El limosnero pontificio reclama el cierre del campo de refugiados de Moria
El limosnero pontificio y el presidente de COMECE, el cardenal Hollerich, denuncian la situación en la que se encontraba el «campo de concentración» de la isla griega de Lesbos que ardió el martes, y exigen a Europa que tome medidas para su desalojo y la reubicación de los refugiados
El cardenal Jean-Claude Hollerich, presidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea (COMECE), ha denunciado que el incendio del martes en el campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos, es «una vergüenza para Europa», pues junto con las tiendas y el resto de habitáculos insalubres que lo formaban, ha ardido también la identidad del viejo continente.
En el campo de refugiados de Moria viven unas 13.000 personas, muchas de las cuales han pasado esta noche a la intemperie, mientras la Policía griega hacía cordones y usaba gases lacrimógenos para impedir que emprendieran el camino hacia la capital de Lesbos, Mitilene. Aún no se han esclarecido totalmente las causas del incendio, al que en la tarde del miércoles siguieron otros dos en el olivar cercano. Diversas fuentes apuntaban el miércoles a que podía ser obra de los habitantes de la isla, de los propios refugiados después de que fuera puesto en cuarentena la semana pasada tras los primeros positivos por COVID-19, o a que podía ser fruto de altercados por este motivo.
En cualquier caso, el cardenal Hollerich ha subrayado en declaraciones a Vatican News que, en el fondo, «es el resultado de la desesperación en el corazón de gente» que vino a Europa huyendo de la violencia y la muerte o buscando un futuro mejor y a los que se «ha abandonado en su sufrimiento en la pequeña isla», con «muchas palabras pero pocas obras». Durante meses y años de hacinamiento, «la oscuridad ha entrado en el corazón de esa gente, y creo que el fuego es consecuencia de esa actitud», que ha sido «alimentada por nuestra inacción».
Llamamiento a los países ricos y las iglesias
Si la UE sigue tolerando estas situaciones, ha añadido el presidente de COMECE, «no podemos afirmar nuestras raíces cristianas». Por ello, ha exigido una política común para acoger a los refugiados y solicitantes de asilo. Solo un país se ha librado de sus críticas: Italia, que por medio de los corredores humanitarios puestos en marcha por la Comunidad de Sant’Egidio ha acogido en los últimos años a decenas de ellos. «Si Italia, con todos los problemas que tiene por la COVID-19, puede aceptarlos, ¿por qué no pueden los países ricos hacer más?».
Su exhortación lleva repitiéndose desde hace meses. Al inicio de la pandemia, en entrevista con Alfa y Omega, mostró su esperanza de que la situación de emergencia llevara a tomar medidas orientadas a vaciar y cerrar los campos griegos. Pero reconocía su pesimismo, que lo ocurrido solo ha venido a confirmar. En esta ocasión, el cardenal también se ha dirigido a las iglesias en toda Europa. Aunque es consciente de que sus ingresos han disminuido de forma importante por la pandemia, ha recordado que «compartir no significa solo dar cuando somos muy ricos, sino también cuando nos hemos empobrecido».
«Una política que mata»
Por su parte el limosnero pontificio, el cardenal Konrad Krajewski, también se ha mostrado muy crítico con la situación previa del campo. En una entrevista con Il Corriere della Sera, ha asegurado que el incendio se veía venir, y que la única salida posible «es la misma que se podía haber hecho hace años: cerrar» unas instalaciones a las que, citando al Papa, se ha referido como «campo de concentración». Lo ocurrido es fruto, ha añadido, de «una política que mata. Una política inhumana, contraria a todos los valores europeos», que además de ignorar los derechos de quienes ya están en su territorio, «les quita la esperanza».
Ambos cardenales, Krajewski y Hollerich, han visitado Lesbos en varias ocasiones. En diciembre, el limosnero pontificio volvió a Italia con 33 personas por medio de un nuevo corredor humanitario. «Hay países y parroquias dispuestos a acoger», y con lo que considera el mejor modelo posible: no cuesta dinero al Estado, e incluye un completo plan de integración. Solo hace falta «una firma. Voluntad política».