El mártir de 19 años que murió predicando
La basílica de la Sagrada Familia acoge este sábado la beatificación de Joan Roig Diggle. «Puso a Cristo por delante de todo», dice su vicepostulador
«Veremos a Cataluña roja, pero no solo de comunismo, sino de la sangre de sus mártires. Preparémonos, porque si Dios nos ha elegido para ser uno de ellos, debemos estar dispuestos a recibir el martirio con gracia y valentía, como corresponde a todo buen cristiano», así hablaba a un grupo de amigos el joven Joan Roig Diggle pocos días antes de su muerte. El 12 de septiembre de 1936 fue fusilado ante las tapias del cementerio de Santa Coloma de Gramanet solo por ser católico, y este sábado la basílica de la Sagrada Familia acoge la Misa de su beatificación.
De madre inglesa y padre español, Joan Roig Diggle nació el 12 de mayo de 1917, y desde muy pequeño interiorizó la fe que le inculcaron sus padres. «Cuando sea mayor quiero ser misionero entre los salvajes para llevarles a Jesús», dijo a su madre un día al volver del colegio. Su proceso, según recoge Hyspania mártir, cuenta cómo Roig dedicaba al menos dos horas diarias a la vida espiritual: Misa, comunión, meditación y visita al Santísimo. Los domingos por la mañana visitaba hospitales y por la tarde enseñaba catequesis en barrios obreros. Al mismo tiempo, durante esos años se compromete a fondo con la Federación de Jóvenes Cristianos.
«No sé cómo podría vivir sin comulgar cada día», reconocía, y a su director espiritual le llegó a confesar su gran ilusión: «Vivir sólo de Dios y sólo para Dios, y ganar almas, muchas almas para Cristo. Ser sacerdote, ser hombre de Dios, todo de Dios, de todos por Dios».
El vicepostulador de su causa, el sacerdote Ramón Santos, explica a Alfa y Omega que Roig «puso a Cristo por delante de todo. Vivió su fe en todo momento, sobre todo en aquellos años en los que sus creencias fueron puestas a prueba». Una vez desatada la persecución religiosa en España, el joven «fue siempre consciente de su situación, pero siguió llevando con normalidad su vida de buen cristiano», afirma Santos.
Su vicepostulador revela asimismo que Roig bajaba con frecuencia a Barcelona a ver a su director espiritual: «La última vez que se vieron, conmovido por su deseo de comulgar, le dio unas formas para que Joan las pudiera consumir y repartir entre algunos enfermos del Masnou, donde vivía. Quería tener al Señor cerca porque podía pasar cualquier cosa en cualquier momento».
Y así fue. La noche del 11 de septiembre de 1936, unos milicianos rodearon su casa con coches y reflectores para evitar su huida, pero Joan tiene tiempo para consumir el Santísimo Sacramento. Los milicianos entran a la fuerza en la vivienda y, pese a la resistencia de su madre, se lo llevan para fusilarlo, pero Joan la tranquiliza diciendo en su idioma materno: «God is with me» (Dios está conmigo).
Al alba del 12 de septiembre, fiesta del Dulce Nombre de María, Joan fue conducido frente a las tapias del cementerio de santa Coloma de Gramanet y allí recibió cinco tiros en el corazón y uno en la nuca. Uno de sus verdugos confesaría después: «¡Ah sí! Aquel chico rubio era un valiente, murió predicando. Murió diciendo que nos perdonaba, y que pedía a Dios que también nos perdonará. Casi nos conmovió».
El testimonio de Roig ha pervivido durante todos estos años en la memoria de su familia, como cuenta su prima María Dolors Casanovas: «Yo era muy pequeña. Tenía tres años cuando lo mataron, pero en casa siempre se había hablado de él. Es como si siguiera viviendo entre nosotros».
En casa, Joan Roig ha pasado como una persona «muy amable y buena persona, muy dado a hacer favores», al que mataron «solo porque era muy religioso». María Dolors acudirá este sábado con mucha ilusión a la beatificación de su primo: «Estamos muy contentos con este paso. Él ha dejado mucha huella entre nosotros. Yo tengo nueve nietos y todos saben y viven la historia de Joan. Estamos orgullosos».
La celebración será presidida por cardenal Omella, quien ha reconocido que Joan Roig «no es una figura de un tiempo lejano. Su manera de ser y de hacer habla en nuestro tiempo, complejo y difícil, que conoce el azote de la pandemia del coronavirus, que ha extendido el sufrimiento y la soledad». Él es también un testimonio para los jóvenes porque testimonió que «la única y verdadera justicia social es la que sale del Evangelio de Cristo y que se plasma en la doctrina social de la Iglesia».