«El lugar de los sin hogar es el corazón de la Iglesia»
En su colchón debajo de un puente, Patrice lee la Biblia cada día. «En las parroquias hay mucha ayuda, pero me duele cuando voy a Misa y veo que a veces la gente evita mirarme»
Patrice duerme bajo un puente en la parisina estación de metro de Covisart. Ya conoció la calle durante diez años cuando se mudó a París tras una ruptura sentimental. Después ha estado en pisos de protección oficial, o alquilados si había trabajo, hasta que hace seis meses sus vecinos lo echaron después de que dos hombres que fueron a su casa se pelearan violentamente. «La calle –cuenta– es miedo a que te ataquen o te roben. No tenemos dónde guardar las cosas, y hay compañeros con los que hay que tener cuidado. Los días son largos. Cuando hace frío o llueve, nos quedamos el mayor tiempo posible en el saco de dormir. Pero la gente es amable y generosa. Ahora vivo al día porque no cobro la renta mínima desde hace tres meses». Pero no se queja: «En otros países la gente se muere de hambre. Con fe siempre sales adelante».
La relación con Dios es una constante en el día a día de este hombre de 57 años. «Él es nuestro Padre, y le importamos todos, ricos y pobres. Leo mucho la Biblia, porque gracias a ella me he levantado y he sobrevivido». Su fe también se va a ver fortalecida –espera– este fin de semana, cuando peregrine a Roma con otras 4.000 personas sin hogar de 21 países. «Me gustaría que el Papa diera respuestas a mis preguntas», añade.
Patrice viajará con la Sociedad de San Vicente de Paúl, a le que le remitieron desde la parroquia de Santa Rosalía. En sus comidas de hermandad «he conocido a otros como yo». Los participantes de este grupo en la peregrinación se han reunido varias veces. «Ha sido muy interesante. Hemos rezado juntos, y cada uno ha dicho lo que necesitaba». Eso «enriquecía a todos». Además, le han prometido ayuda para encontrar alojamiento.
Cuatro millones en la UE
No hay datos fiables sobre el sinhogarismo en Europa, pues cada país mide el fenómeno de forma distinta, explican desde la Federación Europea de Organizaciones Nacionales que Trabajan con los Sin hogar (FEANTSA, por sus siglas en francés). El dato más citado es el de un grupo de investigadores que en 2010 estimaron que, en la UE, cada año cuatro millones de personas pasan al menos una noche en la calle o en un albergue. En los últimos años –añaden– las cifras han aumentado en casi todos los países, incluidos aquellos con un Estado de bienestar fuerte.
En 2014, varias entidades caritativas francesas decidieron organizar una peregrinación a Roma con 150 de estas personas. Querían «mostrar que son parte de la Iglesia y no solo los que se quedan fuera» pidiendo en la puerta, explica Geoffroy d’Hueppe, uno de los responsables de la peregrinación. Fueron cuatro días de catequesis, visitas culturales, celebraciones y fiestas que «les ayudaron a lidiar mejor con su vida diaria después. Sintieron que eran parte de algo más allá del mundo que conocían». Varios pidieron bautizarse.
«Estar invitados significa mucho»
El éxito fue tal que las entidades organizadores crearon la asociación Fratello para seguir preparando peregrinaciones para los más vulnerables. Pensaron hacer otra a Roma en el Año de la Misericordia y el Vaticano aceptó su propuesta para el penúltimo fin de semana del Año jubilar. Llegan hoy a Roma y mañana comienzan su Jubileo con una catequesis del Papa. Quieren seguir mostrando que «el lugar apropiado de los más vulnerables es el corazón de la Iglesia». Ya el hecho de «ser considerados lo suficientemente importantes para ser invitados significa mucho para ellos –subraya D’Huette–. Ojalá ahora más gente tome la iniciativa de incluir a las personas sin hogar en la sociedad».
Las palabras de Patrice confirman que en el seno de la Iglesia hacía falta este gesto: «En las parroquias hay mucha ayuda, pero me duele cuando voy a Misa y veo que a veces la gente evita mirarme. Una mirada, una sonrisa, no cuestan nada pero dan alegría».
Una Iglesia que da cobijo
En este Jubileo de las personas en precariedad también habrá españoles, como Alfonso y su novia, Almudena. Él, de 42 años, lleva un año largo en la calle. Ella, algo más. Se conocieron en la iglesia de San Antón, gestionada por Mensajeros de la Paz. El templo permanece abierto las 24 horas del día y ofrece comida, atención médica, asesoramiento y escucha a las personas sin hogar. La salud de Almudena es muy frágil, y con su pequeña pensión la pareja ha intentado alojarse en pensiones. «No nos dejan porque, por su aspecto, piensan que es drogadicta».
Pasan gran parte del día en San Antón. Alfonso echa una mano en lo que hace falta, y es monaguillo en Misa. «Si te ayudan, te sale ayudar». En la calle, «a veces se te va la cabeza. Aquí me siento bien y me da estabilidad. Así no estoy por ahí haciendo el zángano o teniendo tentaciones. Saber que hay un sitio donde puedo estar me da paz y ganas» de luchar. Cree que si más iglesias abrieran así, «la gente se daría cuenta de que no es solo un sitio donde rezar, sino que te da cobijo en los días malos».
El dibujo de Michael
Michael, un amigo de Alfonso que también está en la calle, está preparando un dibujo del retablo de la iglesia para regalárselo, firmado por los 60 peregrinos de su grupo, al Papa. Él espera que la peregrinación demuestre que aunque «hemos sufrido, tenemos dignidad y podemos superarnos»; y que dé visibilidad a sus problemas. Critica que los políticos «no nos pregunten qué necesitamos», que hagan promesas que no cumplen, y la burocracia: «¿Dónde me empadrono yo» para acceder a cualquier ayuda?, se pregunta. Pero lo que más le enfada es la cantidad «de edificios vacíos que se podrían entregar a asociaciones que gestionen las habitaciones. Yo solo quiero un techo para estar con Almudena. Y no lo quiero gratis, podríamos pagar un pequeño alquiler».
«Qué bonito que el Papa invite a los excluidos», pensó Susanne de Alms cuando le llegó información de Fratello. Pero, como trabajadora de Diaconía, entidad caritativa de la Iglesia evangélica alemana, no le prestó más atención. Hasta que en mayo llegó a su despacho de Hamburgo Ilona. La mujer lleva sin trabajar desde 1999, cuando la muerte de su madre tres años antes y la carga de criar sola a una hija hicieron mella en su salud psicológica. Sobrevive gracias a las ayudas sociales. «Tengo un apartamento de dos habitaciones en una casa muy vieja, fría y húmeda –cuenta–. Mi hija tiene problemas de espalda, ha pasado por una operación seria». Ilona recibe alimentos de Diaconía, donde ayuda también a repartirlos. Esta tarea «me ha devuelto el sentido de ser alguien».
Cuando su casero amenazó con desahuciarla por no haber pagado todo el alquiler, la mujer acudió a Susanne, y esta descubrió que la demanda no tenía fundamento. «Sin su apoyo, ya estaría en la calle». Pero no hablaron solo de eso. Ilona, que es católica, le confesó que «lo que más me ha ayudado a sobrevivir es que soy muy religiosa. Cada domingo voy a Misa». Entonces, Susanne se acordó de Fratello. «Pregunté en Cáritas si ella podría ir a Roma, y no solo la invitaron a ella, sino a mí y a otras dos mujeres. Vamos en un grupo de 66 personas».
«Cuando oí hablar del Año Santo de la Misericordia –recuerda Ilona– pensé que no tenía nada que ver conmigo. Luego fui a la catedral y entré por la Puerta Santa», y ahora lo vivirá en Roma. «Creo que este año me va a dar fuerza para alcanzar la salud. El Papa Francisco es una luz que ilumina mi situación de pobreza».
«Al Papa le preocupamos»
Las entidades que trabajan con personas sin hogar insisten en que esta situación es más amplia que estar en la calle o en albergues. Por eso, también van a la peregrinación personas como Aroa, que vive en la casa de acogida San Agustín y Santa Mónica de Cáritas Madrid. «Es surrealista –dice–. ¡Si me dicen hace dos años, cuando trabajaba de comercial, que al quedarme en paro iba a acabar pasando un mes en la calle y que luego iba a ver al Papa…!». Tendrá cerca a Francisco, porque le ha tocado en sorteo estar en el grupo de 80 peregrinos que tendrán una audiencia privada con él. «Me siento muy afortunada. A este Papa le preocupan mucho todas las situaciones que se viven en la calle. Va a hacer cosas muy buenas».
Esta joven de 28 años entró hace un año en el programa de reinserción de Cáritas. Se está formando como administrativa y aprendiendo fotografía y guitarra. En la casa de acogida cuenta con atención psicológica y la ayuda de trabajadores sociales y educadores. «Tengo altibajos, pero estoy muchísimo mejor. En la peregrinación, espero encontrarme en paz conmigo misma y con el de Arriba. He tenido una vida un poco complicada y ha habido momentos en que mi fe no ha sido muy fuerte. Pero he notado que Dios es misericordioso porque podría estar muchísimo peor».