su carta al padre Schalück, ministro general de la Orden, en 1992: «De este modo han profesado su fe y esperanza, con un testimonio que ha llegado no pocas veces al derramamiento de sangre en el martirio».