El mal ocupa el lugar que debía ocupar el bien
Ha sobrevivido un niño de 12 años que ha visto morir a los nueve miembros de su familia, incluidos sus padres y hermanos. ¿Cómo será la mirada de ese chaval? ¿Habrá dormido algo estos días? ¿Cómo mirará el mundo a partir de hoy?
Lo único bueno del mal es que en realidad no existe. Padecemos sus consecuencias y, a veces, con una envergadura incomprensible. Como el pasado domingo. Una precaria embarcación totalmente sobrecargada naufragaba frente a las costas de Italia. Viajaban a bordo unas 200 personas. Llevaban cuatro días en el mar desde que partieron de Turquía en busca de eso que tú y yo sí tenemos, sea lo que sea. Una casa, una vida feliz, un préstamo a interés variable, una noche sin frío. Al cierre de esta edición, se habían recuperado los cuerpos de 62 personas. Y se rescataron a otras 81. El viejo pesquero se estrelló contra unas rocas en medio del temporal que azotaba esos días la costa calabresa. A la playa llegaron zapatillas de deporte, neceseres, biberones, mochilas. Hay una canción de Bunbury que se titula, precisamente, Los restos del naufragio, que «quedaron esparcidos o desaparecidos o rotos». Entre los muertos hay un bebé y eso fue precisamente lo que me estremeció cuando conocí la noticia, en la radio, minutos antes del boletín de las diez de la mañana. Eran cuatro líneas, pero solo podía leer una palabra: bebé. Alguien que fue deseado, amado, que apenas acababa de conocer las posibilidades de este mundo. Y cuya vida, aun en medio de este dolor insoportable, ha tenido sentido. Porque vemos su ausencia y nos taladra el alma. Nos grita a los que sí estamos. Cuando uno cuenta esta noticia por la radio piensa en el que la escucha y se lo imagina concernido. Porque nada humano nos es ajeno. Ojalá que estremecido por este mal que no existe en sí mismo, sino como ausencia de un bien. Como privación de un bien debido, siendo estrictos. Es decir, que donde debía haber un bien no lo hay y así surge ese mal revertido, ese Darth Vader, ese Sauron, ese Voldemort, tiene muchos nombres pero todos acaban en el mismo. Donde debía haber justicia surge la injusticia, donde debía existir la paz aparece la guerra, donde debíamos ver a un niño haciendo castillos de arena observamos una barca destrozada, una mochila huérfana, una botella de agua que ya nadie beberá. No vemos a los muertos y eso los hace aún más presentes. Entre los supervivientes, un afgano de 43 años y su hijo de 14. Han muerto sus otros tres hijos, de 13, 9 y 5 años. También ha sobrevivido un niño de 12 años que ha visto morir a los nueve miembros de su familia con los que viajaba, incluidos sus padres y hermanos. ¿Cómo será la mirada de ese chaval? ¿Habrá dormido algo estos días? ¿Cómo mirará el mundo a partir de hoy? No vemos las respuestas tampoco y por eso nos duelen. El mal ocupa el lugar que debía ocupar el bien y eso, en parte, sí depende de nosotros. De nuestras leyes, que no miran más allá de las fronteras de nuestro Estado del bienestar; de nuestra incapacidad de defender, ante toda clase de demagogos y populistas, la dignidad de la persona y los derechos humanos que le son propios, el valor absoluto de la vida humana, el principio de solidaridad y la opción preferencial por los pobres. Con esos bienes, no habría tanto mal.