El mármol que honra a Juan Pablo II es vizcaíno
El elemento central de la capilla de Juan Pablo II en la catedral de la Almudena es una imponente roca de mármol negro procedente de las canteras de Marquina, en Vizcaya, un material único presente en el hall del Empire State, en el palacio real de El Cairo y hasta en el atril del salón de reuniones de la ONU
De la vizcaína villa de Marquina han hecho las Américas los mejores pelotaris de cesta punta y, mucho tiempo atrás, de su comarca —la de Lea Artibai— salieron conquistadores, descubridores, pastores y misioneros con presencia en los cuatro continentes.
Ubicadas en las laderas de las montañas de este enclave rural, sus canteras proyectan al mundo entero el mármol más bello y resistente que existente dentro de las rocas ornamentales, el mármol Negro Marquina. De hecho, el cotizado producto ha pasado la exigente prueba de adornar los pasillos y los muebles del palacio real de El Cairo, el hall del Empire State, el suelo ajedrezado de las tiendas de Prada, el atril del salón de reuniones de la ONU en Nueva York —en el que pronunció el Papa Francisco un discurso en 2015— y, ya en nuestro país, la bóveda del Milenio de la catedral de Santa María de Vitoria, formada por 348 piezas de piedra caliza Negro de Marquina, algunas con 1.300 kilos de peso. Desde el pasado mes de noviembre, el preciado tesoro de Marquina está también presente en la nueva capilla dedicada a san Juan Pablo II en la catedral de Santa María la Real de la Almudena, en Madrid. Situada junto a la sacristía mayor del templo, en palabras del arzobispo de Madrid, el cardenal Carlos Osoro, constituye «un lugar en el que podemos orar, confesar, donde podemos tener experiencia de un hombre que amó con todas las consecuencias a todos los hombres».
Al entrar en ese novedoso espacio de la nave lateral de la sede madrileña, el fiel se topa de bruces con una roca enorme que recibe a modo de bienvenida. Es un mármol Negro Marquina intenso de tres toneladas que simboliza el primado de Pedro, la continuación apostólica, la Iglesia misma y la santidad. Es un mármol compacto, bruto, de grano fino. En la roca se encuentran grabadas las palabras clave del pontificado de Juan Pablo II: «¡No temáis!» «¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!», las mismas que pronunció Karol Wojtyla justo después de ser elegido Papa. Como si se tratase de un barco, de la roca emana un banco central de otro mármol de 400 kilos que representa a la Iglesia y en el que el visitante se puede sentar a rezar o a meditar. Y a la proa ya se sitúa el cirio pascual de Cristo Resucitado que guía la embarcación.
«Es una simbiosis entre lo antiguo y lo nuevo, y eso es una simbología de cómo nos insertamos en la Iglesia: abrazados por ella». Es así como lo define el arquitecto Benjamín Cano, del estudio de arquitectura Cano y Escario, quien se encargó de diseñar el proyecto que materializaría Factum Arte, una reconocida empresa dedicada a la creación y a la conservación de elementos culturales.
El Papa polaco estuvo estrechamente ligado a Madrid y a la propia catedral de la Almudena, puesto que fue él quien la consagró en 1983. La imagen del Pontífice preside y da nombre a la plaza de la puerta lateral del templo, pero la estatua no era suficiente; en palabras del deán de la catedral, Jorge Ávila, había que «saldar una deuda con san Juan Pablo II». Y se hizo.
Extraído del monte
Partiendo en dos el monte marquinés de Zapola, las canteras de Olaspe llevan desde 1964 extrayendo bloques de caliza ornamental que posteriormente son transformados en creaciones que engrandecen iglesias y capillas, palacios presidenciales, hoteles de cinco estrellas o sedes de organismos gubernamentales. El elemento central de la capilla de san Juan Pablo II fue sacado de la tierra, obteniendo un bloque perfectamente escuadrado y con las dimensiones que había establecido la firma arquitectónica. Tenía que tratarse de una especie de monolito con una cara lisa para que la asentasen en el suelo, y contar con una altura cercana a 1,40 metros.
El destino ha querido que, a muy poca distancia de las canteras que custodian el famoso mármol Negro Marquina, se encuentre un templo religioso en perfecta comunión con la piedra. Hablamos de la ermita de San Miguel de Arretxinaga, sin duda, uno de los lugares más curiosos y quizás más sorprendentes de toda Vizcaya, desconocido para autóctonos y visitantes a partes iguales. Se abriga en tres gigantescas rocas rodeadas de un halo de misterio. Se sujetan entre sí, formando una especie de pequeña capilla natural que en el centro protege la figura del arcángel san Miguel. Se estima que las rocas tienen más de 40 millones de años. Según la leyenda popular, los mozos que se quieran casar antes de un año deberán pasar tres veces por debajo de las imponentes rocas.
Como hemos visto, la piedra siempre ha sido símbolo de comunicación entre el hombre y lo divino. Constituye la primera solidificación del ritmo creador, la música petrificada de la creación, y los más bellos monumentos erigidos por el hombre se han hecho utilizando este elemento como base para su construcción y ornamentación. El monolito de la capilla de Juan Pablo II es un claro ejemplo.